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| - thumb|300px|Capitán Erasmus Tycho de los Ángeles Sangrientos. El Hermano Capitán Erasmus Tycho contemplaba la abundante vegetación de color púrpura verdoso. El hinchado sol de color rubí que se arrastraba por el horizonte inundaba la escena con una luz rojiza. Estas eran las selvas ecuatoriales que separaban Armageddon Secundus de Armageddon Primus. El capitán escuchaba los cacofónicos coros del amanecer a la vez que los mensajes de sus Ángeles Sangrientos de rojas armaduras que informaban por la banda táctica. Aquí era donde había empezado todo, pensó con amargura. Este era el lugar en que las hordas Orkas de Ghazghkall Uruk Thraka rompieron las débiles defensas fronterizas y descendieron sobre las desprevenidas Ciudades Colmena de Armageddon Secundas como un furioso torrente de fuego y muerte. Ante él y a la derecha todavía podían verse las chamuscadas siluetas de los bunkers y las fortificaciones. Los defoliantes químicos empleados para limpiar sus campos de fuego aún estaban activos en algunas zonas. Por doquier, las defensas seguían irguiéndose, solitarias, en las zonas despejadas del verdoso sotobosque. ¿Cómo podía haber sido tan ingenuo el Gobernador Planetario? ¿Cómo pudo creer que los fortines de rocacemento y las junglas mantendrían a los Orkos a raya? Los monstruosos Cargantes Orkos erizados de armamento apenas se habrían molestado en reducir el paso. Ahora, tras meses de lucha y decenas de miles de muertos, las fuerzas de la humanidad habían hecho retroceder a los invasores hasta donde se había iniciado la campaña. Ghazghkull Thraka había desaparecido con la mayor parte de su horda, atrapada y destruida en las afueras de la Colmena de Tártarus por los Ángeles Sangrientos y sus Capítulos hermanos, los Ultramarines y los Salamandras. Pero aquí, en la jungla, grupos aisladas de Orkos se negaban a rendirse. Cada vez que las fatigadas tropas de la Guardia Imperial desfallecían y fracasaban, se desplegaba a los Ángeles Sangrientos para dar caza sin piedad a los Orkos, para destruir sus campamentos y suministros, para acabar de una vez por todas con el problema. Casi podía sentir la presencia de decenas de miles de fantasmas ansiosos, sedientos de venganza: tuvo el presentimiento de que hoy podrían tomarse cumplida venganza, pero que él podría verse sacrificado en el proceso. Si era así no lo lamentaría: Los Ángeles Sangrientos estaban acostumbrados a los sacrificios. De repente, oyó una única nota de una campana, como el tañido de la campana de un gran templo, resonando en el auricular de su comunicador. Tocó la runa de la comunicación y escuchó la profunda voz de bajo del Dreadnought Furioso: - Hermano Capitán, mi sensor de augurios muestra una gran fuerza Orka desplegándose frente a nuestra posición. - Parece que nuestras adivinaciones orbitales eran correctas: el enemigo intenta defender sus depósitos de suministros. - O simplemente están ansiosos por luchar, Hermano Capitán. Nunca desestimes el deseo de lucha de los Orkos. - Es cierto, Hermano Furioso, tu sabiduría siempre me guía. Alabado sea el Emperador. - Alabado sea el Emperador. En ese instante, el oído superior de Tycho pudo filtrar en la distancia los estallidos de los proyectiles de Bólter; los Orkos practicaban disparando contra los animales salvajes de la jungla. También podía oírse el sonido ronco del motor de algún vehículo Orko grande, quizás un Kamión Orko. También había algo pesado atravesando la jungla, posiblemente una Armadura Acorazada. Liberó el seguro de su decorado Bólter frotando la brillante gema en forma de gota de sangre incrustada sobre la caja del mecanismo para que le diera suerte antes de volver a pulsar la runa de comunicación: - Hermano Capitán Tycho a todas las Escuadras. Fuerzas hostiles aproximándose a nuestra posición. Los Orkos conocerán hoy la furia de la justicia.
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