contenido
| - urante dos días, los sanadores de la casa cuidaron de Tay en su lecho mientras Baynarah permanecía sentada a su lado, cogiéndolo de la mano. En un estado febril, ni despierto ni dormido, gritaba a fantasmas invisibles. Los curanderos elogiaron la fortaleza del joven. El mar había arrastrado hasta la isla de Gorne cuerpos muchas veces, la mayoría durante la guerra, pero nunca habían visto ninguno que se recobrara de la experiencia.
La tía Ulliah entró varias veces para llevarle comida a Baynarah.
-Debes tener cuidado, querida, o, cuando él se reponga, vamos a tener que cuidar de ti.
La fiebre de Tay bajó, y por fin pudo abrir los ojos y ver a la joven con la que había vivido diecisiete años, toda su vida menos el primer año. Ella le sonrió y pidió comida. En silencio, lo ayudó a comer.
-Sabía que no morirías, primo -le susurró con cariño.
-Eso creía, pero de algún modo yo también sabía que no sería así -gimió-. Baynarah, ¿recuerdas todas esas pesadillas que te contaba? Son ciertas.
-Ya hablaremos de ello cuando hayas descansado un poco.
-No -graznó él-. Debo contártelo todo ahora, para que sepas a la clase de monstruo que llamas "querido primo Tay". Si lo hubieras sabido antes, seguramente no tendrías tantas ganas de verme bien otra vez.
Una lágrima corrió por la mejilla de Baynarah. Se había vuelto muy hermosa, incluso en los pocos meses que él había estado lejos de El Duelo.
-¿Cómo puedes creer que dejaría de amarte, por mucho que hubieras hecho?
-Vi a mi antigua niñera Edebah, y hablé con ella.
-Oh -Baynarah había temido este momento-. Tay, no sé qué te contaría, pero fue todo por mi culpa. ¿Te acuerdas cuando Kena Grafisi nos habló de la casa Dagoth y de su corrupción? Esa misma noche vi a tu niñera haciendo una especie de altar en el prado septentrional, usando el símbolo de la sexta casa. Debió de haberlo hecho durante años, pero yo nunca había sabido qué significaba. Se lo conté al tío Triffith, y la expulsó. He querido decírtelo muchas veces desde entonces, pero tenía miedo de hacerlo. Ella estaba tan consagrada a ti...
-¿Y no te dio más miedo aún preguntarte si había alguna relación entre su devoción hacia mí y su devoción hacia la casa maldita? -inquirió con una sonrisa-. Te conozco, Baynarah. No eres de esas mujeres que no usan la cabeza.
-Tay, no sé qué te contaría, pero creo que era una mujer muy atribulada y, pensara lo que pensara de ti y de la sexta casa, se equivocaba. Debes recordar esto: los desvaríos de una loca no prueban nada.
-Hay más -Tay suspiró y mantuvo la mano en alto. Parpadeó un momento, y se volvió hacia Baynarah, enojado-. ¿Qué ha pasado con mi anillo? Si lo has visto, ya debes saber que todo lo que te he dicho es cierto.
-He tirado esa inmundicia -Baynarah se puso de pie-. Tay, voy a dejarte descansar un poco.
-Soy el heredero de la casa Dagoth -Tay estaba alterado, casi gritando-. Me criaron tras la guerra como miembro de la casa Indoril, pero la canción de mis antepasados me dirigía. Cuando éramos jóvenes, maté a Vaster porque la canción me dijo que él me había robado mi herencia. Cuando Edebah me contó quién era yo y me dio ese anillo, la maté y quemé su casa, pues la canción me dijo que ella ya había cumplido su cometido. Cuando volví a la casa de Kalkorith, mi amada estaba allí y me dijo que ella también pertenecía a la casa Dagoth, y que era mi hermana. Huí y, cuando Kalkorith trató de detenerme, le quité la vida, pues la canción me dijo que era mi enemigo.
-Tay, basta -sollozó Baynarah-. No me creo ni una palabra de esto. Has estado delirando por la fiebre...
-No es Tay -Negó con la cabeza, respirando entrecortadamente-. El nombre que mis padres me dieron fue Dagoth-Tython.
-No puedes haber matado a Edebah, la adorabas. ¿Y a Vaster y Kalkorith? ¡Eran nuestros primos!
-No eran mis primos de verdad -dijo Tay fríamente-. La canción me dijo que eran mis enemigos. Igual que me está diciendo ahora que eres mi enemiga, pero no le hago caso. E intentaré seguir sin escucharla... mientras pueda.
Baynarah salió corriendo de la habitación, con un portazo. Le cogió una llave a su asombrada doncella Hillima y cerró la puerta.
-Señora Indoril-Baynarah -susurró Hillima, con gran aflicción-. ¿Va todo bien con su primo, el señor Indoril-Tay?
-Estará perfectamente cuando descanse -Baynarah recuperó su dignidad, enjugándose las lágrimas de la cara-. Nadie debe molestarlo bajo ninguna circunstancia. Me llevaré la llave. Ahora tengo mucho trabajo que hacer. ¿Supongo que nadie les habrá dicho a los pescadores que repongan las provisiones de Casa Sandil, verdad?
-No lo sé, señora -dijo la doncella-. No lo creo.
Baynarah bajó hasta los muelles y alivió su corazón afligido de la única manera que sabía: concentrándose en las cosas pequeñas. Las palabras de Tay no la abandonaron, pero encontró un consuelo temporal hablando con los pescadores sobre su carga, ayudando a decidir cuánto pescado debía ahumarse, cuánto debía enviarse a la aldea y cuánto debía llevarse fresco a la despensa de la casa.
Su tía Ulliah se unió a la charla, ajena a la agonía bien camuflada de Baynarah. Juntas, hablaron de cuántas provisiones habían devorado el tío Triffith y sus comandantes durante las semanas que pasaron en la isla, de cuándo se esperaba que regresaran y de qué preparativos era mejor hacer. Uno de los pescadores del muelle las interrumpió, gritando:
-¡Barca a la vista!
Ulliah y Baynarah saludaron a la visitante cuando esta se acercó. Se trataba de una joven vestida con la túnica de una sacerdotisa del Templo. Cuando atracó su pequeña embarcación, Baynarah se maravilló de lo hermosa que era y de lo extrañamente familiar que le resultaba.
-Bienvenida a Gorne -dijo Baynarah-. Me llamo Indoril-Baynarah y esta es mi tía Indoril-Ulliah. ¿Nos conocemos de algo?
-No lo creo, señora -la mujer hizo un reverencia-. Me envía el Templo para indagar si sabes algo de tu primo, Indoril-Tay. Hace días que no asiste a sus clases y los sacerdotes están preocupados.
-Deberíamos haberlos avisado -se apuró Ulliah-. Llegó aquí hace unos días, medio ahogado. Ya está mejor. Te escoltaremos hasta la casa.
-Ahora Tay está descansando, y he pedido que no se le moleste -balbuceó Baynarah-. De hecho, ya sé que estas no son maneras, pero tengo que hablar con mi tía un momento. ¿Te importaría mucho si te pido que nos esperes en la casa? Solo tienes que seguir el camino que remonta la colina y cruzar el prado.
La sacerdotisa se volvió a inclinar humildemente y echó a caminar. Ulliah estaba escandalizada.
-¿Cómo se te ocurre tratar así a una representante del Templo? -saltó-. No me creo que estés tan cansada de cuidar de tu primo como para haber perdido hasta los modales más mínimos.
-Tía Ulliah -susurró Baynarah, apartando a la mujer de los oídos de los pescadores-. ¿Realmente Tay es mi primo? Él cree que pertenece a. la Casa Dagoth.
-Es cierto -a Ulliah le costó un momento responder-. Tú solo eras un bebé durante la guerra, así que no puedes saber cómo fue aquello. No hubo parte de Morrowind que no quedara asolada. Hasta en esta isla hubo una batalla. ¿Recuerdas ese montón requemado que tú, Tay y el pobrecillo de Vaster descubristeis hace tantos años? Eran los restos. Y después de la guerra, cuando al fin derrotamos a la maldita Casa, descubrimos a los pequeños inocentes, los huérfanos cuyo único crimen era haber nacido de unos padres perversos. Confieso que había algunos entre nuestras filas, las fuerzas combinadas de las Casas, que los habrían exterminado a todos para acabar con el legado de Dagoth. Pero, al final, se impuso la compasión y los hijos de la Sexta Casa fueron adoptados por las otras cinco. Y así creímos que habíamos ganado la guerra y la paz.
-Por la Madre, el Señor y el Mago. Si todo lo que Tay cree es cierto, no habrá paz -Baynarah se echó a temblar-. Dice que la canción de sus ancestros lo llamó y lo obligó a matar a tres personas, dos de ellos miembros de la Casa. Al primo Kalkorith y. cuando era un chiquillo. a Vaster.
Ulliah mantenía las manos sobre su cara, llena de lágrimas, y no podía ni hablar.
-Y esto es solo el principio -dijo Baynarah-. La canción aún sigue llamándolo. Dice que hay otros que lo saben, que lo ayudarán a levantar la Sexta Casa. Su hermana...
-Debe de ser una mala fantasía -murmuró Ulliah-. Se dio cuenta de que Baynarah tenía la mirada puesta en el camino que salía de los muelles y llevaba hasta la casa-. Sobrina, ¿en qué estás pensando?
-¿Nos ha dicho la sacerdotisa cómo se llama?
Las dos mujeres subieron corriendo el camino, llamando a los guardias. Los pescadores, que nunca habían visto a sus señoras tan alteradas, se miraron durante un momento y las siguieron rápidamente, sacando garfios y cuchillos.
La puerta delantera de la Casa Sandil estaba abierta de par en par y el primer cadáver yacía cerca de ellas. Aquello era un matadero, recién pintado con sangre. Aner, el ayuda de cámara del tío Triffith, estaba destripado, pero permanecía sentado en la mesa del salón donde le gustaba saborear su vaso de flin de las tardes. Habían decapitado a Leryne, una de las doncellas, mientras subía unas sábanas, otrora limpias, por las escaleras. Los cuerpos de los guardias y criados se encontraban diseminados por la sala como hojas que se hubiera llevado el viento. Al final de las escaleras, Baynarah tuvo que contener un sollozo al ver a Hillima. Estaba tirada, como una muñeca rota. La habían matado mientras intentaba escapar por el estrecho alféizar.
Nadie hablaba, ni Baynarah, ni la tía Ulliah, ni los pescadores, mientras recorrían lentamente la ensangrentada casa. Cruzaron la habitación donde había guardado cama Tay. Tenía la puerta rota y no había nadie en el interior. Cuando oyeron el sonido de unos pasos en el dormitorio de Baynarah, abajo, en la sala, se acercaron lenta y cautamente, llenos de miedo.
La sacerdotisa de los muelles estaba de pie, al lado de la cama. Tenía en una mano el anillo que Baynarah había sacado del dedo de Tay. En la otra, una hoja larga y curva, salpicada de entrañas, como su peinado, antes prístino. Cuando vio que ya no estaba sola, sonrió con gracia e hizo una reverencia.
-Acra, debería haberte reconocido por las descripciones de Tay en sus cartas -dijo Baynarah con su voz más resuelta-. ¿Dónde está mi primo?
-Prefiero que me llamen Dagoth-Acra -contestó ella-. Tu falso primo, mi verdadero hermano, ya se ha ido a cumplir su destino. Siento tanto que no estuvieras aquí para que él te hubiera dado una despedida más... definitiva.
El rostro de Baynarah se deformó por la furia. Les hizo un gesto a los pescadores, que avanzaban con sus armas:
-Acabad con ella.
-¡La Sexta Casa resurgirá y al frente estará Dagoth-Tython! -rió Acra. Sus palabras seguían resonando mientras hacía la señal de Regreso y se desvanecía como un fantasma.
|