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| - No está dormido, noche tras noche las visiones producidas por una implacable fiebre lo atenazan en un sueño producto de inconsciencia. La oscuridad domina el interior de la gran choza, el aire está saturado por un hedor a sudor intenso y a comida abandonada. En la lóbrega estancia tan solo se escucha un débil balbuceo incoherente, producido por el gigante que permanece tumbado en un camastro, acurrucado en un intranquilo sueño... Despierta, abre su inmensa boca aspirando todo el aire posible. Sus pequeños ojos, hundidos en unas profundas cuencas, se abren e instintivamente recorren el paisaje desértico que lo rodea. Poco a poco se pone en pie, alzándose más de dos metros sobre el ceniciento suelo, y estira sus entumecidos y poderosos músculos a la par que emite un gutural rugido que se extiende por todo el páramo. Un instante después otro rugido, más poderoso y profundo de lo que él jamás había escuchado le responde en la lejanía, tensa los músculos, preparándose para el combate. En ese momento se da cuenta, mira sus manos y su cuerpo desnudo, ¿dónde está su equipo? Sin querer se lleva la mano derecha a ese mismo lado de su cabeza. Sí... eso no ha cambiado, el frío metal responde a su tacto con un leve chispazo de electricidad estática. Vuelve a escuchar ese rugido poderoso, proviene de más allá de la colina que tiene frente a él. Debe responder, sin duda alguien lo está retando. A grandes zancadas se dirige hacia la cima de la rocosa colina, conforme va ascendiendo, el rugido se va transformado... cada paso que da, éste suena más como el martilleo de la artillería. 300px|thumb A medida que va reconociendo el sonido algo instintivo se va apoderando de él, presionando contra sus sienes, tensando sus músculos, rugiendo por sus venas... Es la guerra, y él es el arma de los dioses para la guerra eterna. Finalmente alcanza la cima de la colina y el viento lo azota haciendo incluso que se tambalee... Pero no ha sido producto natural del viento, sino de una poderosa onda de choque producida por una gigantesca detonación. A sus pies la colina parece haber crecido, alzándose hasta convertirse en un gran risco desde el que observa el mayor y mejor de los espectáculos: la guerra sin fin. El sueño para el que Gorko y Morko le han preparado. Desde su privilegiada posición contempla como una inmensa marea compuesta por miles de sus congéneres se lanza contra los muros de una ciudad fortificada, machacando bajo centenares de miles de botas el suelo de ceniza. Poderosas máquinas de guerra, efigies de los verdaderos dioses, luchan contra otras de diseño extraño, ignorando en su divino combate las hordas de guerreros que luchan y mueren bajo sus pies. La luz del inclemente sol se va tornando roja, a la vez que la sed de violencia aumenta en sus venas. Entonces el poderoso rugido se repite con más fuerza. Incapaz de desoír su llamada, el gigante desciende del risco y se encamina hacia el centro de aquel apocalipsis. Frente a él se encuentra otro gigante, embutido en una poderosa armadura que chirría y cruje con cada movimiento: él es quien ha osado retarle. Sin pensarlo, se lanza con las manos desnudas contra su rival, aprovechando que éste se encuentra distraído, pero no es lo bastante rápido. El otro gigante atenaza su cuello con el afilado metal de una inmensa garra mecánica y ríe ante su inútil intento, es entonces cuando se fija en su cara. Pero no puede ser... El otro gigante, es él mismo. Abre los ojos, sobre él ve la tela parduzca del techo de la choza y cómo los débiles rayos del sol moribundo de Urk se cuelan entre los numerosos rotos. Se sienta en el borde del camastro e instintivamente se lleva la mano al lado derecho de la cabeza, el implante de frío adamantio le devuelve el saludo con un chispazo de energía. ¿Qué ha sido lo que ha soñado? Asintiendo para sí mismo se levanta, convencido de que lo que ha visto es otra señal de los dioses que han tenido a bien mostrarle un instante de su destino. Al salir de su choza olfatea como un animal el aire, éste apesta a humo, grasa de vehículos, carne y sudor. El griterío del exterior se va apagando conforme sus subordinados se dan cuenta de que ha despertado. Desde lo alto del montículo el poderoso gigante observa cómo su hueste se va reuniendo para escuchar la palabra de los dioses. El estandarte del ¡Waaagh! se agita a su espalda, haciendo que los cascos y cráneos de enemigos abatidos que cuelgan de él choquen entre sí. Poco a poco, todo el campamento va acercándose al montículo sobre el que esta la tienda del profeta de los dioses. En la lejanía se escucha el bramido de un cuerno de guerra llamando a las tropas. thumb|left|350px En la explanada que se extiende frente al montículo se van reuniendo las peñas de cientos de Chikoz con sus harapientas ropas y oxidadas piezas de armadura, azotados por los Noblez que los tienen a su cargo. Tras estos y guardando las distancias se encuentran los Petatankez, mirando al poderoso gigante sin dejar de llenar sus bolsas con artefactos explosivos de innumerable índole. Un Mekániko levanta su grasienta cabeza del motor de uno de los Karroz de Guerra mientras escupe un tornillo defectuoso al suelo. De entre los desechos del Mekániko aparecen varias figuras pequeñas y huesudas, de largas y ganchudas narices, cuyos ojos maliciosos recorren temerosos su entorno, esperando tal vez una inevitable respuesta violenta a su aparición. En otro rincón del campamento, otro nutrido grupo de guerreros espera sentado frente a sus tienduchas mientras que limpian unas grandes armas de fuego de dudoso funcionamiento. El rugir de unos poderosos motores llama la atención del gigante: desde el sur entra en el campamento una grasienta nube de humo que deja vislumbrar en su interior las grandes figuras de unas poderosas motoz. El gigante cruza su mirada con el líder de esa banda, entrecierra los ojos y gruñe levemente. El resultado es el esperado y el líder de los Motoriztaz, un Kaudillo menor, agacha la cabeza en gesto de sumisión. Alzando la vista hacia el contaminado cielo, desde donde el ojo de Gorko y Morko lo observa todo con su radiante y abrasador calor, ve sobrevolar raudo y humeante el nuevo Dakkajet que su Mekániko ha construido con los restos saqueados tras la última batalla. Mientras el ingenio volador lo sobrevuela, escucha el chirriar del armamento automático emplazado sobre una plataforma para su transporte. A pesar de su dudoso aspecto, el gigante está convencido de que lo ayudará para derribar los aparatos voladores de sus enemigos. Recorre con su ojo sano el nutrido ejército que ante él aguarda sus palabras, que espera ansioso el mensaje de los dioses. Alzando los brazos hacia el moribundo sol, el gigante comienza a hablar: - Hoy loz diozez me han tranzmitido una gran vizión. Todoz loz klanez de Urk me han jurado lealtad, loz pokoz ke no lo hizieron eztán muertos y fueron echadoz a loz Garrapatoz. Ez hora de ke kumplamoz lo ke loz diozez me han dicho: debemoz abandonar Urk y arrazar todo cuanto veamoz, puez noz espera una gran guerra. La guerra eterna – mientras habla, el sol de Urk se oscurece en parte, eclipsado por la sombra de la diminuta luna del planeta. Un claro presagio de los dioses-. ¡Mirad! ¡Gorko y Morko noz llaman a la guerra! ¡En zu nombre haremoz ke laz mizmaz eztrellaz ze tiñan de rojo y ke loz planetaz de nueztroz enemigoz mueran! ¡Zoy Ghazghkull Mag Uruk Thraka, y mi palabra ez la voluntad de loz diozez! - ¡WAAAAAAAAAGH! Un intenso y profundo grito gutural de guerra pronunciado por miles de primitivas gargantas se extiende por toda la planicie. Los Orkos están listos para la gran guerra. Que la galaxia se prepare.
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