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| - El Reino del Caos no es solo el hogar de los Dioses del Caos: también es su campo de batalla, la arena en la que se desarrollan su Gran Juego por la supremacía. Los Dioses del Caos están en constante guerra unos con otros, luchando por el poder por los planos inmateriales. Pese la miríada de cosas que les diferencian, todos ellos tienen el mismo objetivo: la dominación total del universo. Un poder tan absoluto no puede ser compartido, y mucho menos entre entidades divinas. Con el flujo y reflujo de energía en la Disformidad, el poder de cada Dios del Caos se expande y se contrae, y su reino cambia de manera acorde. Durante largos períodos de tiempo, un dios puede dominar a los demás, alimentado por su propio éxito, al tiempo que consume la energía de los otros dioses como si fuera una sanguijuela, creciendo aún más con ello. En la última instancia, no obstante, esos otros dioses de acabarán aliando contra él, y mediante con el esfuerzo combinado reducirán su poder, hasta que sea otros de ellos el que aumente su prominencia. Esta pauta se va repitiendo una y otra vez por toda la eternidad. Ningún Dios del Caos podrá nunca alcanzar la victoria total, pues sin la Gran Partida, la Disformidad se aplacaría, quedando convertida en un mero vacío inmóvil. Cuando los Dioses del Caos luchan, el inmaterium tiembla y las tormentas de disformes rugen por toda la galaxia. En el Reino Caos, hordas de Demonios son enviadas a combatir según la voluntad de sus amos y las tierras de los dioses aumentan o disminuyen dependiendo del éxito que tengan dichos asaltos. Los Demonios poseen personalidad e inteligencia, por lo que aspiran a lograr el favor de su amo, y a menudo incluso atacan por cuenta propia las tierras de Demonios rivales. Los ejércitos de los dioses manan de un territorio a otro, cada uno de ellos refleja siempre la naturaleza de su patrón.
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