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| - Estoy a punto de ver como se cumplen mis planes y no puedo evitar pensar en mi pasado. En particular, el viejo loco que me hizo como soy.
Hablo, por supuesto, de Oswell E. Spencer.
Lo tenia todo. Manejaba riqueza y poder con la punta de sus dedos, pero no le bastaba con eso. No, quería más. Pensaba que este mundo estaba arruinado, y que la humanidad caminaba hacia la destrucción final. Pretendía crear un nuevo mundo, un nuevo orden. En dicho mundo no habría espacio para las masas débiles e ignorantes. Pretendía crear una raza de humanos avanzados, una utopía perfecta, para gobernarlos como si fuera una deidad.
Para ello, recogió a niños prodigio de todo el mundo. Entrenó sus mentes y sus cuerpos para que fueran elegidos de este, su nuevo mundo. Fueron sometidos a pruebas extremas de resistencia, y se les inyectó un virus, para ver si realmente eran capaces de ser aquellos que se alzarían frente al resto de la humanidad.
Tristemente, la mayoría no lo fueron. Y murieron uno por uno, hasta que solo dos quedaron con vida. Albert y yo.
Los últimos "Niños de Wesker".
Spencer puso todas sus esperanzas en nosotros. Nos modificó con la tarea de convertirle en un Dios. Y como idiotas, compulsivamente, obedecimos sus ordenes sin rechistar.
Al final nos dimos cuenta que no teníamos porque obedecer a un estúpido y decrépito viejo lunático. Aun así, elegimos la lealtad como estratagema para poder seguir usando sus bastos recursos.
Cuando Albert se encontraba cerca de cumplir sus propios planes, asesinó al viejo tacaño con sus propias manos.
Un final muy apropiado.
Y ahora, cuando estoy a punto de presenciar mi triunfo, entiendo mejor cómo debió sentirse Albert. Y puede que cómo se sintió el viejo también.
Después de todo, soy una de los elegidos, la última de ellos.
El derecho a convertirme en una deidad es ahora solo mio.
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