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| - El Sello Eterno, donde los Marines Espaciales de los Martillos de Wikia permanecen a la espera, cautos, preparándose siempre para los peores conflictos imaginables, siempre entrenándose, ampliando sus conocimientos, recopilando y almacenando ordenadamente con ceremonioso tacto lo adquirido durante sus viajes... El Capitán rechinó los dientes irritado con el retumbar de las pesadas botas a través de los sólidos y decorados pasillos interiores del Sello, anunciando con su rumor su llegada a los ociosos hermanos que descansaban o paseaban en el transcurso de su camino. – “No hay motivo para llevar el calzado acolchado reglamentario de la Décima por El Sello ni en la flota”. “Es incómodo no oírte llegar” – Rezongó para si mismo emulando las voces de otros, refunfuñando en voz alta al respecto del sonido, a sus oídos estridente e irritante. Hel Vaal se dio un tirón de la barba y tomó un rodeo desviándose por un pasillo auxiliar en dirección al Reclusíam. No tardó en volver a hablar solo. – “Recuerda el incidente con Kialas...” – Vaya, ¿así cree que suena Nesstor? Espero que no le oiga nunca. – Interrumpió la enorme silueta que interceptó su camino al entrar en otra artería principal de la fortaleza, dejando atrás accesos de servicio y mantenimiento y almacenes poblados por una legión interminable de sirvientes y servidores lobotomizados. El Reclusiarca Skjor se cruzó de brazos, sonriente, con los rasgos súrdicos destacados de cara a la iluminación lateral del amplio pasadizo. La túnica corta, oscura, dejaba al descubierto los musculosos brazos, notorios incluso para un astartes. Skjor se había labrado un merecido nombre entre los oscuros enemigos del Emperador blandiendo su crozius. – Me gustaba más el otro Reclusiarca. – Replicó ásperamente el capitán, deteniéndose ante él. El mero saludo que dedicó fue sencillamente inclinar la testa decorada con el habitual, y excéntrico, sombrero. – Hace siglos que no hay otro... - Contestó el capellán con un gesto conciliador, invitándole a caminar con él –. ¿Buscas consejo, Vaal? – Sé perfectamente cuánto hace del último. Y me gustaba más que usted – Hel Vaal se incorporó a su lado y señaló hacia la ornamentada entrada del Reclusiam, pasando por alto la tentación de pararse a contar cuántas calaveras podía contener un mismo portal –. El último consejo que me distéis fue suficiente como para no pedir otro. No quiero nada para mí, quiero saber el consejo que le ha dado a otros. – En tal caso debería preguntar a otros, Capitán, no a mí – Contestó el súrdico con calma, pero con cierta suspicacia –. También es mi obligación recordarle, Capitán, que el último aviso de nuestro Señor del Capítulo sobre la respuesta a las infracciones y a desobedecer sonó a ultimátum. – No voy a hacer nada... Casi nada – Hel Vaal lo miró haciéndose el ofendido, taconeando y haciendo más ruido con las botas. A él le sonó estrepitoso de nuevo, reflejando de nuevo el enfado al apretar la mandíbula –. Me llevo a Uriel. – ¿A lo del Santo Icono? No creo que esté entre sus... competencias, Capitán, decidir dónde se dirige el Apotecario Jefe. Sin decir que su lugar está aquí, no persiguiendo sus Land Speeders y reclutas – Skjor le palmeó con contundencia el hombro, volviendo a sonreír, apartándose para desviarse directamente hacia el Reclusiam –. Pero hágalo, lo necesita. Es un Marine Espacial, como todos nosotros, lo desea. Eso sí, con permiso esta vez. No le permitirán articular un secuestro. Hel Vaal continuó andando, dejando de mirarle, gesticulando exageradamente en la respuesta en su dirección. – Eso venía a oír. Si se muere, le hago cómplice a usted. El Señor del Capítulo lo sabrá, voy a verle ahora... Y dígale a Conrad que salimos en una hora estándar. – Tenga cuidado ahí fuera, Capitán. – Sé cuidarme. – Me refería a que tenga cuidado con los demás, usted es más peligroso que los xenos. La risa de Skjor se perdió ya al otro lado del gran portón del templo impidiendo la airada respuesta del Capitán, que se giró en balde. Finalmente se recolocó el sombrero y siguió su camino, quejándose del calzado al poco otra vez. El ‘Voy a verle ahora’ se fue diluyendo en su mente al pasar cerca de la taberna, la zona de ocioso astartes en El Sello Eterno. Podía desperdiciar unos minutos allí antes de proseguir, faltaban horas para la marcha aún... Definitivamente nadie echaría en falta un retraso de unos pocos minutos. Dos horas más tarde... Como en aquel amplio salón del Sello no se permitía ningún sonido externo los poderosos golpes contra el servidor de entrenamiento, especialmente reforzado para contener a Purificadora algún tiempo, resonaban en el vacío de la enorme estancia con un contundente eco con el que el Señor del Capítulo había aprendido a entrenar. Un marcador de ritmo reflejaba cuándo sus movimientos empezaban a hacerse pesados o cuándo actuaban con torpeza. Rechinó los dientes cuando un mal paso acompañó un mal envite y en vez de golpear el costado del servidor, la hoja se deslizó por él con un chirrido estridente que apenas encubrió el deslizar de la puerta y los pasos del recién llegado, ligeros y apresurados. – Vas mejorando. – Comentó con sorna Hel Vaal al llegar al otro astartes, arrastrando la equipación completa de la Décima, incluyendo la capa de camuflaje sobre su servoarmadura personal. Lord Eledan le encaró resollando del esfuerzo, tensa la poderosa musculatura. Más alto, más fuerte, empequeñecía a su interlocutor incluso solamente cubierto por unos calzones prácticos. Permaneció sin enfundar la gran espada Purificadora, tratando de relajarse, aprovechar la pausa para descansar, bufando como un toro al respirar pesadamente. – Aún me queda un largo camino para ser como el Viejo. ¿Ya te marchas? – Sí, salgo justo ahora, me he entretenido de más y ansiaba cambiarme de una vez. ¿Estás seguro de intervenir en Prasinia? El Señor del Capítulo gruñó y le dio la espalda con brusquedad yendo a las banquetas de servicio, colocando adecuadamente a Purificadora en su vaina y colgándola en horizontal, sentándose él a reposar seguidamente, con un suspiro de gusto al permitirse el lujo del descanso. – Sí, la Tercera y la Quinta van a intervenir, casi por completo. ¿Por qué tengo que discutir las decisiones tácticas del Capítulo con el Señor del Reclutamiento? Aresius es capaz de traernos un éxito rotundo, ve en calma a pasear por los bosques de Noxius. – ¡Sabes bien por qué! – Hel Vaal rió entre dientes por su parte –. No voy a intentar disuadirte más de eso, Torin puede compensar cualquier mal plan que hayáis decidido emplear. He venido a decirte que el Señor del Apothecarion está inquieto. Quiere salir. A decir verdad tiene un temperamento peligroso para ser alguien dedicado a salvaguardar a los demás. El Señor del Capítulo gruñó de nuevo, amenazador, y le quitó importancia con un gesto de la mano y finalmente sumó un suspiro de derrota. Era la cuarta vez que tenía esa discusión ese día, ya habían pasado otros interlocutores a molestarle en otros momentos. – Podríamos decirle a Uriel que Aresius puede necesitar consejo y un refuerzo extra medicinal, podríamos ofrecer algún tipo de apoyo complementario en esa línea. La Guardia lleva años ahí, deben estar sufriendo mucho. – Ya tiene a cierto Capitán para oírle y aconsejarle si consigue superar el rumor de su propia voz. ¿Ahora nos preocupamos por la salud de la Guardia? – Es lo que vamos a decir, a callar. Lárgate del Sello, tienes trabajo. Acompañarás a Uriel, llévate a diez más de la Décima y ponlos a prueba. Si tenemos suerte, perderás el sombrero. No te estoy enviando al combate, registra lo que veas y... Dedica tiempo a las Hermanas de Batalla. Deben seguir allí, esa es tu prioridad, Capitán. ¡Largo! Hel Vaal se apartó recolocándose el gorro con mimo, para después darle la espalda buscando el giro de la capa de camuflaje. Contuvo la risa durante el trayecto para dejarle a solas. – Siempre hay trabajo. A bordo de la Barcaza de Batalla Memoria, tiempo más tarde en órbita de Prasinia... La pequeña batalla naval se presentaba luminosa y silenciosa desde la cubierta de observación, los pequeños cazas de combate astronaval y las andanadas de misiles surcaban el espacio vacío como motas de color aproximándose al destartalado navío Orko, respondidos a su vez por los fogonazos láser y proyectiles de todos los calibres imaginables por parte de acorazado saqueado. En condiciones normales, habría sido un oponente formidable para el Memoria y sus dos escoltas, Ladón y Alfanje, las únicas naves que los Martillos de Wikia habían podido enviar al sector, pero operada y modificada por los Orkos el resultado era caótico y un sinfín de potencial desperdiciado. Habían hallado la enorme nave en órbita del planeta, una sorpresa desagradable y el primer obstáculo que debían superar para la pacificación del planeta. El Bibliotecario Jefe era de la opinión de que la habían hallado aún en proceso de saqueo y habrían interrumpido las modificaciones y el afianzamiento de la tripulación Orka. Éste dejó de prestar atención a la batalla y cambió de página del gran códice que tenía ante sí en un atril simple de madera con delicadeza y despreocupación al respecto del proceso naval. – Quinta línea del segundo párrafo, borradla por completo – Instruyó sin mirar atrás a los dos ayudantes y escribas que obedecieron rápidamente manipulando cuidadosamente los pergaminos dispuestos en los escritorios plegables de madera sintética –. Dictaré el texto de reemplazo cuando se retire el Capitán. Aresius se giró sin prisa arreglándose los pliegues de la túnica encarándose al acceso a la cubierta, esperando pacientemente hasta el resonar de los pesados pasos de una servoarmadura aproximándose. Los escribas se centraron en su trabajo sin sorprenderse de las premoniciones del Bibliotecario Jefe, y no levantaron la vista cuando la puerta automática se deslizó silenciosa y entró en estancia la imponente presencia del Capitán de la Quinta Compañía. Drastos llevaba la armadura artesanal y los pertrechos ya desplegados a lo largo de la misma para entablar combate, con la característica abundancia de granadas con la que solía presentarse. De hecho nadie podía descartar un abordaje, por eso apretó la mandíbula y bufó suave, desaprobador, al ver a Aresius aún con nada más que una túnica. Descansó la diestra en la guarda de la espada sierra, acariciando distraídamente los detalles labrados a mano en la forja capitular, al inclinar leve la cabeza a modo de saludo respetuoso. – Yo debería dirigir esta fuerza de combate. Ahí abajo es una guerra, no una excavación de ruinas Eldars. Soy un Capitán, de una Compañía de Batalla. ¿Quién conoce mejor la fuerza bruta de estos xenos? Vamos a aplastarlos con mayor fuerza, y tiene que ser conmigo al frente – Expuso Drastos sosegadamente, despacio, ignorando cómo Aresius comenzó a esbozar una tímida sonrisa escuchándole. – No venceremos superándoles en salvajismo. El seno del Capítulo ha tomado esta decisión y la respetaremos pues no dudamos de nuestro Señor Eledan y asumimos que sus decisiones nos han llevado al esplendor que hoy tenemos, y seguirlas lo mantendrá. La Tercera y la Quinta están bajo mi mando en la operación que estamos llevando a cabo, Capitán Drastos. Por el gruñido ronco como única respuesta, la respuesta no satisfizo al Capitán. Se tomó su tiempo ahora observando la resolución del combate espacial desde el puesto de observación mientras cavilaba la réplica. La gran mole que representaba el acorazado Orko se había ido haciendo cada vez más y más grande según la trayectoria de la Memoria los acercaba manteniendo su lateral de estribor para que las baterías de armamento pudieran seguir hendiendo su casco desde la lejanía. La Gladius Alfanje ya entablaba combate directo en una pasada lenta y arriesgada enfrentándose a los cañones principales Orkos, infligiendo daño con sus propias baterías antes de apartarse y ceder el espacio a la barcaza de batalla para que la nave mayor hiciera lo mismo desde la corta distancia. La inercia empujó a los presentes hacia atrás cuando los motores de la barcaza de batalla pasaron a máxima potencia llevándolos a lo que iba a ser una inevitable confrontación prácticamente a cuerpo a cuerpo entre las dos grandes masas artilladas. Desde su posición privilegiada tras la maniobra, ya prácticamente sólo podía verse la masa de metal informe del acorazado y los continuos estallidos de luz de los impactos sobre los escudos reflectores propios y los estallidos de los contactos de los disparos aliados en el casco expuesto de la nave, desmenuzado poco a poco e impacto tras impacto. No tardó mucho en interrumpir sus pensamientos una transmisión interna, coincidiendo con el momento en que el acorazado saqueado empezaba a desaparecer de la vista bajo el propio casco del Memoria. – Mis señores, la anormalidad ha sido sido corregida y se precipita incontroladamente hacia el planeta. Entrará en contacto con su superficie y se convertirá en un recuerdo, la órbita está despejada y pertenece al Capítulo. Gloria al Emperador. Ambos Martillos se miraron un intenso instante, Aresius sonrió a medias, con una pizca de desgana, y Drastos asintió despacio. – Gracias, capitán. Continuemos con el plan original, desembarcaremos en aproximadamente treinta minutos. – Le dijo Aresius a Drastos. Éste saludó y cuando Drastos se giró, Aresius carraspeó para llamar su atención mientras volvía a encarar el gran códice que iba a continuar corrigiendo. – Capitán, nadie en todo el Capítulo ni en el Adeptus Astartes pone en duda sus aptitudes. Reúnase con el resto, prepárelos para desembarcar. En unas horas estarán combatiendo y necesitaremos que le vean dirigiéndolos, está aquí porque no hay nadie mejor para vencer hoy. Pero la responsabilidad de la operación me corresponde, no hablaremos otra vez de ello y no cometeremos errores. El plan que traemos funcionará, salvaremos este sistema y volveremos orgullosamente al Sello. – Forjaremos una nueva era. – Respondió quedamente Drastos sin detenerse. En la superficie de Prasinia... El Land Speeder Ventus sobrevoló la zona de aterrizaje de las Thunderhawks y la escuadra de la Décima Compañía contempló como el resto de elementos del Capítulo se desplegaba y reunía preparándose para los siguientes pasos, con un orden y una eficiencia que solo los astartes podían emular. El Sargento Torin Travelerg rió entre dientes observando el despliegue, sujeto prácticamente en el exterior del Speeder. – Prestad atención chicos, hoy vais a ver cómo un matasanos os da una lección sobre poner fin a vidas xenos. Esa armadura se le va a ensuciar muy rápido a Antares... ¿Creéis que los Apotecarios están sólo para salvaros el culo? Todos y cada uno de ellos os darían una paliza en los círculos de entrenamiento. Los Exploradores observaron, callados, intimidados ante la expectativa del combate próximo y de lo que parecía esperar el Capítulo de ellos. Al no obtener respuesta, el Sargento continuó, risueño y alegre. A diferencia de ellos, a él le estimulaba volver a la acción. – Ahora iremos a esa cordillera, más allá de la Guardia. En la zona de nadie, donde los ejércitos no se atreven a adentrarse temiendo al otro. Ahí es donde nos gusta estar a nosotros, donde la Décima pone sus catres y se echa a la bartola. Prestad atención exploradores, hoy sois los ojos y oídos de los Martillos de Wikia y el Capítulo espera que en unas horas les digamos la situación exacta de esta guerra. Si hacéis bien vuestro trabajo, mañana estaremos de vuelta. Torín volvió a carcajearse, más alto, disfrutando del viento, la altura y el estruendo de los motores del Ventus. Su escuadra estaba formada por los reclutas más nuevos, estaban ante su bautismo de fuego y se los habían asignado a él. Algunos los habían compadecido. – ¡Piloto, en marcha! ¡Lleva a la Décima Compañía a la Gloria, hoy sentiremos las salpicaduras de sangre Orka de primera mano! ¡Aprenderán a temer lo que no pueden ver! Mientras que los Martillos de Wikia terminaban de asentar su maquinaría y organizar a las Compañías tras tomar tierra, los Land Speeders de los Exploradores tomaron la iniciativa sirviéndoles de vanguardia, comenzando las operaciones que serían el primer paso del duro y decisivo golpe que asestarían al ¡Waaagh! Un segundo vehículo siguió la estela del Ventus, perdiéndose ambos por las cordilleras repletas de búnkeres improvisados y trincheras de la Guardia Imperial. El Land Speeder Aer, atestado, dejó de seguir la estela del Ventus y viró al este llevando a la escuadra de Niacke van Gaar y a su Capitán hacia el este en un vuelo bajo, rasante, por encima de las últimas trincheras de la Guardia Imperial. Poco después estaban desembarcando y el aparato despegando para cobijarse en una posición a resguardo y esperar instrucciones, y un par de horas de calurosa caminata por la montaña más tarde, al fin alcanzaron una aventajada posición para contemplar lo que les interesaba: – ¿Van en serio? – Preguntó Van Gaar, arqueando el labio superior en una mueca de sorpresa mientras consultaba a su capitán. Agazapados, los exploradores contemplaban en la sombra como el Adepta Sororitas se tostaba con el candente sol de mediodía en la planicie que quedaba bajo ellos. – Sí, Sargento, sí... Y nosotros también... – Respondió Conrad suavemente adelantándose a su Capitán -. No hay motivos para estar nerviosos, hermanos... neófitos. - Siguió con el apenas susurro modulado a través del altavoz, juguetón, aprovechándose de la imponente imagen que solía dejar a los más jóvenes la visión de las calaveras que adornaban la servoarmadura negra, incluyendo la forma del yelmo. Conrad era el Capellán Instructor de la Décima Compañía. – Exploradores de la Décima Compañía. – Corrigió Hel Vaal, que se levantó, apoyando la mano armada contra el árbol reseco y contiguo al reclinarse hacia delante, quedando su figura a contraluz –. No neófitos. Aquí no hay niños. Capellán Instructor, acompáñeme. Las Hermanas de Batalla se ofenderán si no voy yo. – Y usted se ofenderá si no estoy yo para evitarlo – Añadió con soltura Conrad, comenzando a caminar ladera abajo por propia iniciativa –. Dicen que lo han perdido todo, Capitán. No estarán contentas. – ¿El Capítulo no disponía de nadie más adecuado? – Se atrevió a inquirir Van Gaar con un acopio de valor, pero la silenciosa y furibunda mirada de Hel Vaal consiguió hacerle estremecer. – Soy un encanto, Sargento. No está en tu competencia entrometerte en las decisiones del Círculo Interior; sé tan amable de transmitir por nosotros a la órbita que pongan sobre aviso a las Hermanas o nos dispararán. Hel Vaal se recolocó el sombrero para echar una corta carrera y alcanzar al Capellán antes de quedarse demasiado rezagado. – Sí señor. Memoria, aquí Décima Compañía. Tenemos contacto con la Orden del Santo Icono, transmítanles que el Señor del Reclutamiento va a contactar con ellas inmediata y personalmente. La queda voz de un oficial de comunicaciones confirmó la recepción del mensaje, y a la Décima sólo le quedó esperar que las Hermanas de Batalla recibieran el mensaje con benevolencia. No eran pocos los antecedentes de problemas y conflictos de los Marines Espaciales y la Eclesiarquía, y entre ellos los Martillos de Wikia eran de los más alejados del Credo Imperial. A ninguno de ellos les extrañaría que terminaran llevándose las culpas de la pérdida de las propiedades de la Orden. La Orden del Santo Icono había sufrido graves pérdidas ante los Orkos, tantas que la integridad de la Orden misma se había visto comprometida. Habían pedido ayuda, y, para su exasperación, les informaron de que el Capítulo de los Martillos de Wikia ya había respondido a la misma petición de la Guardia Imperial. Pero para desesperación de ambos, llegaban tarde. – Lo han perdido casi todo – Señaló Conrad otra vez, abarcando con un gesto la hilera de blindados que formaba el perímetro del campamento de las Hermanas de Batalla. Seguía siendo una demostración de fuerza impresionante. Habían luchado por el planeta con las Fuerzas de Defensa Planetaria desde el primer día, y después junto a la Guardia Imperial. Sólo había un motivo por el que habían preferido dejar atrás sus monasterios e iglesias: un ferviente convencimiento de que volverían a recuperarlos arrasando ellas mismas a los xenos que los habían ocupado y saqueado –. ¿Marcharán con nosotros? – Eso venimos a descubrir. Deberían, querrán venganza y recuperar todo lo que no hayan mancillado los Orkos. No han colaborado nunca con los cadianos que sepamos... – El agravio y la pasión no siempre orienta el bólter hacia donde se debe, Capitán... – ¿Vas a saber más que yo, Capellán Instructor? – Mi trabajo es saber más que usted de las pasiones, Señor... El gruñido de Hel Vaal fue acallado por el estruendo de las orugas de un ornamentado Represor, una cruda adaptación del Rhino, cuando este se desplazó abriendo un hueco en el perímetro defensivo que formaban los propios blindados: una figura surgió aprisa sin esperar a que el tanque terminara de apartarse. La Canonesa Lilienne Vionse dejó atrás a sus sorprendidas hermanas y su escolta se apresuró a seguirla sin lograr ponerse a su altura. Vionse se había negado a arreglarse, seguía luciendo una capa dorada desharrapada allí donde las garras Orkas la habían hendido y la mugre, sangre reseca y polvo ennegrecían las otrora brillantes decoraciones que cubrían toda su servoarmadura. La cabellera blanca, que siempre aparecía en público perfectamente peinada, estaba enredada y se le pegaba a la cara. Pálida de ira, clavó la mirada primero en la encarnación de la muerte que era Conrad y luego en el Marine Espacial desharrapado, con la barba sin arreglar, con un absurdo sombrero y una armadura incompleta. ¿Esa era su disculpa? Insuficiente. ¿Dónde estaba su líder postrado ante ella? - ¡Bastardos! - Bramó clavándose en el sitio tan abruptamente que algunas de las hermanas de batalla chocaron entre ellas al detenerse, pasando a formar una doble línea en recuadro tras su canonesa, disciplinadamente firmes esperando órdenes, sin saber qué iba a pasar. Lilienne desenfundó la pistola bólter y comenzó a disparar sin pensar, comenzando sin esperar siquiera a terminar de apuntar tiroteando el suelo de forma ascendente hasta alcanzar al capitán. - ¡LADRONES, SAQUEADORES, HEREJES, IMPÍOS HIJOS DE PUTA, DESAPARECED DE MI VISTA! Los primeros proyectiles estallaron en la endurecida tierra y Hel Vaal, instintivo, no esperó y se lanzó a un lado al suelo. Aun así su maniobra no impidió que la Canonesa afinara su puntería y le chirriaron los dientes cuando la servoarmadura absorbió dos impactos directos, cuya potencia se trasladó directamente hacia sus costillas con un estallido de dolor que le recorrió entero. Una tercera bala rebotó en su hombrera desviándose por el ángulo. - ¡Me cago en...! ¡Mátala joder! - Protestó el Capitán desde el suelo. Hel Vaal alzó la vista al tiempo que descolgaba el bólter para contemplar atónito como Conrad permanecía inmutable, mirando al frente, con las manos sosegadamente sujetas frente al vientre. Él no era el objetivo. Para horror del capitán, cuando apuntó su bólter se le deshizo entre las manos estallando su parte superior con otro certero proyectil de la Canonesa. El último, por suerte. Lilienne Vionse se detuvo, temblando entera, con sus acompañantes desconcertadas sin atreverse a unirse al tiroteo, confusas al ver descontrolada a su superiora. Hel Vaal soltó el bólter, más bien sus restos, y se alzó repentinamente haciendo caso omiso de las amonestaciones de su cuerpo por la brusquedad y desplegó la garra relámpago de su guantelete derecho con un chisporreo de energía. - ¡¿QUIÉN TE CREES...?! ¡¿QUE VAS A SOBREV…?! Vaal calló, ignorando como veinte Hermanas de Batalla le apuntaron al unísono haciendo imposible que recorriera la corta distancia hacia la canonesa, cuando de inmediato le sujetó el Capellán de la muñeca impidiéndole proseguir. Solamente negó con la cabeza. - ¡Ladrones! - Volvió a vociferar, retadora, Vionse, recargando. Vaal apretó los dientes y haciendo caso omiso de todas las evidentes advertencias se soltó de su hermano, avanzó dos pasos más hasta que el Immolator más próximo rotó perezoso su torreta armada con dos lanzallamas gemelos y disparó. Ambos Marines Espaciales tuvieron el tiempo suficiente, y justo, para retroceder y librarse al menos de buena parte de la andanada de fuego. La participación del tanque desanimó repentinamente al Señor del Reclutamiento, que sencillamente recogió su sombrero del suelo, la córrea de su bólter dañado y dedicó una última y furiosa mirada cargada de promesas hacia la difusa figura de la Canonesa al otro lado de las llamas y el aire sobrecalentado. - Parece que la hemos ofendido, Capitán. - Cállate. Volvemos con la Quinta. Ahora es problema suyo. Campamento del Segundo Regimiento, en ese mismo instante. El corredor apenas tuvo tiempo de abrirse paso a través del apretado y escarpado puesto de avanzada y colarse en la tienda de mando. – ¡Vienen, Comandante, vienen! – Exclamó el joven guardia imperial, olvidando saludar, resollando del esfuerzo. Temblaba enteramente de la emoción, y señaló repetidamente el acceso a la gran tienda con nerviosismo. – Calma. – Rezongó el aludido, respirando hondo y ajustándose el decoradísimo chaquetón con un gesto según empezó a rodear el gran proyector holográfico que mostraba al pequeño concilio militar la situación del planeta actualizada según se introducían los informes de campo más recientes. Aunque la intención del comandante era continuar con un rapapolvo sobre la formalidad y el respeto del protocolo, los pesados pasos del exterior lo enmudecieron, y siguió acicalándose con parsimonia según esperaba expectante. La aparición del Marine Espacial empequeñeció cualquier elemento de la sala, incluyendo el grande y vistoso holograma. Concluyó su pesado paseo directamente frente al comandante obligando a apartarse torpemente tanto al mensajero como a varios suboficiales que se hallaban en el camino, y habló sin presentarse. La autoritaria voz tronó sin la modulación típica de la armadura, Drastos casi nunca llevaba casco. – Reúna toda la artillería de la que disponen en el Sector E6. También los tanques que le queden capaces de apoyar un asalto de infantería - El Capitán de la Quinta señaló un punto del planeta holográfico tras revisarlo unos segundos –. Tiene diez horas para conseguir todo lo que pueda. Todo. – ¿Artillería? ¡¿Qué pretenden hacer?! Si hiciéramos eso dejarnos sin apoyo a medio ejército.. ¡Los constantes bombardeos son lo único que frenan a esas bestias! ¿Quién es usted? - El Comandante Auriel estalló en preguntas cuando se recompuso de la impresionante visión del hombretón acorazado y las secas órdenes. El Marine Espacial no se tomó bien la réplica y se llevo ambas manos al cinto, reclinándose hacia delante levemente para compensar la diferencia de altura. Drastos clavó la intensa mirada en el hombre, apretando la mandíbula en un gesto iracundo según hacía un esfuerzo por encontrar las palabras adecuadas. – Hágalo. También queremos las reservas aquí, todo hombre, mujer y niño que no esté disparando a los xenos debe acudir aquí – Respiró intensamente, volvió a erguirse –. El Capítulo de los Martillos de Wikia toma el mando de esta operación, Comandante. Sirvan al Emperador sin réplica. – Sal de mi cabeza, Bibliotecario – Musitó para sí mismo el Capitán torciendo el gesto por la intervención. Drastos dio la espalda al aturdido consejo de oficiales. Suspiró antes de añadir, en absoluto relajado –. Los Marines Espaciales somos el acero que el Emperador empuña para herir de muerte a sus enemigos. Obedecernos, es obedecerle. No desperdicien sus vidas con torpes planes y temores mundanos, mueran siguiendo las órdenes correctas. Ocho horas, Comandante. Aproximadamente ocho horas más tarde, pues... La primera línea de la batalla se podía llamar alegremente infierno sin siquiera haberse retomado los combates. Las trincheras, pozos de tirador y tanques que la Guardia Imperial mantenía como principales posiciones de defensa no dejaban de sufrir ataques espontáneos y agresiones improvisadas y cada vez de lo más extrañas, como el intento de una veintena de Orkos de superar las defensas encaramados directamente en el casco de un destartalado caza de combate convirtiéndolo en un rudimentario y desastroso transporte de tropas. Si bien el avión apenas consiguió alzar el vuelo y se estrelló por sí mismo a cientos de metros de la primera trinchera, las cargas constantes apoyadas, ocasionalmente, con maquinaría de guerra e incluso con los impredecibles poderes psíquicos Orkos, eran una presión constante que mantenía la moral de la Guardia por los suelos y les exigía un coste de vidas y recursos continuo para asegurar que ninguna de esas pequeñas incursiones representaba una amenaza para el resto de fuerzas. Ni siquiera formaban parte de un plan, pues los orkos eran demasiado beligerantes e indómitos como para que cualquier kaudillo consiguiera refrenarlos a todos mientras completaban los preparativos para otro asalto a gran escala. Esas actividades sí correspondían a un plan de guerra. Warzuz el Zuperzentauro utilizaba una sinfín de Mekánikos para alzar un ejército de tanques, transportes acorazados y andadores que empleaba como punta de lanza para un gran asalto superando las fuerzas imperiales hasta que, en parte gracias a la consistencia relativa de la mecánica Orka, la parte blindada de su ejército se iba deshaciendo. Entonces retenía sus tropas, las obligaba a atrincherarse y a reconstruir los tanques y gargantes para volver a encabezar con ellos otro asalto. A veces les llevaba una semana, otras un par de días; así habían rebasado todas y cada una de las defensas imperiales hasta dominar gran parte del planeta. Le había costado casi una decena de años dominar a los suyos, aniquilando Kaudillos y señores de la guerra uno a uno hasta imponerse. Incluso poseía ahora un acorazado, pronto su ¡Waaagh! dominaría las estrellas. El Comandante Auriel había intentado en numerosas ocasiones frustrar los plantes Orkos saboteando sus talleres improvisados o tratando de superarles en una sucesión de elaborados planes de ataque, desmantelados por la brutalidad y simpleza Orkas dirigidas por una cabeza pensante que entendía lo que pretendían los humanos: el Gran Jefazo protegía bien al enorme grupo de Mekánikos y no cayó en ninguno de los cebos, conteniendo a sus tropas o enviando solamente fragmentos de bandas orkas para corresponder, unas bandas que a pesar de sus pérdidas no decrecían. Su plaga ya era total, y aunque desmantelaran el ejército se tardaría otra veintena de años en limpiar el planeta de presencia Orka. No se había conseguido más que retrasar los preparativos para el siguiente ataque, y en esta ocasión no les quedaba más esperanza que agrupar fuerzas, concentrar todo el daño que pudieran hacer en esa punta de lanza acorazada y rezar al Emperador para que pudieran contener el ataque, tal vez ya el último. Los rezos habían sido respondidos cuando el Capítulo de Marines Espaciales acudió en su ayuda, por lo que cuando el terrorífico aullido colérico, gutural y acompañado de los rudimentarios motores de los Orkos llegó a través de los escarpados valles y hondonadas, los cadianos pudieron alzar la vista y contemplar esas regias figuras de color gris y carmesí que mantenían la guardia con fría serenidad. Y por primera vez, pudieron sentir que, de verdad, el Emperador estaba de su lado. Los Orkos nunca serían famosos por una refinada estrategia, pero el Zuperzentauro pasó a los anales de los Martillos de Wikia como un avezado líder entre los suyos. Naturalmente, el plan Orko era sencillamente un choque frontal a lo largo de toda la cadena montañosa que actualmente ocupaban la Gloriosa y los Martillos de Wikia, encabezado por un gran número de Lataz Azezinaz y Kamionez con improvisadas chapas y refuerzos pensados para soportar la artillería y los proyectiles de mayor calibre que les esperarían. Todo comenzó con la brutalidad esperada por ambos bandos. No obstante, que los Orkos se lanzaran a la ofensiva tuvo un motivo concreto... El sutil zumbido del disparo silenciado del francotirador eliminó al primer centinela Orko, y antes de que el segundo pudiera terminar de asimilar que su interlocutor había perdido medio cráneo Xaller salió de su escondrijo y saltó contra él, clavándole el cuchillo de combate en el cuello. Aun así el Orko se debatió, con un gorgojeo ininteligible como protesta, y lo arrojó al suelo. La vida se le escapaba y aun así al centinela anónimo no se le agotó el ansia combativa, desenfundando con torpeza una destartalada hacha de combate para lanzarse contra Xaller, que ya se levantaba. Torin cogió suavemente el cañón del francotirador del tirador oculto, bajándolo ante la alarmada mirada del explorador. – Es su lucha. – Cortó, serio. Xaller sujetó con ambas manos el cuchillo de combate bloqueando el tremendo golpe del hacha del Orko, cuya potencia le hizo volver a caer sólo que ahora pudo recomponerse con una grácil voltereta para alzarse de nuevo en guardia. La bestia aun moribunda tenía una fuerza muy superior a la de su oponente, y sujetándose como podía la herida que no paraba de borbotar sangre continuó su acoso encontrando su final; Xaller en esta ocasión no absorbió el golpetazo, sino que desvió con una ágil cuchillada el arma del Orko abriendo su guardia, y de una segunda estocada penetró profundamente su vientre abrazándose a él en un nuevo choque, cayendo pesadamente ambos cuerpos. El Explorador no dejó de apuñalar hasta que la musculosa masa verde dejó de moverse, sin vida, en un charco de sangre. – Moveos, moveos, no perdáis el tiempo. No hacen rondas regulares. Dos allí, tres al frente. Dos tiradores aquí. Xaller, límpiate, por el amor que Dorn profesaba a sus hijos. – Torin no perdió tiempo ante el desenlace, sacando a la escuadra de la cobertura para terminar de dominar la cumbre. Frente a ellos, una abrupta bajada llevaba directamente al desenfrenado campamento Orko, en mitad de los preciados talleres. Lo habían visto desde el cielo, desde la lejanía, y la tentación fue demasiado para el Sargento: un enorme gargante, un caminante que emulaba a los titanes imperiales en tamaño, armamento y terror, estaba allí, ante ellos, prácticamente listo para acompañar a la hueste. Los Mekánikos estaban ultimando reparaciones en él, o añadiendo más armas, o retocando a saber qué de él. No le importaban los detalles. – Epsilón, ¿cuántas cargas de demolición tenemos? – Preguntó con malicia Torin con la vista fija en el conjunto de andamios de montaje y soportes extra que utilizaban los Mekánikos en la cara que les daba a ellos. Claro que había un sinfín de Orkos rondando, más los trabajadores, más el resto de parque de vehículos, centinelas y rudimentarios muros limítrofes del campamento en sí... Pero Torin Travelerg ya no veía otra cosa. – Once, Sargento. ¿Por qué tantas? – Nuestro Capitán nos conoce. Epsilón, avisa a Van Gaar; En una hora necesitaremos apoyo aquí y extracción. Los demás: cuerdas y preparaos para el descenso, hoy vamos a hacer caer un gigante. Y el enorme gargante cayó. Desencadenando a una horda de Orkos que ni el más grande de los Kaudillos podría haber contenido. Un proyectil impactó en la hombrera de la servoarmadura y desestabilizó al Marine, un segundo impacto atravesó la protección y le hizo apretar los dientes antes de que tuviera tiempo de retroceder hasta protegerse con la enorme masa del Land Raider Bodleian, que mantenía la posición majestuosamente. El intenso fuego que recibía por parte de los blindados Orkos no parecía siquiera perturbar a su tripulación, sólo arañaba su pintura carmesí. – ¡Señor! – Maximilian Kot había visto caer al Señor del Apothecarion, tan destacable en la hasta ahora impoluta armadura blanca. La unidad del Hermano Kot, de Asalto de la Tercera, estaba dispersada por el frente tras eliminar una amenaza motorizada y estaban reagrupándose utilizando el Bodleian como estandarte. Había sido el primero en llegar tras la derrota de la desenfrenada vanguardia Orka, que se había estampado contra los cadianos y los Martillos. – Estoy bien. Estamos en mala posición, demasiado por delante de la Guardia Imperial. – ¿Y ahora qué? – Maximilian debía esperar al resto de su escuadra, mientras que los Tácticos que acompañaban a Antares se agolpaban contra la protección del poderoso vehículo. – Seguimos avanzando – Contestó Uriel Antares apretando los dientes, sonriendo bajo el casco a pesar de todo, saliendo de la cobertura y descargando todo el cargador del bólter según abandonaba la protección, ordenando la carga cuando ya la había comenzado –. ¡MARTILLOS DE WIKIA! ¡ADELANTE, ADELANTE! ¡NO OS PARÉIS, AVANZAD HASTA LOS ENEMIGOS DE LA HUMANIDAD Y ANIQUILADLOS! El Señor del Apothecarion volvió a exponerse al fuego y avanzó por el agrietado terreno, disparando al frente mientras sujetaba en la diestra a Sangre, la espada encarmine que bullía de energía con la ira contenida durante milenios por la Guardia Sanguinaria de los Ángeles Sangrientos. Uriel sabía que el arma era una verdadera reliquia y no podía simplemente ignorar el misticismo que la envolvía. Le complacía poder, al fin, blandirla contra una de las más antiguas y odiadas plagas del universo. Honraría el regalo. Los Marines Espaciales corearon tras él cuando la Tercera y Quinta Compañía convergieron con su avance, sobrepasando las trincheras hacia el maltratado y pisoteado terreno que quedaba entre ambos ejércitos, para ir a buscar a los Orkos mientras estos hacían lo mismo, rugiendo sus motos tanto como su infantería en su carga en masa. – ¡SOIS EL PUÑO DEL EMPERADOR! – Bramó Uriel Antares – ¡LA CARNE ES DÉBIL, POR ELLO SÓLO SOMOS ACERO! ¡SOMOS EL MARTILLO! ¡SU DESTRUCCIÓN! – Siguió alzando la vista cuando los Hermanos de Asalto le sobrepasaron y cayeron a plomo sobre los primeros Orkos. Incluso a través del estrépito de las explosiones, los gritos - propios y ajenos - los lamentos de la escuadra Kaledor llegaron a él con estremecedora claridad. El Sargento Adrius, de la Quinta, emitía esos terroríficos aullidos modulados con toda la perfidia que había sabido imponer el inventor Hayato Fukai para amedrentar al enemigo. Lo usó de referencia, y Uriel se dirigió hacia ellos para blindarles su apoyo contemplando cómo se producía un breve duelo. Adrius Kaledor había caído con todo el peso de su servoarmadura sobre dos piztoleros Orkos a los que, inmediatamente, había dejado fuera de juego a golpetazos con los cantos del escudo tormenta antes de reactivar su campo de fuerza y absorber, rugiendo en desafío, toda la andanada del cañón de uno de los Dreadnoughts Orkos que se desvió para hacer frente a las dos Escuadras de Asalto que se habían atrevido a adelantarse. – ¡¿Eso es todo lo que tenéis?! ¿ESO CREES QUE ES SUFICIENTE PARA UN SIERVO DE LA HUMANIDAD? – Retó Adrius, apenas haciéndose comprensible por encima de su treta acústica. Más ininteligible fue la respuesta ronca del Orko atrapado en el interior del Dreadnought cuando desvió el cañón precisamente hacia Uriel, que tuvo que tirarse al suelo, e hizo espacio para dirigir una ruda extremidad terminada en un pico perforador de minería. Adrius, previsor, reactivó los propulsores de salto para impulsarse por encima del Dreadnought y sobrevolarlo tomándose el lujo de contemplar durante un segundo, y asombrarse, de la enorme cantidad de Orkos que se dirigían hacia ellos. Se posó tras su oponente, mientras este se giraba, de cara a un Noble sorprendido de verlo caer. El gran Orko alzó su rebanadora con un bramido y la descargó contra el astartes, que de nuevo interpuso el escudo tormenta con ágiles reflejos de combatiente experto y contrarrestó con una poderosa hendidura del hacha de energía en el costado del orko, que ladeado, se inclinó moribundo y recibió una segunda dosis de hacha concluyendo su corta vida de pielverde. El Sargento comprendió que había tardado demasiado cuando una oleada de calor, primero, y luego una lluvia de restos le azotó desde detrás. Se imaginó que otro astartes había empleado una bomba de fusión y por tanto no se sorprendió de ver que un Marine de Asalto de la Tercera se colocaba a su lado, disparando y cubriendo su izquierda mientras él mismo lo protegía con el escudo y esperaba al resto. – ¿Hermano Max, verdad? – Adrius apagó su terrorífica y continua transmisión por el altavoz tanto para hablar como para atender con más precisión a su escuadra de forma interna –. Escuadra Kaledor, a mi posición. Aquí hay mucho que despejar, y la Tercera no va a llevarse más Orkos que nosotros. – Sí, señor. – Respondió Maximilian Kot, jovial, complacido de que un héroe como Adrius se hubiera fijado en él. Tenían una larga batalla juntos por delante. El noble orko cayó partido en dos cuando, tras el cuarto impacto, su megarmadura cedió ante Sangre. Ignorando los chorreones de sangre del pielverde, Uriel Antares pasó por encima y cayó encima del siguiente y aplastó a un tirador que se había adelantado demasiado, para inmediatamente después levantar la pistola hacia la derecha y bajarla sin necesidad de disparar, pues el cañón de fusión del Bodleian caldeó el ambiente justo en esa dirección y, de nuevo, convirtió uno de los karros de guerra Orkos en una ruina humeante que estalló con tremenda fuerza. Decenas de Orkos desembarcaron desenfrenadamente, algunos ardiendo. – ¡SCIPIO! – Gritó al comunicador Uriel, señalando con la roja espada alzada. – ¡A mis dos, escuadra de combate, disparo de contención! Un sargento respondió rudamente y desplazó media unidad para colocar a cinco de sus chicos, incluyendo el bólter pesado, encarando a ese desembarco. Los Orkos abandonaron el infierno de su transporte destruido para encontrarse con el ordenado y preciso fuego de los Tácticos de la Quinta Compañía, truncando cualquier carga. – ¡Arxeo, Tercera, atrás! ¡Kaledor, caminante a mis nueve, sacadlo de nuestro camino! ¡¿Dónde están las Stormtalon?! – El Señor del Apothecarion se plantó allí, pisoteando sin advertir los restos caídos Orkos, dirigiendo el frente in situ. Sus Hermanos de Batalla se movían alrededor suyo, fluían a través de su mando; nadie perdía el tiempo, nadie se excedía, todos se movían según el plan y contenían la marea verde con la furia de los Ángeles de la Muerte, a golpe de bólter y espada sierra. No estaban solos, naturalmente. El fuego más pesado de la Guardia Imperial zumbaba y destrozaba la retaguardia orka, y la masa verde atestaba los abruptos pasos hacia las zonas de conflicto, donde los Marines Espaciales hacían de tapón, apiñándolos, empleando la furia por el ataque a su campamento como señuelo para sacarlos de posición. El plan que había sido diseñado en El Sello Eterno estaba funcionando. Aresius Keltar dejó tranquilamente su puesto de observación para informar al resto de los progresos y comenzar con la segunda parte del mismo. – Makius – Susurró el Bibliotecario Jefe, atrayendo la atención del Codiciario obligándole a dejar de limpiar su enorme mandoble. Aresius no malgastaba nunca palabras, así que prestó suma atención en silencio -. Acompaña a Drastos. Es vuestro turno, comunícaselo. Sabrá que hacer, mejor que nosotros. – Sí, señor. Un placer. Que ardan... – Makius se levantó, se inclinó ante su superior y se marchó a paso vivo cargando al hombro el gran mandoble Dáinsleif. Poco después, en otro foco de conflicto, una escuadra de mando desaparece bajo un impacto de artillería... Aturdido por la explosión y la caída, el Capitán reaccionó instintivamente tiroteando con la pistola de plasma a la primera silueta que asomó entre la polvareda, desplomándose un Orko ante él con varios agujeros aún humeantes en el torso. Drastos comenzó a tomar consciencia de sí mismo y su situación cuando al mover la pierna izquierda una oleada de dolor amenazó con desmayarle. Ni siquiera se atrevió a mirar. El incesante pitido que había reemplazado su capacidad auditiva le informó que el servocasco tenía daños importantes, aún pensaba en ello antes de advertir que el sensor óptico empezaba a fallar también. "Hoy no abandonarás este puesto de avanzada sin casco", le había dicho su Capellán. Rezongó para sí mismo, quejándose y refunfuñando mientras recuperaba el control y su anatomía de superhumano se sobreponía al esfuerzo que debía hacer, la servoarmadura ayudó inyectándole calmantes. Poco a poco, empezó a ponerse en pie. Otro Orko apareció rugiendo y, en esta ocasión, el Capitán de la Quinta tuvo tiempo de recomponerse y esperar a recibirle blandiendo a Carmesí. La fiel espada sierra ladró al girar sus dientes de adamantio correspondiendo al bramido del Orko que cargó disparando sin puntería y trazando un brutal arco con un machete que interceptó la espada sierra, comiéndose su filo hasta partir el arma. El Orko tardó demasiado en comprender que su arma, cortada en dos, era demasiado corta como para hacer frente al Capitán y perdió el brazo antes de intentar huir, momento en que la pistola de plasma lo remató. Un quejido acompañó al disparo, el obús había caído cerca y dispersado a su escuadra de mando. Herido y mareado, Drastos no encontró ningún modo de reposar ni de buscar cobijo: más Orkos, y ningún Hermano de Batalla. La figura de un Noble acorazado y varios compinches de menor calibre entraron en juego con más bramidos y retos salvajes, e Ignace Drastos tuvo que sacar fuerzas de la mayor obstinación para alzar de nuevo la espada sierra, dispuesto a sobrevivir a aquello y más. Una andanada de gran calibre sacudió la tierra y destrozó al trío que se había adelantado para cazar a su presa herida. El cuarto, mucho mejor protegido con el grueso blindaje con el que cubría su cuerpo sin ningún orden ni estética concretos, retrocedió a su vez al recibir varios impactos en el torso. El Noble rugió y al final buscó un objetivo más fácil. Sólo entonces Drastos se permitió alzar la vista hacia sus refuerzos, y el destello multicolor que le llegó desde su salvador a través del intenso polvo le permitió identificarlo al momento. Sólo había un Martillo de Wikia que se permitiría acudir así a un acto de servicio, con una brillante cresta multicolor decorando el yelmo en forma de kabuto. Mucho antes de siquiera poder intuir la silueta del servobrazo coronando al Tecnomarine, que siguió sujetando y descargando ráfagas de devastación sobre las filas Orkas a través del bólter pesado que sujetaba con firmeza y conectado a su armadura de exterminador con sistemas hidráulicos, ya sabía que se trataba del inventor Hayato Fukai, el más reciente Ojo del Omnissiah. – Watashi no namae wa Fukai Hayato desu. – Canturreó el Tecnomarine sin dejar de avanzar ni de disparar, permitiéndose volver al dialecto nyumbano de Nichiyoru. – ¡Anata wa watashi no warui mohikan wo mimashita. Shinu jumbi ga dekite! Cuando llegó a él, la expresión de asombro de Drastos tuvo que ser un poema para Hayato, quién se forzó a no reírse y tradujo, al menos parcialmente. – ¿A quiénes he de matar para volver a mi forja? El Tecnomarine trajo consigo una extraña sensación de calma, a pesar de que el combate seguía fluyendo alrededor. Pronto Drastos advirtió el por qué de esa sensación: El bólter pesado no calló ni un solo instante. – Me alegra verle, Fukai. Será mejor que siga apuntando ese trasto que lleva hacia los orkos y no se pare a hablar conmigo. – Este camino nadie ya lo recorre, salvo el crepúsculo. – Y el breve encontronazo terminó cuando Hayato Fukai continuó con lo que para él parecía un cómodo paseo mientras descargaba un interminable cargador contra la marea orka que se había desplazado para impedir el movimiento de flanqueo general de esa parte de las fuerzas imperiales, una sorprendentemente capaz respuesta del Gran Jefazo. Su cresta multicolor adquirió un tono oscuro, casi apagado. No contaba con sus compañeros del Concilio de Experimentación, por lo que redujo la función de la cresta a mera arma psicológica. De su placa facial en permanente enfado empezó a emanar un humo negro que envolvió su enrome figura, camuflando por instantes secciones de su armadura ornamentada cuan samurai de la antigua Terra. Un aparatoso y lento séquito de servidores de combate y reparaciones siguió al Tecnomarine mientras este recitaba pequeños poemas e ignoraron a Drastos, que al fin empezó a ver de nuevo caras conocidas cuando los emblemas de la Naginata aparecieron ante él. Una de sus Escuadras Tácticas se desplegó en torno a él y su propio sargento, Ren Hashija, le ayudó a caminar y retroceder. – La Escuadra Cognis está bien, Señor. Usted se ha quedado atrás, ha funcionado. La Quinta ha detenido el contraataque orko, lo ha leído a la perfección Capitán. Si no hubiéramos estado aquí... Hashija calló cuando un Predator de la Quinta llamó la atención aproximándose, rodeándoles y ofreciéndoles protección con su grueso blindaje. El vuelo bajo de las Stormtalons y, poco después, los estallidos de sus proyectiles completó el resto del despliegue que había escapado al control del Capitán durante su breve "paréntesis". En la lejanía, Hayato ordenaba a varios servidores que formaran blocados o usaran cráteres como pozos de tirador. Drastos respiró hondo y recuperó visiblemente la vitalidad al recobrar el control sobre la situación. – Naginata, seguid adelante con Fukai y reagrupaos con Cognis. Que os respalde el Exitium, mantened el combate alejado de la Guardia Imperial para que completen su desplazamiento. Me reuniré con vosotros cuando sea posible, hasta entonces recordad que sólo hay un posible final para este día, y es que el ocaso llegue con el estandarte del Capítulo por encima del Kaudillo Orko. ¡Adelante, Quinta! ¡Forjad esta era! Los Tácticos respondieron animosamente y lo dejaron atrás, así como el Predator Aniquilador Exitium. Más adelante de su herido Capitán, la Quinta mantuvo una férrea defensa respaldada por los relativamente inesperados refuerzos provenientes del Adepta Sororitas, permitiendo que una maniobra de envolvimiento aprovechase los huecos del terreno con las mejores tropas de choque del Comandante Auriel y lo que había podido reunir. Así que cuando los Martillos de Wikia mantuvieron el tapón, con las fuerzas del Señor del Apothecarion por un lado, y con los esfuerzos de Drastos por otro al leer el imprevisto desvío de tropas Orkas (que tal vez intentaban hacer lo mismo que ellos), las tropas imperiales lograron alcanzar una posición aventajada frente a las huestes del Zuperzentauro cerrando su pinza, y así tanto Auriel como la Canonesa Lilienne Vionse consiguieron al fin una victoria significativa frente a los Orkos, que tarde o temprano se desmembrarían frente al acoso continuo y al progresivo despiece selectivo de su principal potencial mecánico. No obstante, esa esperanza y esa sensación de victoria no implicaba que fuera a ser sencillo. La batalla duraba ya tres horas y Hayato Fukai contaba mentalmente las balas de su última ronda de municiones, obligando a buscar cobertura en los restos de un Kóptero Orko a un grupo de nobles fuertemente armados mientras los Tácticos fluían a su alrededor y, finalmente, un destello azulado llamó su atención. El ambiente se agrió cuando la Disformidad permitió que un psíquico la manipulara, un chasquido sirvió de orden para que el aire se convirtiera en fuego, y el fuego se tornó en muerte. Makius Niddhog llegó junto a la enorme figura del Tecnomarine manipulando las esotéricas fuerzas de la piromancia para, a pesar de su cobertura, convertir en poco más que restos calcinados a ese nutrido grupo de Orkos. - Hecho de aire, entre pinos y rocas, brota el amigo - dijo sin girarse Hayato, el cual seguía emitiendo su niebla negra, dispersada por la aparición del Martillo-. Llegas tarde. Había muchos más a los que atender, por supuesto, pero ninguno de los dos estaba preparado para lo que se les vino encima. El suelo tembló y los Orkos abrieron paso para el avance de una abominación terrible cuando el mismísimo Zuperzentauro hizo acto de presencia. – ¡Esta cosa no debe estar aquí! – Se quejó débilmente Makius alzando el mandoble, preparándose mentalmente para la lucha que iba a tener lugar. Ante él, el Sargento Hashija ordenaba retirada inmediatamente y veinte astartes se apartaron de la trayectoria del monstruo. El Gran Jefe se había unido, aferrándose a la vida, a su ziberjabalí. Todo su torso perforado por cableado médico y conexiones biónicas que un Doktor Zerdo y un Chapuzaz con mucha imaginación habían colocado para que Orko y bestia fueran uno solo se retorcía según el gran Orko bramaba y agitaba por encima de él una gran lanza de hueso cubierta de runas que clamaban el poder de Gorko y Morko con ambos brazos. Una tromba incontrolable de pielesverdes, totalmente ida, perseguía a su Gran Jefe en su máxima expresión de adoración, en la estela de su dios viviente. Disparaban al aire o contra otros Orkos, sin distinguir, sin guerrear de forma abierta, sólo con la necesidad de contemplarlo lo más cerca posible. El Predator Exitium retrocedió lo que pudo, pero la abominación Orka se dirigió directamente hacia él y lo embistió para, ante la atónita mirada de los astartes, volcarlo. El pesado Predator quedó alzado sobre las orugas de su derecha y, mediante la fuerza titánica de los potenciados brazos, el Gran Jefe terminó de volcarlo para que su alud de fanáticos comenzara a escalarlo e intentaran despiezarlo. – ¡ZOY EL GRAN ZUPERZENTAURO! ¡ZOY EL ORKO MÁZ FUERTE DE LA GALAXIA! ¡ZOIZ UNOZ MEKETREFEZ! – Se pavoneó. Fukai se recuperó del espectáculo, mientras que la Escuadra Naginata se posicionaba comenzando a aniquilar fanáticos y tiradores dispersos Orkos que debían limpiar para siquiera pensar en llegar a su líder. – Kokujo Tengen Myo'o... – Comenzó Hayato Fukai, caminando primero mientras disparaba los últimos proyectiles del cargador del bólter pesado, después dejando en manos de un servidor el arma y por último comenzando una carrera. Repitió, vociferando su desafío –. ¡KOKUJO TENGEN MYO'O! El Tecnomarine, revestido con una armadura de Exterminador, barrió los primeros Orkos a disparos y se enfrascó en una sangrienta lucha cuerpo a cuerpo donde se dedicó a aplastarlos con los puños al principio y luego con Abrebrechas, su martillo de trueno, con el atronador vozarrón del Gran Jefe carcajeándose por encima y delante de él, esperando que consiguiera llegar. Un Orko perdió la cabeza en un estallido a su izquierda, y un segundo y tercero fueron troceados cuando Dáinleif se sumó a la refriega en manos de Makius. El gran mandoble psíquico se movía veloz al paso del Tecnomarine para que pudiera alcanzar su objetivo. – ¡Me haré cargo de esta chusma, así que mátalo en nombre de...! ¡LO QUE SEA, MATA A ESE MONSTRUO! – Gruñó el Codiciario adelantándose, expuesto, entre la marea Orka que empezaba a rodearles ignorando el vulnerable tanque para proteger a su líder de ellos. Parafraseando las arcanas invocaciones de su caído mentor, Makius volvió a caldear el ambiente cuando invirtió la hoja del mandoble y lo clavó en el suelo provocando un estallido psíquico que provocó una gran conflagración. El estallido ígneo barrió de Orkos un par de metros y, sobre todo, ahuyentó a la mayoría, mientras la Armadura de Exterminador protegió más que suficientemente a Fukai para que pudiera llegar hasta Warzuz, quien se inclinó sobre él descargando la gran lanza. El servobrazo se interpuso agarrándola directamente, y la extensión chirrió quejándose por la enorme presión mientras el Orko híbrido presionaba y reía. – ¡INZEKTO! – Se burló cuando reveló que lo que parecían adornos en las pieles que colgaban de las caderas del jabalí no eran otra cosa que akribilladores, y comenzó a descargar proyectiles a quemarropa contra el Tecnomarine. La armadura volvió a quejarse y los proyectiles sólidos restallaron una y otra vez contra el tanque humano, contra el mejor blindaje de infante que podía permitirse la humanidad; Zuperzentauro no conseguiría herir a Fukai, pero tampoco le estaba permitiendo utilizar Abrebrechas. El astartes finalmente tuvo una apertura y descargó un soberano golpe contra el jabalí cibernético para descubrir que era tan duro como la coraza de un tanque. El Gran Jefe volvió a reír y soltó una mano de la lanza para descargar un manotazo contra el Ojo del Omnissiah con una potencia atroz arrojándolo literalmente por los aires un par de metros, suficiente para aplastar a varios Orkos y estamparlo contra el Predator y terminar de volcarlo con un estruendo. – ¡NO HAY NADA KE NO PUEDA ATRAVEZAR MI PINCHO! – El Gran Jefe se envaró, encabritándose, girando la gran lanza ósea preparándose para una nueva embestida contra el Exterminador cuando una nueva bola de fuego le aturdió y llamó la atención. Makius le retó justo enfrente, en posición de guardia, por lo que el Orko se limitó a bufar quitándose garrapatos peluca de su chamuscada melena y a redirigir su carga contra él. Lo arrolló literalmente bajo su tremenda fuerza, masa y peso, y cuando el Orko se dio la vuelta para otra pasada se sorprendió de encontrarse herido. Dáinleif había hendido su bruñida coraza y cortado un par de cables de alimentación, por lo que aceite caía libremente por su costado mezclado con sangre. – ¡HA ZIDO ZUERTE! – Rugió ciego de ira. El Codiciario se reincorporó mirándole fijamente, atento a su siguiente movimiento. Le había pasado por encima, literalmente; había pagado fuerte el precio de herir el orko, pero no había encontrado forma de eludir su rápidez y su fuerza bruta. Al menos así podía ganar tiempo y herirlo mientras se le ocurría algo mejor o llegaban más Hermanos de Batalla. Fukai se había levantado, pero no lo vio el orko, entonces Makius entendió su oportunidad. Obligó a la servoarmadura a seguir moviéndose y avanzó hacia el kaudillo orko preparado para otra ronda. Cuando el Zuperzentauro se lanzó a la carga, Fukai se lanzó a su intercepción saltando contra él. El monstruo lo comprendió demasiado tarde para detenerse, pero no para defenderse, y desvió la lanza hacia el tecnomarine, y no falló. Su lanza fue capaz de hendir la armadura de Exterminador, empalando a Hayato Fukai de lado a lado y quebrándose después tras la fuerza y la inercia del impacto cuando el tecnomarine golpeó el costado del jabalí con su propio cuerpo y Abrebrechas para desestabilizarlo y hacerle tropezar, una oportunidad que no iba a desperdiciar el Codiciario, que sólo tuvo que recibirlo empuñando a Dáinleif con ambas manos y hendirla en el torso del desestabilizado Orko, que bramó furioso incapaz de impedirlo. El mandoble psíquico penetró hasta casi la empuñadura en el deforme cuerpo del Kaudillo, que dirigió una colérica y funesta mirada a su verdugo para imprecarle, airado. – ¡ZOY EL MÁZ FUERTE, NO PUEDEZ PARARME, MEKETREFE! – Al final... – Replicó lentamente Makius mientras toda la hoja de Dáinleif comenzaba a arder, devorando el interior de la abominación orka. – Todos ardéis igual, hijo de puta. El Gran Jefe Warzuz el Zuperzentauro, que había unido y preparado un ¡Waaagh! capaz de poner contra las cuerdas todas las fuerzas del sector, pereció a manos del Codiciario Makius Niddhog y su fuego, un fuego que el piromante no previno que pudiera hacer estallar el combustible interno del ziberjabalí provocando una enorme explosión que alimentó el terror infundido por la caída de su líder a los Orkos, y acrecentó las graves heridas de Fukai. Ambos tuvieron tiempo de hablar sobre ello en la temporada que pasaron en el Apothecarion. La batalla, gloria al Emperador, terminó con desbandada orka. Tres fuerzas imperiales se ven las caras. Pero una de ellas no tiene nada que felicitar a los demás. Lilienne Vionse alzó la vista apartándose el mugriento mechón que se le había pegado en la frente, clavando una furibunda mirada en los astartes reunidos ante ella. Ellos se creerían héroes, pero ella seguía viendo saqueadores incrédulos del divino poder del Emperador. – Ratas infames. – Escupió y las Hermanas de Batalla tras ella se alborotaron, la canonesa sabía que estaban más que dispuestas a enfrentarse a todo el Capítulo de Marines Espaciales si era necesario. Drastos miró alrededor, tenía suficiente con sus propias heridas como para tener que tratar con esto. Pero tenía que tomar una decisión y debía de ser él: Hel Vaal ya había fallado, un psíquico como Aresius no podría tratar con las fanáticas y no podían hacerlas esperar más tiempo. Se sentía bien acompañado, todos los notables de su Quinta Compañía estaba ahí. Todo su orgullo estaba ahí, viéndole con el peso del Capítulo sobre los hombros. Ocupando el lugar de Kialas, y el de Ahroa denix antes de él... Dio un paso al frente, un doloroso paso dado su pierna sin apenas remendar, y negó con la cabeza. – Somos hombres de honor, Canonesa. Jamás tomaríamos algo que no fuera nuestro. Mire alrededor, hemos derramado nuestra sangre para aniquilar los enemigos del Emperador. Vuestros enemigos, tan nuestros como vuestros... – Habéis llegado tarde a propósito – Acusó Vionse, cortándole. Nerviosa no paraba de moverse de un lado a otra, hecha una furia. Era evidente que tarde o temprano iba a saltar –. Ya os conocemos, os hemos visto antes. Saqueadores de tumbas con armadura. – Protegemos el conocimiento, como ustedes, Canonesa, nosotros... – ¡FALACIAS! Protegemos las reliquias, las ponemos a buen resguardo. Lo vuestro es robo. Drastos suspiró, apenas ladeó la cabeza y musitó. – Aqquila. – Llamó lacónico. – Ya voy, Capitán, ya voy... – Respondió un astartes tras él, abriéndose paso entre sus Hermanos de Batalla respetuosamente. Como todos ellos, Roy Aqquila mostraba las marcas del combate transcurrido durante gran parte el día, con la capa de reptil oscurecida en varias partes. El Campeón de la Compañía se destacó, bajando la testa respetuosamente. – ¿De verdad, Capitán? Es una mujer, no es... Ya sabe, no va a escupir fuego. – Espera y verás si no lo va a hacer – Respondió Drastos, dirigiendo la vista hacia la Canonesa de nuevo. Inmediatamente entendió, por su expresión enrojecida, que Vionse había oído claramente a Roy. Drastos intentó hacer como si nada, pronunciando solemne –. Mi campeón contra la vuestra, Canonesa. Si vencemos, permitid que os ayudemos a limpiar y recuperar vuestro complejo. Lilienne Vionse respondió desenvainando la espada de energía con gesto fiero y brusco. – Estoy lista entonces, Marine Espacial. Aqquila consultó una última vez con la mirada a su Capitán y hundió un poco los hombros antes de seguir avanzando y mostrar el espadón de energía, una verdadera reliquia capitular, que sujetó en vertical saludando formal a la canonesa. Ésta devolvió el saludo y comenzó el duelo mientras el público de ambas animó, celebrando cada golpe, cada acierto y lamentando cada traspié mientras Vionse descargaba toda su furia contra el Campeón de la Quinta Compañía. – ¿Se lo haces a todos, Bibliotecario? – Drastos cerró los ojos cuando la voz de Aresius penetró su mente con facilidad, murmuró en respuesta. – Roy está jugando con ella. Se está conteniendo. Es mucho más fuerte. Pero la aplacará un poco y estará más dispuesta a hablar. – No – Contestó con firmeza Drastos, demasiado alto. Los astartes de su alrededor le miraron interrogativametne un instante. La presencia del Bibliotecario Jefe le abandonó mientras el combate singular continuaba. A juicio de Drastos, Lilienne Vionse era una rival formidable, pero estaba convencido de que debían de estar haciendo mella en ella multitud de factores; desde el calor a la complicada situación que llevaba viviendo años allí contra los Orkos. Cuando Roy Aqquila la desarmó con un elegante movimiento que terminó en una reverencia solemne en el mismo fluido movimiento, los astartes no se regodearon y la Canonesa se limitó a retroceder y morderse el labio, con la misma pálida ira. – Nos veremos mañana – Comunicó únicamente, dejando que una novicia fuera a recuperar el arma para retirarse inmediatamente entre las suyas. El Gran Jefe había sido derrotado, pero la limpieza de Prasinia iba a ser larga y difícil, y la Orden del Santo Icono tal vez no pudiera recuperarse jamás de sus pérdidas. Categoría:Relatos Martillos de Wikia
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