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| - Mi amigo no sabía por donde empezar. Juntos habíamos dado con el famoso Nonakoikos. El cubo de nueve aristas que, según los antiguos escritos de los sabios de Aghaloth, en la nube solar, pertenecía a un dios llamado Zephir, un ente de una fealdad indescriptible, con cien tentáculos y mil ojos amarillos; era el motor que daba vida al sol, era, por tanto, el padre creador de cuanto vivía en éste sistema solar. Cuando lo guardé en mi escritorio (tan pequeño era) el artilugio me lanzaba a sueños desconocidos, a las tierras oníricas desconocidas más allá del tiempo y el espacio. No era una persona católica y Yesu, mi amigo, lo sabía; pero de vez en cuando me reconfortaba rezar alguna plegaria a la trinidad una vez entraba a la ciudad de los cuerpos rojos, la maldita Aghaloth.
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| - Mi amigo no sabía por donde empezar. Juntos habíamos dado con el famoso Nonakoikos. El cubo de nueve aristas que, según los antiguos escritos de los sabios de Aghaloth, en la nube solar, pertenecía a un dios llamado Zephir, un ente de una fealdad indescriptible, con cien tentáculos y mil ojos amarillos; era el motor que daba vida al sol, era, por tanto, el padre creador de cuanto vivía en éste sistema solar. Cuando lo guardé en mi escritorio (tan pequeño era) el artilugio me lanzaba a sueños desconocidos, a las tierras oníricas desconocidas más allá del tiempo y el espacio. No era una persona católica y Yesu, mi amigo, lo sabía; pero de vez en cuando me reconfortaba rezar alguna plegaria a la trinidad una vez entraba a la ciudad de los cuerpos rojos, la maldita Aghaloth. Yesu y yo vigilábamos las entradas a Aghaloth, Wernis y Quôt que habíamos creado en la facultad, hacia todos esos años. Los científicos trataban de negar la existencia de Dios y Yesu estaba completamente seguro de que su teoría de los campos unificados daría los resultados adecuados. Que estúpidos fuimos. Cuando los números dieron positivo al desgarramiento de la conjunción espacio-tiempo, la criatura que emergió del portal magnético era negra, Yesu la llamó Luxfago en alución a que las lámparas del laboratorio donde nos encontrábamos acababan dejaron de funcionar. Aquel ente no tenía ojos, pero su forma humaniode daba la apariencia de un espectro, largo era y su cabeza tenía el tamaño de una sandía madura, largos colmillos como sierras se escapaban del labio superior y en el largo cuello tenía siete agujeros de cada lado, con los que hacía un sonido chirriante al respirar. Yo me acerqué a la criatura y ésta detectó mis movimientos, cuando lo hizo, el temblor de las trompetas de su mundo infernal estalló y los vidrios del laboratorio se rompieron, Yesu y yo miramos con desesperación a nuestros colegas y profesores, cuyos ojos lanzaban lágrimas de sangre que caían sobre sus mejillas, todo era aterrador. Con sus dedos se arrancaban los ojos presas de la locura del sonido del Luxfago y con ellos, como si la criatura los estuviera manipulando, escribieron algo aterrador en los pizarrones llenos de fórmulas matemáticas. "EL DIOS ONÍRICO VENDRÁ POR SU AMO, LA LUZ ACABARA POR EXTINGUIRSE Y EL DEMONIO COBRARA LA RELEVANCIA QUE LE FUE ARREBATADA" Las dimensiones colisionaron entonces, el monstruo abrió la enorme boca y las trompetas de Aghaloth resonaron en la Tierra, Yesu miró como las manos de largos dedos del ente me tomaban por el tobillo y me arrastraban hacia el portal de la ciudad solar. Yo le gritaba que desconectara todo, que acabara con aquella locura, pero estaba muy asustado, la tarde caía en la universidad, eso fue lo ultimo que vi antes de sumirme en la oscuridad. Cuando caí en Aghaloth, sentí el peso del Nonakoikos en el bolsillo del pantalón, luego, mi consciencia se perdió. Desperté en un circulo rojo, a la luz de fuego azul, el frío era insoportable, mi cuerpo estaba extendido y, tatuado en mi pecho desnudo un pentagrama invertido. Al centro del pentagrama estaba un agujero profundo, donde se podía mirar mi corazón, pequeño, rojo oscuro, palpitando y escupiendo sangre. En toda mi vida como estudiante de ciencias creí ver nada más aterrador como un cuerpo degollado, pero aquel ente que llamaban Zephir era repulsivo. Estaba completamente desnudo, y Zephir tomó el objeto que pensaba se encontraba a salvo en mi casa, no era así... -¡Déjame, ser infernal!- le grité. No hubo respuesta. Pero entonces, los tentáculos con luz amarilla en su superficie clavaron el Nonakoikos en mi pecho; grité todo cuanto pude y a mi lado apareció aquella criatura con los orificios en el cuello, me tomó de la cintura y con sus afilados dientes me desgarró el abdomen y... al final... como si quisiera guardar algo en la tierra... excavó en mi interior, comiéndose mis órganos hasta que entró como un parásito en mi ser. Abrí los ojos, ahora no era más que una masa larga y negra, parecida a un látigo de carne, no tenía boca pero mi voz resonó en un idioma que no conocía. -Accedit quod interitum universi, mea rector. -ATISUSER ROÑES ORTSEUN. HTOMEHPEB SATEPMORT SUT ANEUS. DADIRUCSO ED OSREVINU LE SOMEDNUNI-, dijo Zephir y a su lado apareció Lilith, la señora del mal... Mataríamos a Yesu, mi viejo amigo, y a todo su mundo. Yo era Behemoth, Zephir... Nunca sabré quien fue, más allá que era el verdadero rey del sol... El creador del Nonakoikos. El destructor del universo... Por J.G. Velazquez a.k.a JediOscuro
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