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| - quellos de nosotros a los que lord Hircine nos concedió su más preciado don de la licantropía, tenemos leyendas según las cuales también dejó en el mundo artefactos específicos de su poder. Datan de una época en la que el hombre no era capaz de escribir, tampoco de hablar y casi ni de pensar, pero los poderes de la sangre de la bestia fluían con fuerza entre los elegidos.
El primero, un cráneo tallado del lobo mismo. Utilizado por los antiguos chamanes en las ceremonias de sangre que crearon nuestro linaje, se dice que concede una gran presencia a aquellos que se postran ante él, tal que quienes presencian sus formas se ocultan presas de un terror desconocido salvo para los que han atisbado el rostro del mismo Hircine.
El segundo, un fémur, tallado como el cráneo, pero procedente de un animal desconocido. Utilizado como algún tipo de varita medicinal en la comunidad más antigua, se decía que concedía algún tipo de percepción exacerbada, tanto visual como olfativa, de forma que la presa no podía alejarse nunca demasiado de nuestros sentidos.
El tercero, un simple tambor, y su mundana apariencia significa que muy probablemente se haya perdido en las brumas del tiempo hace mucho. Igual que nuestros padres podían vencer al tiempo para convocar a sus hermanos de los campos, así podían nuestros antepasados de sangre llamar con él a sus aliados golpeándolo.
Mediante estos tótems, canalizamos y concentramos nuestras energías de la bestia. Aunque los hombres lobo renunciamos a los poderes de la magia conocida por el hombre, podemos acceder a una energía más natural en ocasiones, y mediante estos tótems, descubrir las habilidades que domesticaron el mundo antes de que la civilización lo mancillara.
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