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| - - Pues se ha quedado buena tarde. - Sí. El cielo está menos...eh, bombardeado. Desde luego, aquello era una vil mentira. El cielo estaba tan contaminado como siempre, con las auroras escarlatas y púrpuras cruzándolo, ondulantes y desprendiendo un enfermizo fulgor que traspasaba la espesa capa de contaminación y gases tóxicos atmosféricos que el enemigo había liberado para no tener que lidiar con paracaidistas. Bajo el cielo, el panorama no era mejor. La sección 98/6B de la trinchera que rodeaba la ciudad de Lexicania estaba tan llena de polvo de rococemento y barro como siempre, y los repelentes que se habían instalado se habían estropeado, por lo que en algunas zonas podían verse ratas y alimañas aladas que los sodados espantaban a pedradas. Lexicania no estaba en mejores condiciones. Los edificios más altos se habían desmoronado por el bombardeo, y el muro exterior, antes coronado por torres vigía y posiciones de ametralladora estaba destrozado, con grandes boquetes por toda su extensión, y con la mayoría de sus torres derribadas. Muchas secciones se habían desmoronado tras los bombardeos constantes y los ataques de los zapadores, y el enemigo se había visto forzado a retirarse hacia el interior de la ciudad, donde las emboscadas resultaban letales y muy difíciles de detectar. Sólo los mejores exploradores del regimiento eran capaces de internarse en la ciudad y volver enteros. Y uno de aquellos hombres era Firios Vals. Apareció por la trinchera de comunicación, vestido con el uniforme de combate gris del regimiento y unas trinchas ligeras sobre la guerrera. Su capa de camaleonina estaba raída y tenía varios agujeros de disparo, y había adoptado el color grisáceo de varios tonos de las ruinas urbanas. La barba la tenía manchada de polvo de rococemento y sangre seca. - Miriam, vete a darle esto al teniente- Dijo en cuanto se acercó, tendiéndole un cuaderno de campaña a uno de los dos soldados que tenía enfrente. - Me llamo Miram, señor. - Y a mí han volado el sombrero hace una hora- El cabo agitó el cuaderno para dar énfasis a su orden- Tira. - Sí, señor. El soldado Hankak cogió el cuaderno de campaña y se lo guardó en el portaequipo grande que tenía sujeto en el costado derecho del chaleco antifrag y saludó al estilo militar mientras el explorador pasaba de largo. El soldado Luffe Racuel, que estaba sentado a su lado, también saludó mientras el hombre se iba. - Hala, se acabó lo que se daba- Dijo Racuel- Ahora sí que me voy a aburrir. - Ponte a tocar la caja o algo. Luffe Racuel era de una de las regiones agrícolas de Ispammim, cargada de estereotipos, unos más ciertos que otros. Le hizo un corte de mangas a Miram mientras éste se ponía en pie, sacudiéndose los pantalones para quitarse el barro. - Si Tabria tuviera esterotipos estarías apañado. Pero sois demasiado cutres para tenerlos siquiera. - Touché- Miram se encogió de hombros y recogió el rifle láser para colgárselo de las correas del chaleco- Ea, ahí te quedas. Pega un grito si vienen los malos. - No creo que les oiga. La caja suena muy fuerte- Dio un par de golpes al banco de aglomerado con gesto sarcástico. Miram sacudió la cabeza lentamente y sonrió mientras echaba a andar, con la mano derecha apoyada sobre el mango de su arma, que colgaba con el cañón hacia abajo. Abandonó el puesto de observación, cubierto por una lona de camuflaje y se adentró en la trinchera principal, de tres metros de ancho y dos y medio de alto, con cajas de munición y estufas eléctricas sobre el suelo y pegadas a ambos lados, algunas cerca de las puertas del lado interior, que daban a los barracones y almacenes. Se cruzó con Skarbrando y Alopex, de su unidad, persiguiendo a una rata que llevaba una barrita alimenticia entre los dientes. No llevaban puestos ni los chalecos ni los cascos, aunque sí las grebas y las rodilleras, y sus botas pisaban fuertemente el suelo, lanzando chorros de barro por doquier. - ¡Cógela, Miram! ¡Cógela, que se lleva mi comida!- Le gritó Skarbrando, extendiendo una mano hacia el animal con gesto iracundo. Miram no iba a agacharse para coger una rata, ni mucho menos arriesgarse a que le mordiera. Llevaba guantes, pero eran de medio dedo, y la rata podía arrancarle un dedo de un mordisco. En su lugar, le dio un puntapié a la alimaña, que salió volando en dirección a Calvex, que la pisó. Skrabrando se agachó y recuperó su ración con gesto triunfal. - Tío, no te la comas- Le advirtió Alopex- Ese bicho tendrá de todo. - Me da igual, es mía- Replicó Skarbrando antes de engullirla. Después le dio una palmada en el hombro a Miram- Gracias, hombre. - A mandar- Asintió él antes de seguir andando, devolviéndole la palmada. No había mucha actividad en aquellos momentos. El soldado Horus dormitaba sentado sobre una caja de municiones, con el casco inclinado sobre la cara y sosteniendo una humeante taza de recafeinado entre las piernas. Llohannes Emme, el cocinero del pelotón, estaba al lado, junto a un calentador de campaña sobre el cual había colocado una marmita de recafeinado. Había dejado su mochila, con varias sartenes colgando, a sus pies. - ¿Hace una taza, Miram?- Ofreció, tendiéndole una taza del fuerte brebaje. - No, gracias, ando con prisa- Declinó él con un gesto- Tengo que llevarle al teniente una cosa del cabo Vals. - Formidable- Asintió el soldado-cocinero mientras devolvía su atención a la marmita. Más allá, el cadete comisario Franne vigilaba la tierra de nadie con sus magnoculares, buscando atentamente cualquier indicio de actividad enemiga. Miram le saludó al pasar, pero no le contestó; estaba demasiado concentrado. Unos metros más adelante, el soldado Adrius Kaledor estaba sentado sobre unas cajas con su bloc de dibujo, gastado y sucio, sobre las rodilas. El soldado Gedrad, apoyado contra el parapeto en una sugerente postura, miraba al cielo con expresión aburrida. Su chaleco antifrag, con todos los portacargadores y portaequipos posibles sujetos, y su casco estaban en el suelo, a sus pies. - Esta postura no es nada masculina, hombre- Protestó el soldado Gedrard. - Pues eso mismo- Contestó Adrius, calculando proporciones con su lapicero. - ¿Me estás dibujando otra vez como mujer, desgraciado? - Pues claro, aquí no tenemos mujeres que me hagan de modelo. - No me lo recuerdes- Resopló el barbudo soldado- ¿Sabes lo que haría con una ahora? - Me lo vas a contar de todas formas. Miram apretó un poco el paso para no oír lo que tenían que decir y sacó un pitillo de lho de la cajetilla que llevaba sujeta mediante la cinta de sus gafas al casco. Lo encendió y dio una larga calada para estrenarlo, como tenía costumbre de hacer. Picorn Hepatus, cirujano de campo adscrito al pelotón, lo reprendió con una mirada asesina cuando pasó por su lado, acompañado del soldado El-Khattabi, aprendiz de cirujano, y que estaba bajo su tutela. El-Khattabi cargaba con varios botiquines y cajas de suministros médicos de largas correas que llevaba sobre ambos hombros, junto a su fusil láser. En la manga izquierda llevaba un parche del Adeptus Medicae, justo debajo del del regimiento. - Apaga eso, Hankak- Le dijo- Te matará antes de que lo haga el enemigo. - Entonces que compitan- Contestó él, encogiéndose de hombros- Pero gracias por el consejo, jefe. Hepatus masculló algo, pero Miram no lo entendió. El-Khattabi, por su parte, le guiñó un ojo en un silencioso mensaje. Miram asintió y le lanzó un pitillo que cogió al vuelo, guardándoselo rápidamente en uno de los portacargadores y agradeciéndoselo con un asentimiento de cabeza antes de seguir a su superior a paso ligero, con las bolsas de cuero llenas de suministros médicos dando botes con cada paso. Poco después se chocó con el soldado Iro, que salía de uno de los almacenes de suministros cargando con varias cajas de munición y agua en polvo y seguido de Ph0-3N1X, un desvencijado servidor que el pelotón había encontrado tres meses atrás al tomar el aeródromo de Rocahelada. Miram agarró las cajas para que no se cayeran y ayudó a Iro a colocarlas bien. - Mira por dónde vas, Miram- Gruñó el soldado. - Perdona, hombre- Se disculpó Miram, echando una ojeada con disimulo a los numerosos cuchillos que el guardia imperial llevaba sujetos al correaje de su portaequipos y a su cinturón. Prefería no meterse en problemas con él. Iro hizo un gesto para quitarle importancia y siguió con su camino, con el servidor tras él, murmurando oraciones de manera mecánica con un acento incomprensible. Miram observó durante un par de segundos cómo se alejaban y después volvió a retomar su camino hacia el búnker de mando de la sección de trinchera, que estaba prácticamente en frente de él. Leo Vigilis, cabo de comunicaciones e intérprete, estaba sentado a la entrada del búnker de rococemento coronado por antenas de comunicación y el estandarte del 1º de Martillos, el regimiento al que el pelotón pertenecía. Con las botas sobre su mochila, Vigilis leía un manual de idiomas, con las gafas de lente redonda sujetas sólo a una de sus orejas, pues una de las patillas se había roto durante los combates del mes anterior. Alguien había improvisado un sustituto con alambre, pero resultó ser más endeble que su predecesora, y acabó rompiéndose también. A su lado tenía una estación de carga portátil a la que estaban conectadas dos docenas de células térmicas. El aparato zumbaba continuamente. - Eso debe dar cáncer, Leo- Advirtió Miram al pararse frente a la puerta. - Me lo creeré cuando se me empiece a caer el bigote- Respondió él sin levantar la mirada del libro. - Tú verás. Miram llamó a la puerta blindada y se asomó. El interior estaba alumbrado por varios globos de luz y por el fulgor azulado de la holomesa colocada en el centro, alrededor de la cual se hallaba la mayor parte de la escuadra de mando, y el sargento Sepes Grip, al mando de la escuadra de Miram. Estaban discutiendo detalles de despliegue para cuando se produjera el asalto a Lexicania. - Este...teniente, traigo algo del cabo Vals. - ¿Qué es?- Preguntó el teniente Rotarius. El teniente llevaba la gorra de oficial sobre la cabeza, rapada, y una placa reforzada sobre el chaleco antifrag, justo por encima de los correajes para equipo y la placa móvil del vientre. Las insignias de teniente las llevaba pegadas al velcro de la manga izquierda, justo encima del parche con el emblema del regimiento. Colgada tras la cintura llevaba una espada sierra. A su lado, algo más atrás y de pie, serio, estaba Gaask, el guardaespaldas del teniente, con una mano sobre el pomo de su espada. Vestido con una robusta armadura de caparazón completa, cuyo casco en forma de yelmo medieval llevaba entre el brazo derecho y la coraza, parecía más grande de lo que era. Lo apodaban Matadragones por haber acabado con una serpiente alada alleriana dos años atrás. - Un informe de su exploración en la ciudad, señor. Creo- Miram le tendió el cuaderno del sargento explorador. El teniente le echó un vistazo y se lo tendió a su ayudante, Iskias, para que lo transcribiera a una caligrafía comprensible. Iskias asintió y se puso de inmediato a cumplir con la orden, escribiendo en su placa de datos. Era un hombre de baja estatura y pelo corto y rizado, castaño, tapado eternamente por una gorra de tanquista que le había robado a un oficial cadiano, sobre la cual llevaba unos grandes auriculares de combate conectados a su microcomunicador. Sato, el psíquico adscrito al pelotón, se dispuso a ayudarle con la transcripción, pues algunas letras se habían emborronado, y la caligrafía del sargento explorador era, tal y como Leon la había descrito en algún momento, críptica. - Puede retirarse, Hankak- Ordenó Rotarius. - Sí, señor- Miram saludó, juntando las botas y salió del búnker. Quizá la cosa se hubiera puesto interesante por el camino mientras él no estaba. Quizá le hubiera entrado cáncer a Leon y se le hubiera caído el bigote e incendiado el nombre. O quizá Franne hubiera descubierto a un explorador enemigo acercándose. Puede que Horus se hubiera despertado, y Llohannes hubiera cocinado algo distinto. Lo mismo Ph0-3N1X había estallado, reventando a Iro por el camino y montando un estropicio de tres pares. Puede que incluso Skarbrando se hubiera quedado con hambre y hubiera devorado a la rata ladrona bajo la estupefacta mirada de Alopex. Quizá Gerdrard se hubiera convertido en una mujer, y Adrius tendría un modelo decente para sus dibujos. Quizá, cuando llegase al puesto de observación de nuevo, se encontraría a Racuel tocando la caja y cantando con voz desgarrada, o al sargento Vals con un sombrero nuevo. Quizá les esperaba un combate.
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