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| - Mazeka saltó hacia el lado al mismo tiempo que la navaja de ácido atravesaba el aire justo dónde él había estado. Pudo oír el enojado silbido de roca centenaria disolviéndose donde la espada había rozado. Un paso más lento y esa habría sido su armadura. Cayó al suelo y rodó, terminando de vuelta en pie con una daga lista. Vultraz hizo girar la navaja sobre su cabeza, sonriendo. “Sabías que terminaría en esto, ¿no es así?” dijo el Matoran de armadura carmesí. “Sólo nosotros dos, máscara a máscara.” “Baja tu arma, viejo amigo, y vete,” dijo Vultraz. “¡Nunca fuimos amigos!” escupió Mazeka.
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| - Mazeka saltó hacia el lado al mismo tiempo que la navaja de ácido atravesaba el aire justo dónde él había estado. Pudo oír el enojado silbido de roca centenaria disolviéndose donde la espada había rozado. Un paso más lento y esa habría sido su armadura. Cayó al suelo y rodó, terminando de vuelta en pie con una daga lista. Vultraz hizo girar la navaja sobre su cabeza, sonriendo. “Sabías que terminaría en esto, ¿no es así?” dijo el Matoran de armadura carmesí. “Sólo nosotros dos, máscara a máscara.” “Esta no es una de tus fábulas épicas,” contestó Mazeka. “Eres un ladrón y un asesino, Vultraz. Mataste a una aldea entera de Matoran que nunca te habían hecho nada.” “Excepto tener algo que yo quería - Una gema de lava intacta, algo difícil de encontrar en la Península de Tren Krom,” dijo Vultraz. “No querían renunciar a ella... pensaban que apaciguaba el volcán o algo así, evitando que hiciera erupción... un par de explosiones bien sincronizadas y un mar de lava después, y se dieron cuenta de lo equivocados que estaban.” Mazeka ataco. Vultraz se hizo a un lado y golpeó a su enemigo con el lado de su navaja, quemando una huella del arma en su armadura. Mazeka tropezó hacia el borde del acantilado y se detuvo justo a tiempo. Toda la ladera de la montaña estaba llena de cristales filosos, lo suficientemente afilados para desgarrar armadura y tejidos. “¿Cuántas veces tendremos que hacer esto?” dijo Vultraz. “¿Cuándo vas a darte cuenta de que no eres un Toa... sólo un aldeano loco que piensa que tiene que arriesgar su cuello luchando contra los malos? Vete a casa, Mazeka. Vuelva a tu pequeña vida, antes de que me obligues a terminarla.” Mazeka se puso de pie, dando la espalda al barranco. Vultraz tenía razón – sólo era un Matoran, sin Poderes Elementales o de máscara. Aunque claro, Vultraz también lo era, pero su antiguo enemigo tenía años de experiencia mintiendo, estafando y matando. Hasta hace unos años, Mazeka sólo era un erudito intentando resolver los misterios del universo. Eso era antes de que Vultraz asesinara a su mentor y robara valiosas tabletas que contenían los resultados de años de investigación. Los dos se habían enfrentado muchas veces desde entonces, pero las tabletas nunca fueron encontradas. “Baja tu arma, viejo amigo, y vete,” dijo Vultraz. “¡Nunca fuimos amigos!” escupió Mazeka. “Claro que sí,” sonrió Vultraz. “Todos esos felices años trabajando en nuestra retrograda y pequeña aldea, intentando no llamar la atención de Makuta Gorast. Sólo que yo era el más ambicioso de los dos. Yo salí.” “Y has estado corriendo desde entonces,” dijo Mazeka. “Es hora de que te detengas, antes de que corras hacia algo a lo que ni siquiera tú puedas enfrentarte.” Vultraz embistió, blandiendo su navaja... pero no hacia Mazeka. En vez de eso cortó la roca sobre la que estaba parado su enemigo. Esta se desintegró por el ácido y se desmoronó. Mazeka también cayó, agarrándose al saliente y colgando sobre los cristales navaja. “En verdad no quiero matarte,” dijo Vultraz en voz baja. “Eres una conexión con mi pasado... un recordatorio de todas las cosas en las que evité convertirme. Pero sigues cruzándote en mi camino, y no puedo permitir eso.” Vultraz levantó la navaja sobre su cabeza y la bajó. Mazeka se balanceó hacia el lado, soltándose del saliente con una mano y usando el impulso para levantar las piernas. Pateó a Vultraz en el costado al mismo tiempo que el ataque del Matoran lo llevaba hacia delante. La combinación lanzó a Vultraz por el borde del barranco. Mientras caía nunca grito. Mazeka miró hacia abajo y maldijo. Era imposible divisar el cuerpo de Vultraz a tanta distancia, pero eso era bueno, de cierto modo. Caer por cientos de metros de filosos cristales dejaría muy poco para ver. Se concentró en tratar de volver a subir antes de unirse a su enemigo en la muerte. Una mano envuelta en armadura azul marino agarró su muñeca y lo levantó. Pertenecía a una guerrera que Mazeka no había visto nunca antes. Llevaba una maza con cadenas y un escudo y se veía lo suficientemente poderosa como para derribar a un tiburón Takea de un golpe. No era una Toa, de eso estaba casi seguro, pero no tenía idea de quién podía ser. “Soy una.. amiga,” dijo la recién llegada. “Mi nombre no importa. Vi lo que pasó aquí. Eres muy valiente, Matoran.” Mazeka negó con la cabeza. “Valiente no. Afortunado. Y ni siquiera eso... murió antes de decirme lo que necesitaba saber. Ahora tengo que regresar a mi aldea y someterme a la justicia de mi gente.” La guerrera negó con la cabeza. “No temas. Les hiciste un servicio y serás recompensado... ¿Y quién sabe a quién más puede que hayas ayudado el día de hoy?” Mazeka no respondió, sólo se alejó caminando con la cabeza gacha. La guerrera lo vio marcharse. Cuando ya casi se había perdido de vista, el rostro y la forma de quien lo rescató comenzó a agitarse y cambiar. En un instante, la poderosa guerrera había sido reemplazada por Makuta Gorast. Miró a Mazeka, y luego echó un vistazo por el borde del precipicio. “Sí, pequeño héroe,” dijo, sonriendo con malicia. “¿Quién sabe?”
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