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  • Relato Oficial Necrones: Encerrona
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  • thumb|400px El Coronel Janssen, de la 23ª Compañía de Cadia, observó con incredulidad cómo fila tras fila de resplandecientes figuras esqueléticas emergían de las dunas a la izquierda de su columna armada. La arena se deslizaba en cascada por sus torsos brillantes y las cuencas vacías de sus ojos mientras las criaturas se enderezaban y comenzaban su avance. Habían aparecido, sin emitir un sonido, sujetando sus armas alienígenas de largo cañón mientras los primeros rayos rojizos del amanecer se reflejaban sobre cientos de cráneos de mirada fija. Necrones. Sus rostros severos no tenían expresión ni mostraban rastro alguno de emoción o humanidad; pero Janssen tenía el convencimiento interior de que eran diabólicos. Su mano se estremeció mientras agarraba el comunicador del Chimera: "¡Detengan
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  • thumb|400px El Coronel Janssen, de la 23ª Compañía de Cadia, observó con incredulidad cómo fila tras fila de resplandecientes figuras esqueléticas emergían de las dunas a la izquierda de su columna armada. La arena se deslizaba en cascada por sus torsos brillantes y las cuencas vacías de sus ojos mientras las criaturas se enderezaban y comenzaban su avance. Habían aparecido, sin emitir un sonido, sujetando sus armas alienígenas de largo cañón mientras los primeros rayos rojizos del amanecer se reflejaban sobre cientos de cráneos de mirada fija. Necrones. Sus rostros severos no tenían expresión ni mostraban rastro alguno de emoción o humanidad; pero Janssen tenía el convencimiento interior de que eran diabólicos. Su mano se estremeció mientras agarraba el comunicador del Chimera: "¡Detengan el avance! Que todas las unidades abran fuego!", gritó, y un momento después llegó la respuesta en la forma del rugido de sus armas. Las torretas girando hacia un lado, la columna de tanques descargando salva tras salva ante el firme avance Necrón... Sus guardias formaron, corrieron a tomar posiciones y abrieron fuego. Dejémosles saborear la fuerza de la 23ª Compañía de Cadia, pensó Janssen mientras sus labios se retorcían burlonamente. Elevando sus macrobinoculares, los enfocó en dirección al cráter de arena vitrificada que estaba abarrotado de restos de Necrones. Trozos de maquinaria rota y relucientes escombros se arrastraban para volver a unirse y los Necrones, ennegrecidos y tambaleantes, se ponían de nuevo en pie. Durante unos segundos, Janssen enfocó con sus macrobinoculares a una alta figura metálica vestida con harapos y contuvo la respiración mientras comprobaba que lo que antes había sido un simple charco de metal fundido y destellos efervescentes ahora iba cobrando la forma de un reluciente esqueleto una vez más. Gigantescos Monolitos empezaron a ascender hasta la cumbre de la colina con un pesado avance tan silencioso como el de los guerreros metálicos que había entre ellos. Varios vehículos gravitatorios de los Necrones se deslizaron desde otra duna girando un cañón arcano en dirección a su apoyo armado humano. Janssen comenzó a sudar mientras contemplaba impotente cómo esas tremendas máquinas empleaban sus extrañas armas disparando al blindaje de los tanques y abriendo enormes brechas en los vehículos blindados, que iban detonando. El aire se cargó de electricidad estática cuando los pulsantes cristales de los enormes Monolitos empezaron a crepitar con una enfermiza luz verde, descargando espesos rayos de luz sobre más tanques. Las explosiones incandescentes abrasaron los globos de sus ojos y los efectos del calor quemaron su piel. "¡Retiraos! ¡Retiraos!", gritó Janssen con pánico en su voz al ver a más Necrones levantarse de la arena y cerrarles la vía de escape. Los Guardias Imperiales de Cadia intentaban retirarse en filas disciplinadas, pero pocos pudieron atravesar la muralla de fuego y escombros que les obstaculizaba el paso; los demás permanecieron junto a lo que una vez fueran los orgullosos tanques de Janssen. Muchos de ellos se encontraban al borde de un ataque de pánico y, llevados por la confusión, obstruían el camino a sus compañeros. Janssen se volvió hacia la barrera invasora de Necrones, que permanecían al acecho, y una expresión de horror surcó su rostro al darse cuenta de que les habían tendido una trampa. Como si fuesen uno solo, los guerreros Necrones levantaron sus armas y de sus cañones surgió una marea de fuego verde. Dispararon sin conceder un respiro. Todos los hombres que se encontraban alrededor de Janssen se retorcieron y gritaron mientras sus armaduras les eran arrancadas junto con la piel y sus huesos y sus vísceras quedaban al descubierto antes de desintegrarse por completo. Ante él, su ayudante fue destripado por uno de aquellos campos letales, que le arrancó la ensangrentada ruina de su torso y, gritando como un viento sobrenatural de latigazos de arena, le arrancó la carne del cuerpo. Ante él se encontraba un grupo de imponentes figuras, sólidas y semejantes a estatuas, cuyos rasgos esculpidos permanecían imposibles mientras destruían cuanto se ponía a su alcance. Cuando los Necrones se acercaban, veteranos disciplinados que habían estado bajo el mando de Janssen durante años caían de rodillas como niños aterrorizados. La fascinación del horror le hizo no poder apartar su mirada de aquellas figuras impresionantes mientras se dedicaban con toda tranquilidad a desgarrar a los hombres con sus destellantes cuchillas. No había sangre. Por el rabillo del ojo, vio a un guerrero Necrón que balanceaba el largo cañón de su arma describiendo un amplio ángulo mientras con la punta de su pesada hoja atravesaba la garganta del portaestandarte del regimiento. Se vio impelido a girarse para echar a correr. El Coronel Janssen tropezó, pues las lágrimas de miedo le habían nublado la visión. Trató de ordenar la retirada, pero las palabras no le salían de la boca. Sus hombres habían sido atrapados y les habían cortado la retirada. Escapó corriendo, pero tropezó con algo y fue a darse de bruces contra el suelo polvoriento. El cuerpo con el que había tropezado estaba despellejado y de sus heridas aún seguía brotando sangre, que teñía de rojo la arena. Levantó la cabeza y vio una figura esquelética encorvada con dedos largos como cuchillos desgarradores que apuntaban hacia él. Con la piel despellejada del Capitán Niels sobre su esqueleto metálico, se arrastró hacia él agazapándose. Janssen trató de gritar, pero cayó a la arena y se golpeó en la garganta. La criatura le alcanzó con sus garras afiladas como cuchillos y la oscuridad le envolvió.
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