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  • Relato No Oficial Martillos de Wikia: Fe profanada. Parte I
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  • Una astronave enorme entra en el espacio real directamente en paralelo a la órbita de Prasinia. Una catedral en el cosmos, una reliquia que sólo un Capítulo de los Marines Espaciales podía permitirse lucir, una Barcaza de Batalla cuyo casco, ricamente labrado y decorado, mostraba con frío orgullo el libro abierto de los Martillos de Wikia. La Omnio Sapere despertó perezosa tras el viaje Disforme y encendió motores avanzando lentamente, solitaria al prescindir de la escolta habitual. La más importante, de hecho. La Omnio Sapere era la nave insignia de los Martillos de Wikia. - A LOS DOS.
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  • Una astronave enorme entra en el espacio real directamente en paralelo a la órbita de Prasinia. Una catedral en el cosmos, una reliquia que sólo un Capítulo de los Marines Espaciales podía permitirse lucir, una Barcaza de Batalla cuyo casco, ricamente labrado y decorado, mostraba con frío orgullo el libro abierto de los Martillos de Wikia. La Omnio Sapere despertó perezosa tras el viaje Disforme y encendió motores avanzando lentamente, solitaria al prescindir de la escolta habitual. Cuando la puerta se deslizó con el leve zumbido de la maquinaria automática, las intensas luces artificiales incidieron en la penumbra del camarote de la capitana: una mujer menuda, ligeramente encorvada, con el cabello plateado recogido en un moño y luciendo un impoluto y ajustado uniforme de armada ricamente condecorado hizo aparición, avanzando con las manos unidas tras la espalda. Con los ojos entrecerrados en un gesto perenne de desconfianza, la Capitana Beatrice Arbetiz paseó la corta distancia desde su camarote a su trono de mando y lo rodeó observando el vivaz puente con atención y una profunda analítica. Ahí estaba toda su vida y dedicación, unos expertos ojos claros capaces de encontrar la más diminuta de las anomalías con solo observar unos minutos. No en balde era la capitana humana más longeva de la flota, gracias a avanzados tratamientos para mantener lejana la guadaña de la Muerte. Y la única no Astartes a la que se le había confiado una nave de tan importancia. La más importante, de hecho. La Omnio Sapere era la nave insignia de los Martillos de Wikia. Arbetiz arrugó la nariz, con hastío, cuando inmediatamente descubrió al gigante cruzado de brazos. El trono quedaba por encima del propio puente, una sala extensa capaz de albergar a un centenar de tripulantes, operarios y servidores todos y cada uno de ellos funcionando en perfecta sincronía dentro del enorme engranaje que permitía a la Omnio Sapere operar. Un engranaje que Arbetiz sabía mantener engrasado como nadie. - No quiero ningún ajeno en mi puente. Abandónelo inmediatamente -Beatrice levantó la voz, seca, muy erguida y formal. El ceño fruncido marcaba demás las arrugas de la edad que no terminaban de cuadrar con el terso mentón; aún era atlética y lucía como una mujer más bien joven. Pero ya estaba en el límite de las cirugías, y pronto comenzaría a sufrir los estragos de la edad que había estado intentando eludir tantos decenios. El Astartes permanecía con la vista clavada el panel de observación, con la vista clavada en la árida superficie del planeta acercándose. Tardó expresamente de más en darse la vuelta, descruzando los brazos alisándose la túnica simple que lucía. Lord Eledan enarcó una ceja, para después sonreír con picardía y ofrecer una reverencia a medias, breve. Un hombre de aspecto insignificante cargando con un cogitador portátil imitó el gesto a su lado, más pronunciado y entusiasta. Eufrasius Filisteus, el asistente del Señor del Capítulo Eledan y Senescal de los Siervos, solía pasar desapercibido. - Bienvenida al puente, Capitana. Hemos llegado a Prasinia con tres días de retraso. No tenemos contacto aún con Antares ni la Tercera Compañía, pero estamos en ello. Si fuera tan amable de... - NO soy amable -cortó Arbetiz, sentándose en el trono de mando. Conectándose a él sin demora para, a su extraña manera, volverse una con la nave. - Si me permite señalar, con su permiso... -comenzó Filisteus siempre dispuesto a interceder con diplomacia. - PERMISO DENEGADO. Cállate Eufrasius -volvió a cortar Arbetiz-. Joder. He dicho que salgáis de mi puente. ¿Os presento a Hoz y a Yunque? Un teniente de navío se aproximó con cierto temor por las voces de la capitana, pero esta inmediatamente le apremió a informar con un ademán. - Los sensores comienzan a funcionar, capitana. No hay nada en el espacio real. Escudos a niveles normales de velocidad de maniobra. Ingeniería informa de que ya están a toda su capacidad si desea acelerar -el Teniente hizo un diagnóstico rápido y apurado del resto de funcionalidades. La mayoría necesitaban reajustes o unos minutos para operar a pleno rendimiento tras el viaje Disforme. Prosiguió -. Hemos localizado la Ciudadela Hagia Musae de la Orden del Santo Icono. - Acérquenos a la Ciudadela, por favor -volvió a intervenir Filisteus, dirigiéndose al teniente directamente. El bufido furioso de Arbetiz hizo temblar al oficial, pero tenía ante sí a su mayor superior. Filisteus era directamente responsable de todos los estamentos y departamentos que podían ocupar los siervos dentro del Capítulo, y la flota no era una excepción-. Los Señores bajarán inmediatamente. - Sí señor. Capitana, con su permiso. Beatrice asintió roja, permitiendo la marcha y volviendo a clavar la vista en Eledan. Tecleó algo en el reposabrazos derecho, y una puertezuela oculta se abrió justo debajo del trono, permitiendo salir de su escondite un gran servidor armado, con múltiples e intimidantes armas; Sus orugas chirriaron al abandonar el pequeño recinto, dejando colgando cables de alimentación arrancados bruscamente. El cañón automático del brazo derecho apuntó directamente al Astartes, y el otro brazo se balanceó amenazador, rematado artificialmente en el gran martillo que daba nombre a Yunque. - SEGURIDAD. SACAD A ESTOS HOMBRES DE AQUÍ. - Vociferó, en vez de usar un comunicador. Tres guardias, miembros de la tripulación bien pertrechados, abandonaron su puesto para aproximarse a la pareja con cautela, inquietos y temerosos de cumplir la orden. Yunque no, el servidor se limitó a avanzar inexorablemente hacia Lord Eledan hasta apoyar el cañón automático en su costado, inexpresivo y, bueno, muerto; sólo era un servidor cumpliendo la programación. Eledan mostró las palmas dócilmente, levantando las manos. - Volveré cuando me haya vestido para preparar la bajada de Aresius, cuando nos aseguremos de que la cápsula cae bien nos reuniremos con Antares. Si me permiten, caballeros, me retiro. El Astartes se abrió paso entre el trío de guardias y abandonó el puente bajo la atenta y suspicaz mirada de la capitana, seguido por Filisteus que se apresuraba para equiparar las grandes zancadas del gigante. - Es irrespetuosa y arrogante, Señor. Nunca entendí cómo la mantienen en el mayor honor de la flota cuando hay otros tan capaces -murmuró Eufrasius Filisteus, mirando hacia atrás con recelo, encogido en su túnica de escriba, lo que le daba el aspecto de un mero administrativo. - Porque es un puesto que se ha ganado. Y esa actitud y dominio de su puente y nave por encima de nosotros... -Eledan le sonrió, rozando la condescendencia-. Te falta mucho que aprender sobre liderazgo. Ella les hace creer que manda por encima de todos en la Omnio Sapere, crea un reflejo de autoridad que la encumbra delante de la tripulación. Jamás la desobedecerán después de verla retar al Señor de la Flota o a mí. - ¿Entonces ella no tiene el control, era una farsa? - Oh, no. Sólo yo me atrevo a entrar en el puente sin servoarmadura, la orden iba en serio y el servidor habría abierto fuego de demorarnos más -Eledan amplió la sonrisa-. Algún día te contaré la historia de Praefactus y Beatrice, pero no tenemos tiempo. En los confines de la ciudadela de las Hermanas de Batalla en Prasinia... La tromba de Orkos superó los destrozados muros exteriores con facilidad sin temer entrar en el radio de acción de las Hermanas de Batalla pobremente parapetadas entre los restos derruidos de los anexos exteriores del monasterio, guardando la mayor de sus entradas. Una treintena de bólteres se alzaron al unísono esperando con férrea disciplina la orden de la Hermana Superior. - Mantened la posición. Vigilad la munición -avisó Carminae, inquieta con la imagen de la peña Orka que llevaban más de dos horas esperando. Restos del ejército del Kaudillo Zuperzentauro, poco más que un grupo descoordinado de pielesverdes con un puñado de Noblez que trataban de reunirse con el resto de los suyos que mantenían ocupado el vasto complejo religioso del Santo Icono, mancillando sus salones y revolcándose en sus sacros tesoros mientras ellas trataban de expulsarlos para el propio deleite de los Orkos. Los Marines Espaciales paulatinamente habían ido desapareciendo, volviendo la mayoría de las Compañías a sus quehaceres y misiones lejos de Prasinia, pero aún quedaba un puñado de ellos repartidos por el planeta ayudando en lo que la Guardia Imperial se limitaba a calificar como tareas de limpieza. La única ayuda que les habían dejado era el Dreadnought que permanecía inmóvil, estacionado tras las Hermanas. Llevaba tres días en esa misma posición sin conversar con nadie, sin moverse ni un ápice. Inactivo. Para Carminae simplemente habían dejado atrás una máquina disfuncional para que no les hiciera de lastre, y lo habían vestido de regalo. La Hermana Superior Carminae miró a las pocas Hermanas Serafines que seguían con ella, luego al Dreadnought, gruñó para sí y señaló al frente con la magnífica espada de energía. Si tan solo tuviera unas pocas veteranas más... - ¡AHORA! ¡CONCENTRAD EL FUEGO EN LOS GRANDES, ELIMINAD ESA ARMA PESADA! ¡PROTEGED EL MONASTERIO, QUE NADIE SOBREPASE ESTE MURO! ¡DETENEDLES CON FE Y FUEGO! -Carminae no se sentía entusiasta con cómo iban las cosas desde la llegada de los refuerzos, aunque el ¡Waaagh! de Zuperzentauro había muerto antes de comenzar. Pero debía intentar parecerlo por sus hermanas, una carga que recaía en los hombros de las pocas dirigentes que quedaban en la Orden, como ella. Tenía que agradecerle al yelmo que sus hermanas no pudieran verle la cara, fatigada y desanimada tras el lustro de combates contra los Orkos. Primero para defender el planeta, después su ciudadela y, tras su derrota, para recuperar los restos de la gloria de la Orden, mancillada y humillada a todos los niveles- ¡POR EL PADRE, NO VOLVEREMOS A FALLARLE! ¡PROTEGED A LA SANTA! Los bólteres tronaron y los proyectiles explosivos comenzaron a impactar y desmembrar las filas de desafiantes Orkos dispuestos a llegar a ellas, la mayoría pobremente armados pero igualmente capaces de obligarles a exprimir la exigua cobertura que habían conseguido apilando escombros para eludir los frenéticos disparos de los akribilladorez, piztolaz y hasta piedras y cuchillos mugrientos que podían arrojar los que no tenían acceso a un arma de verdad. Sabían por experiencia que la francamente mala puntería de los Orkos no significaba que debieran despreciar a sus tiradores, los cuales, siempre entusiastas, en algún momento acertarían a sus blancos por pura y simple estadística. Aunque eran unos largos cincuenta metros los que les separaban inicialmente, los Orkos no se amedrentaban y los recorrían con largas zancadas ignorando sus bajas y heridas, eufóricos con la oportunidad de trabarse en combate cerrado después de tantas largas caminatas en terreno baldío. A pesar de la disciplina y los precisos tiros de sus hermanas, Carminae entendió inmediatamente que los disparos y un simple muro bajo no impedirían a los Orkos realizar su asalto... Su escuadra de Serafines era demasiado reducida como para poder garantizar que saldrían bien paradas de la confrontación a base de fuerza bruta, en el terreno de los Orkos. Pero todas cumplirían su deber y su fe en la victoria sería inquebrantable, y en cualquier caso tomarían la muerte en combate como una liberación tras las penurias sufridas. Aunque muchas de ellas temían ese momento con gran pesar, temerosas de ser juzgadas por el Emperador y rechazadas como fracasadas, este miedo teológico profundamente arraigado las obligaba a dar lo mejor de si mismas día tras día superando la carencia de víveres y munición. No quedaba una escuadra completa en toda la Orden del Santo Icono, por lo que Carminae tenía que ayudar a la Canonesa exprimiendo sus pocos recursos al máximo y obligando a sus hermanas a invertir los exiguos recursos que les quedaban al máximo, sin permitirles desperdiciar ni una sola bala. Contemplando lo que se les venía encima, inminente, decidió retroceder. Cediendo terreno podían, tal vez, sacar ventaja en una posición más atrasada y ascendente que la actual; deberían moverse veloces hacia el acceso propiamente dicho de la Ciudadela, subiendo la escalinata que llevaba al portón destruido por la artillería Orka años atrás. Chilló la orden a través del altavoz, pero no llegó ni a percibir su propia voz, acallada por un estallido atronador justo tras ella. El cañón de asalto del Dreadnought de los Martillos de Wikia, Turuth Asan, disparó y mantuvo su salva en un amplío arco masacrando media docena de Orkos, si bien la muestra de tal potencia de fuego no aminoró la carga ni afectó a la moral de los exaltados pielesverdes. - APARTAOOOS -la voz robótica, con algo parecido a un deje perezoso al alargar la palabra, de Turuth Asan se sobrepuso a sus propios disparos mientras preparaba su gran corpachón acorazado para cargar, arrojándose a través de la cobertura y de las Hermanas de Batalla. Al venerable hermano de los Martillos de Wikia no pareció preocuparle que Carminae se aferraba a la pobre barricada que había logrado construir con los restos malogres del exterior, y barrió una importante sección al traspasarla obligando a dos Sororitas a arrojarse a un lado. - MUEEERTE. SÓLO HAY MUEEEERTE -Gruñó el dreadnougth ignorando lo peligroso que era para sus aliadas. No hubo tiempo para protestas. Turuth Asan se estampó contra la hueste Orka como una bola de demolición levantando el puño de combate al máximo antes de bajarlo y exprimir contra el suelo al primer insensato que encontró sin haber dejado de acribillar indiscriminadamente. Carminae bajó la espada lentamente, contemplando la matanza que les estaba dando un respiro; al menos en la mayoría del espacio defendido. Un disparo la sacó de su ensimismamento, un proyectil que atravesó su servoarmadura y dejó un agujero de salida en pleno torso. - ¡CARGAD! -vociferó desgarrada mientras caía, y la Hermana Superior se sumió en la oscuridad con el combate a su alrededor, perdiéndose una cruenta refriega que no terminaría hasta que el último de los Orkos pereciera bajo el pesado pie hidráulico de Turuth Asan. Y para ello, aún debían de pasar horas. En esos mismos momentos, en el interior del vasto complejo del Adepta Sororitas... Cuando Vionse se impuso al Noble enterrándole la sacra espada en el vientre, lo empujó con el hombro desclavándolo y permitiéndole a la hermana de su izquierda volver a tener ángulo para disparar contra la marea Orka que atestaba el estrecho corredor. - Último cargador -informó la tiradora antes de comenzar a descargar el bólter en fuego automático, sin apuntar: no podía fallar. Los Orkos, chillando de rabia, dolor e ímpetu guerrero se desplomaban unos contra otros mientras los de detrás pisoteaban heridos y cadáveres para llegar a las Hermanas de Batalla en el claustrofóbico campo de batalla que eran los salones inferiores, donde no había más que celdas y espacios dedicados al trabajo y la oración. Lilienne Vionse se encogió cuando una ráfaga de pistola automática arañó su armadura en el pectoral, a la que siguió una estela de impactos que alcanzó a la Hermana de Batalla que mantenía el fuego supresor. Un gorgoteo espasmódico avisó antes de que pudiera contemplarse que al menos una bala había superado la gorguera de la hermana y le había atravesado el cuello. Sangrando en abundancia, la Hermana de Batalla siguió disparando hasta desfallecer y desplomarse hacia delante, sin fuerzas ni vida, desapareciendo el poco apoyo que retenía el frenesí de los Orkos. El impacto de un hacha rudimentaria contra su servoarmadura, de un Gretchin que se atrevió a aprovechar el hueco pisoteando el cadáver reciente de la valerosa guerrera, sorprendió a Vionse y la sacó de la distracción a causa de la pérdida que acaba de volver a contemplar. Antes de que pudiera reaccionar, la Hermana Hospitalaria blandió su espada sierra y convirtió al goblin en una pulpa irreconocible. - ¡No podemos seguir! -gritó la misma, Dylviet- ¡Ya tengo suficientes hermanas que remendar, salgamos de aquí! - La Santa está por ahí... -murmuró Vionse, dando un paso adelante contra la marea. Otra hermana se adelantó con ella para protegerla del envite desenfrenado de los Orkos acumulados frente a ellas, que se entorpecían entre sí y peleaban por alcanzarlas. La espada sierra rugía a la derecha de la Canonesa Vionse, pero no le ganó espacio. La marea presionaba. Dylviet tiró de ella con fuerza para obligarla a retroceder. - ¡Y seguirá allí! ¡Santo Icono, retirada! A regañadientes Vionse permitió la retirada volviendo a una de las, en su opinión, poquísimas secciones que habían limpiado, en una desenfrenada carrera a trompicones perseguidas por los iracundos Orkos, incansables hasta que el fuego del bólter pesado de la hermana que defendía la sección segura les disuadió de intentar un asalto más. Al menos hasta que se apiñaran más pielesverdes para más juerga. Allí el grupo pudo resguardarse y dejarse desplomar por las estancias que deberían de estar dedicadas al reposo y al rezo, y ahora acogían un campamento militar y hospital de campaña avanzado, literalmente en la primera línea del conflicto. Dylviet solía decirles que dormir pared con pared de los Orkos no era precisamente lo que una cirujana como ella consideraría un emplazamiento seguro, pero la Canonesa estaba convencida de necesitar la cercanía, y el fervor del resto la respaldaba. Así que Dylviet se veía obligada a trasladar continuamente los pocos bienes que les quedaban de sección en sección según iban avanzando por el interior de la Ciudadela, ganándosela de nuevo a los Orkos metro a metro, con sudor, sangre y fe inquebrantable. La Canonesa se derrumbó en el rincón que encontró libre, como tantas otras, frustrada por el asalto fallido: No había conseguido despejar la siguiente sección, ni siquiera habían avanzado. Esta vez los Orkos les habían rechazado bien. Echarían de menos el valor de la Hermana Fionna, la cual habían tenido que dejar atrás a merced del pillaje Orko. La próxima vez que vieran el bólter de su hermana caída, sería en las asquerosas manos de un xenos que lo usaría contra ellas. Y cada hermana que caía bajo su responsabilidad no sería repuesta nunca mientras la abadía estuviera bajo esas mismas manos. Posiblemente el Santo Icono ya no recibiría ningún favor o ayuda del Adepta Sororitas, y se limitaría a disgregarlas y dispersarlas entre otras Órdenes. Lo mirase como lo mirase, Lilienne Vionse había permitido a la escoria alienígena apoderarse de sus tesoros y mancillar la santidad de la Eclesiarquía, una certeza que la mantenía sumida en un continuo estado depresivo que sólo podía paliar dando su vida por la Orden. Todas las fuerzas que le quedaban serían dedicadas al exterminio de los Orkos. A su alrededor las Sororitas hablaban quedamente mientras se encargaban de sus pertrechos y heridas. Pequeños grupos se desplazaban a cubrir los puestos de guardia o dar relevo, Dylviet dirigía al reducido grupo de enfermeras del que disponía encargándose personalmente de las peores y más urgentes operaciones, convirtiendo el mismo espacio de descanso en armería y hospital. La propia Dylviet debía hacer de intendente; prácticamente administraba y cedía los recursos de la Orden a las distintos grupos según su buen juicio, pues la canonesa ya sólo combatía y dirigía los asaltos. A estas alturas, muchas de las hermanas acudían a la Hospitalaria antes que a la propia líder de la Orden. - Canonesa -la voz suave y modulada de un hombre sacó a Vionse de su sopor, percatándose con apuro que se había quedado dormida a causa del cansancio. Sobresaltada la Canonesa se levantó inmediatamente contemplando perpleja como dos ceñudas, y desaprobadoras, Hermanas de Batalla escoltaban al Marine Espacial cuya blanca y reluciente servoarmadura señalaba inequívocamente como Apotecario, a pesar de la capa lobuna fuera de lugar que lucía. No era el contacto de los Astartes que conocía, que lucía una armadura de igual color. Éste era nuevo, y no había Martillos nuevos en Prasinia. Y menos debía de haberlos en SU ciudadela. Con una antigua servoarmadura excesivamente decorada entre sellos de pureza, joyas, embellecedores, colgantes y piezas de devoción ancladas a las propias placas de protección, el Martillo de Wikia se presentó con una inclinación de cabeza en una media reverencia respetuosa. - Hrolf, Apotecario de la Tercera Compañía. Es un gran honor para mí poder personarme ante vos, Canonesa -regio en el protocolo, Hrolf lo rompió inmediatamente con un descarado guiño antes de endurecer el gesto nuevamente al proseguir-. He sido enviado a su presencia para ofrecerme como sanitario, así como el resto de mi personal si le granjea el acceso. He portado yo mismo a la Hermana Superiora Carminae. Hrolf hizo una breve pausa al advertir que Lilienne ya no le escuchaba. Ella lo apartó para moverse y buscar, hasta encontrar cerca a Dylviet arrodillada sujetando la mano de Carminae, echada sobre una rudimentaria camilla mientras dos novicias le retiraban la servoarmadura cuidadosamente. - He podido mantenerla con vida. Su herida es grave, necesita operación, he traído conmigo el material necesario. Si me permite... -Hrolf continuó hablando tras ella-. También traigo... - Opera. YA -la Canonesa se giró hacia Hrolf para sujetarle por las pieles de lobo y lo empujó hacia la Superior herida-. Salvala, después discutiremos cómo te incineraremos por pisar sin permiso nuestro monasterio. Hrolf se encogió de hombros y le sonrió con una galante reverencia. - Para eso he venido, dejen pasar a mis ayudantes y se lo garantizaré. Por mi honor. - Sólo hazlo ya -insistió la Canonesa, apartándose y dejándole vía libre, desentendiéndose al verse forzosamente atraída por el gesto de una de las dos escoltas de Hrolf. La Hermana Mila bajó la cabeza y murmuró para Vionse. - Mi Señora, una fuerza Astartes ha penetrado en el monasterio. Creo que se dirigen a los aposentos de la Santa, los compañeros del Apotecario. - ¿Por qué no les habéis detenido? - No... No nos fue posible, no nos dio tiempo a recomponernos después de asegurar el exterior... Cuando nos dimos cuenta ya se habían ido y su máquina bloqueaba el paso. La Canonesa bufó aferrando con fuerza su arma envainada. Revisó de reojo cómo Hrolf se arrodillaba también junto a Carminae y conversaba con Dylviet. - Cuando termine, encerradlo. Reúne a todas las Hermanas que puedan volver a salir, llegaremos a la Santa antes y les expulsaremos de nuestra casa. - ¿A los Orkos o a los Astartes, mi Señora? - A LOS DOS. Poco antes, en el exterior... El Kamión destartalado y modificado de los Orkos estalló en una bola de fuego cuando el misil del Hermano Angus acertó de pleno en su parte delantera, deteniendo el pequeño convoy en seco. - ¡Vladmir! ¡Ferrante! -Uriel Antares abandonó la cobertura y escondite que le daban las rocas, comenzando la emboscada en el rudimentario camino. Llamaba a las dos escuadras bajo su mando, lo que la Tercera Compañía y el Capítulo había dejado con él para limpiar, al menos de esa parte de Prasinia, los restos del ¡Waaagh! frustrado y apoyar a las Hermanas-. ¡CARGAD! ¡ANIQUILADLOS, FORJAREMOS UNA NUEVA ERA! Sólo con distinguir el contorno de la espada Sangre, uno de los regalos que el Capítulo tenía en mayor consideración, los Astartes se envalentonaron entonando gritos de guerra yendo en pos de los Orkos. Los Hermanos de Asalto de la Ferrante cayeron directamente sobre los desorientados Orkos, que salían del vehículo dañado a trompicones, algunos ardiendo; o que se bajaban de los Buggies bloqueados por el mismo Kamión. La Escuadra Vladmir, rodeando a Uriel, descendió entre las rocas sin dejar de rociar con fuego de bólter a todo pielverde que quedaba expuesto en un implacable avance para unirse a la refriega, dispuestos a blandir los cuchillos de combate sin pudor una vez acortaran la distancia. No iba a ser un combate memorable: la sorpresa, iniciativa y posición corrían a favor de los Astartes y tendrían que manejar no mucho más de treinta Orkos. Sólo un reducido puñado de Noblez estaba dando problemas, el resto era una matanza donde los Hermanos de Asalto se estaban destacando especialmente, demostrando la pericia ganada tras largos años de servicio en una verdadera Compañía de Batalla. Sin embargo no está en la naturaleza Orka reconocer una posición de desventaja o una derrota, su fiereza contuvo lo suficiente a la Ferrante como para que Uriel Antares llegara al conflicto a tiempo de derribar, con dos disparos precisos de pistola, el Orko que acosaba a uno de sus Hermanos. Este, entretanto, intentaba hacerse cargo de otro ejemplar de pielverde especialmente grande, con implantes biónicos y suficiente masa muscular como para que, cuando encadenó un impacto de su brazo mecánico en el Marine, tuviera que retroceder varios metros con un equilibrio precario. El Marine de Asalto encendió el propulsor de salto eludiendo el siguiente golpetazo, y cayó a unos metros más allá sobre otro Orko. Ése fue el espacio que aprovecho Uriel para enarbolar a Sangre y ponerse frente al pielverde en un reto mudo, pasando a sujetar la magnífica arma blanca a dos manos. - ¡Un blankito! Loz latazblancaz ziempre tenéiz cozaz interezantez -bramó el Orko atacándole de inmediato con la extremidad orgánica, enarbolando un instrumental caótico rematado en una gran aguja lo suficientemente afilada y larga como para atravesar una servoarmadura. Su otro brazo, el izquierdo, era una extremidad mecánica que terminaba en una gran e intimidadora pinza. Uriel se sorprendió de estar defendiéndose de un Matazanoz, que resultó ser uno especialmente entusiasta que no dejó de reír entre dientes en todo el duelo, encantando con saquear lo que pudiera haber traído el Apotecario Jefe consigo. Uriel era un consumado espadachín, y si su camino hubiera sido otro podría haber promocionado a Campeón de la Compañía perfectamente. Su senda fue otra, pero nunca dejó de lado la esgrima y el Matazanoz no tardó en sufrir esa excepcional habilidad combativa perdiendo toda la ventaja y terreno sin darse cuenta. A los pocos instantes era el Astartes quien marcaba el ritmo y obligaba al pielverde a retroceder y a eludir los poderosos mandobles. -¡El Kaudillo volverá! ¡Y oz machakará, oz komerá y oz hará pedazitoz! -rugió cuando, de un rápido revés, en un giro casi acrobático en el límite de la movilidad de la servoarmadura, Sangre seccionó la pinza por la mitad convirtiendo la extremidad izquierda en un muñón inútil. Y aun así el ánimo del Matazanoz no decreció, al menos no hasta que la hombrera de Uriel le impactó en plena cara estampándolo contra los restos del Kamión ardiente. Antares se tomó un instante mientras equilibraba la postura para contemplarlo. Abrió la boca pero finalmente decidió no comentar nada. Sólo era escoria xenos. - OZ HARÁ PEDAZITOZ -bramó el Matazanos manoteando intentando llegar a él mientras Sangre lo empalaba contra el casco ennegrecido del vehículo atravesándole limpiamente. A su alrededor el combate estaba terminando, y los últimos Orkos eran abatidos a disparos o con certeras estocadas. El Sargento Vladmir se acercó, ondeando sobre su espalda el estandarte de los Martillos de Wikia, recién agujereado. - Señor, mire al cielo -invitó cogiendo a Uriel por el hombro, ayudándole a terminar de tirar para liberar a Sangre del amasijo de hierros medio fundidos y del corpachón del recién asesinado Matazanoz. Éste agradeció el gesto una vez recuperó el arma con un leve asentimiento y levantó la cabeza: Dos Cápsulas de Desembarco caían en la lejanía, indudablemente Astartes, en dirección a la Ciudadela. - Al fin han llegado. ¡Chicos, quemadlo todo! ¡Tenemos visita, no les hagamos esperar! Una Cápsula de Desembarco cae dentro de la Ciudadela, y una segunda en las inmediaciones de la misma. La segunda Cápsula cayó justo en el combate protagonizado por las Hermanas de Carminae y el Dreadnought Turuth Asan... La pesada extremidad del venerable Turuth Asan aplastó al último Orko, y bajó su corpachón con un silbido electrónico apagando sus armas al instante, volviendo a su reposo interrumpido directamente en medio de la masacre que había protagonizado. Héctor bajó su decorado bólter, el cual blandía a una mano por mera costumbre de estar sujetando en la otra el sagrado estandarte capitular. Lo había dejado en la Omnio Sapere, pues habría sido irresponsable entrar en el complejo con él. Además la presencia del gran Astartes envuelto en la espléndida armadura artesanal hacía esa misma función: las Hermanas de Batalla que volvían a sus posiciones defensivas lo miraban fugazmente, asombradas de la talla artesanal. La Escuadra Aper de la Primera Compañía, los Veteranos de Vanguardia del Sargento Tafari, se movían a su alrededor comprobando que no quedara ningún xenos con vida, vigilando el linde de la Ciudadela con cautela haciendo caso omiso de las Hermanas, que con la Hermana Superior gravemente herida habían quedado sin liderazgo efectivo, aunque tenían claro su proceder: Poner a salvo a las heridas en el interior y vigilar el exterior. - Aquí fuerza de tierra. Omnio Sapere, despejado. Puede descender el resto -comunicó Héctor mirando innecesariamente al cielo despejado. Tafari se acercó a él, golpeándose el pecho justo junto al águila bicéfala que lucía en relieve en el torso. - Señor, están todos bien. Las Hermanas han sufrido pérdidas y parece que su líder va a morir. Solicito un Apotecario. - Vendrá Hrolf -aseveró Héctor, y señaló el complejo-. Gran trabajo, Sargento. Avancen y aseguren la posición Alpha mientras nos reagrupamos. No tardarán, seguro que nos han visto. Héctor era tal vez el miembro más reconocible de la Guardia de Honor, incluso por encima del Paladín del Martillo, dado que el estandarte solía estar acompañado de su figura. Era admirado y tenía trato con todo el Capítulo, pero aun con tantos años de servicio como Portaestandarte seguía siendo incapaz de añadir la más miserable de las emociones a su tono neutro y desapasionado. Sus agradecimientos siempre sonaban vacíos y sin reconocimiento real, como un mero formalismo. Veteranos como Tafari ya conocían su carácter tan atípico, que a su vez convertía a Héctor en el perfecto portador. - Inmediatamente. El Señor del Apothecarion jamás se ha retrasado, no lo hará hoy -Aseveró el sargento, saludando breve antes de retirarse a paso vivo-. ¡A mí la Aper! -bramó de buen humor, señalando con su maza de energía la gran entrada al complejo- ¡Adelante, hay una misión que cumplir! ¡Recordad quién nos mira desde la órbita! Los Veteranos marcharon rápidamente. Las Hermanas de Batalla protestaron, pero tras una breve deliberación, y al comprender que la determinación de los Astartes bien podía hacerles pasar por encima de ellas si fuera necesario, no pudieron detenerles. Estaban fatigadas y heridas tras un combate que, aunque habrían vencido por si mismas (al menos, posiblemente), les había pasado factura igualmente. Exactamente por el mismo punto por el que acudió la incursión Orka, brilló la armadura blanca de la figura que lideraba a la veintena de Martillos de Wikia que se aproximaban al recinto a paso ligero, la reconocible unidad de Uriel Antares, que mantenía el apoyo justo y necesario para que las Hermanas pudieran descuidar su retaguardia y mantener todas sus fuerzas en el interior de la propia Ciudadela. Héctor permanecía, inconfundible, junto al corpachón del inactivo miembro de la Guardia Eterna, con las Hermanas de Batalla de fondo expectantes y terminando los pormenores del traslado de sus heridos graves. Uriel lo alcanzó saludando respetuosamente, y empezó inmediatamente. - La Canonesa sigue hostil hacia nosotros, tolera nuestra ayuda pero no nuestra presencia en el interior. Las relaciones son tirantes y complicadas, no escuchará. - Escuchará -aseguró Héctor. Le hizo un gesto de espera, volvió a levantar la vista activando el comunicador-. Omnio Sapere, bajen el Terror. Uriel Antares siguió su mirada con emoción. - ¿De verdad es el momento? - Así es. Un interior cerrado y una fuerza aliada que no nos aprecia. Es el momento idóneo, sólo lamento que no vayan a verlo en acción -Héctor ofreció la mano a Uriel, estrechándosela-. Habéis hecho un gran trabajo estos meses, pero el Capítulo os necesita de vuelta en vuestras funciones principales -aseveró con el tono neutro y apagado de siempre. El yelmo ocultaba la expresión acorde a su tono, igual de incapaz de mostrar alegría y aprecio. Conversaron quedamente en el breve lapso de tiempo que tardaron las Thunderhawks en atravesar la atmósfera y aproximarse a toda velocidad. Dos de ellas descendieron, una para recoger a Uriel y sus dos escuadras de vuelta, otra para que descendiera la rampa y pudiera descender con pesados pasos una armadura de Exterminador... Poco más tarde, en la laberíntica Ciudadela... Héctor se pegó contra la pared y la ráfaga de disparos impactó contra la misma y a lo largo del corredor. Justo delante de él, el Sargento Tafari se tiraba al suelo arrojando una granada de fragmentación hacia delante. Permaneció cuerpo a tierra hasta la explosión, momento en que los Orkos dejaron de disparar el tiempo suficiente como para que dos miembros más de la escuadra pudieran avanzar disparando hasta la exigua cobertura del largo pasillo. Héctor salió entonces ocupando el hueco central del corredor, y avanzó despacio con el bólter equilibrado ante él, arrojando ráfagas cortas contra los pielesverdes apiñados, tal y como hacían ellos más adelante intentando contenerles. Habían aprendido por las malas que no podían competir en la cercanía con los Veteranos de Vanguardia, e intentaban interponer distancia. Dos disparos hicieron temblar a Héctor por el gran calibre del arma que sujetaba el Zakeador apostado en un cruce aún más allá del que ocupaba la peña que los ralentizaba, pero eso no le hizo buscar cobertura. En vez de esconderse, Héctor se clavó en el sitio, sujetó el arma con ambas manos y apuntó con paciencia y calma a pesar de la lluvia de disparos. - Sargento, siga avanzando. Lord Eledan, ¿está preparado? -habló con sosiego a través del comunicador; apretó el gatillo una única vez eliminando al tirador en la distancia. - Cargad después de mí -ordenó el Señor del Capítulo, rezagado, y los Veteranos se prepararon para salir a descubierto de nuevo y tomar el cruce atestado de Orkos. Les interrumpió y sorprendió el contemplar que la peña empezó a caer por precisos y desgarradores disparos de bólter desde el corredor de la derecha, supuestamente dominado por los propios pielesverdes. Muy pronto fueron exterminados entre el fuego cruzado, y dos Hermanas de Batalla hicieron acto de presencia. Dos Hermanas de Batalla que les estaban apuntando. Una tercera las sobrepasó equilibrando el arma favorita de las Órdenes Militantes de la Eclesiarquía. - ¿Decís que no conocéis el miedo? ¡SENTIDLO! ¡INVASORES! ¡NO SOIS MEJORES QUE LOS ORKOS QUE INFESTAN ESTE SACRO LUGAR! -vociferó Vionse levantando el lanzallamas que había arrebatado a una de sus hermanas superioras, llenando el reducido pasillo de promethium candente. Obligó al puñado de Astartes a retroceder y buscar cobertura en la siguiente esquina, librándose a duras penas. Incluso Héctor tuvo que dejar a un lado su estoicismo natural para salvaguardarse. - ¡JAMÁS ROBARÉIS NUESTRO LEGADO! ¡JAMÁS OS PERMITIRÉ LLEGAR A LA SANTA EN VIDA! - Siguió ignorando el rumor creciente que, poco a poco, se sobrepuso al propio lanzallamas hasta que distinguió entre la propia materia ígnea dos brillantes ojos fijos en ella, avanzando entre el torrente de llamas. - ¡¿MIEDO, CANONESA?! ¡YO SOY EL MIEDO! ¡YO SOY EL TERROR ALADO! - Clamó en respuesta Lord Eledan surgiendo inmensamente entre el torrente de llamas destrozando el arma con un pesado mandoble de Purificadora, un golpe que no le arrancó el brazo a Lilienne por un mero acto reflejo al retroceder. La armadura de Exterminador alada del Señor del Capítulo de los Martillos de Wikia dominó todo el pasillo cuando se plantó delante de ella, bufando pesadamente mientras alzaba de nuevo el poderoso y extraordinario mandoble. La Canonesa comprendió que no había visto nada más poderoso y aterrador en toda su vida. La Hermana más cercana se interpuso levantando su bólter en horizontal para bloquear un golpe que sabía sobradamente que no podía detener, pero llevaba por el deber de proteger a su líder. Eledan tuvo la decencia de no activar el devastador campo disruptivo del arma y Purificadora descargó todo su peso en la Hermana, aplastándola con un espectacular crujido de su servoarmadura al ceder ante el enorme espadón y la potencia de un Exterminador. La Hermana se derrumbó, posiblemente con las piernas rotas en su terquedad de mantenerse firme ante él, y la segunda Hermana a la vista intentó acuchillarle sin lograr que su espada sierra hiciera más que arañar la pintura de la Armadura Táctica Dreadnought artesanal, que convertía al Astartes en un tanque humano: un revés y un golpe con el canto del escudo derribó a la segunda. Lilienne Vionse tenía dos quincenas de Hermanas cerca, ocupando el corredor que tenía detrás y las salas contiguas -la mayoría trabadas con los Orkos-, pero ese desafío era un reto y una ofrenda para ella. Dedicó un gesto brusco al resto antes de que alguien abriera fuego contra Eledan, y equilibró su arma con la otra mano retándole. - ¡ALTO EL FUEGO! ¡NO PASARÁS DE AQUÍ! ¡ESTÁS EN TERRENO SAGRADO! ¡ESTÁS...! Lord Eledan la encaró arrojando el escudo a un lado, con un impacto pesado y ruidoso al impactar y dañar la pared cercana. Levantó a Purificadora con ambas manos. - No hay más avisos. NO HAY MÁS DISPAROS A MIS CAPITANES, VUESTRO DESDÉN POR LOS ÁNGELES DE LA MUERTE TERMINA AQUÍ. Rugiendo airado, Eledan descargó con todas sus fuerzas a Purificadora en un arco horizontal que abarcó todo el pasillo. Vionse lo bloqueó con su arma sujetándola por el mango y la hoja y salió despedida contra el muro. La Canonesa gimió de dolor, camuflado por el quebrar de la armadura artesanal ante la brutal presión, y quedó aprisionada por la enorme arma y el peso del Exterminador con el lacerante dolor y la certeza de que se le había roto el brazo. - Jamás... No defraudaremos al Padre otra vez... - Musitó Vionse pugnando por empujar una mole inamovible. Los brillantes visores se acercaron según Eledan se inclinó sobre ella, ocupando todo su campo visual. - Os relevo del mando. Retiraos, hablaremos cuando despertéis. La Canonesa no pudo responder, sólo pudo ver cómo el Señor del Capítulo quitaba una mano de Purificadora y le asestaba un puñetazo terrible, potenciado por los servomotores de la pesada armadura, y la sumía en la oscuridad. Categoría:Relatos Martillos de Wikia
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