abstract
| - Esa noche tormentosa llegué a casa cansado del trabajo y me senté en el sofá, la costumbre siempre era prender la TV y mirarla hasta que me agarrara hambre, pero no había electricidad. Juntando un par de velas y colocándolas en la mesa, me senté solo en la cocina y comí la comida congelada que había de ayer. Me sentía solo, extrañaba a mi familia: “¿En dónde estarán ahora?”. Hace ya un año que desaparecieron sin dejar rastro y el caso aún seguía abierto, de seguro están muertos, el hecho de pensar en ello hacía que se me cayeran las lágrimas. Algo extraño sucedía esa misma noche. La tormenta se puso más y más fuerte. Fregando mis ojos, me dispuse a recostarme nuevamente para dormir. Pero algo llamaba mi atención... Un sonido. No el de la lluvia chocando contra el techo de mi casa, o una gotera, que en esta casa debe de haber miles, o el viento, haciendo estruendo contra las ventanas. Era un lamento. Me senté en la cama, parando oreja para escuchar claramente el lamento de un animal. Caminé saliendo de mi cuarto y mientras daba un paso, ese lamento se escuchaba claramente, el de un perro. Por alguna razón, dejé de escuchar la lluvia. Bajé las escaleras y caminé hasta la puerta: el lamento de ese perro provenía del otro lado. Abrí la puerta. Bajo la lluvia y en medio de la oscuridad, todo mojado y temblando se hallaba un perro de raza siberiana frente a la puerta, sollozaba por el frío que yo también sentía. El perro me miró e, inclinándome, lo levanté con ambas manos. Estaba pesado, lo llevé dentro de casa cerrando la puerta tras de mí. Le di las sobras de una comida que pensaba comer al día siguiente y un plato sopero con agua. El perro bebió y comió ansioso, podía notarse que no había comido en mucho tiempo, las costillas se le marcaban y, a pesar de la lluvia, aún se le veían manchas de tierra secas en su pelaje. Sonriendo, acaricié su pelaje. Él no se detuvo, continuó comiendo hasta dejar el plato vacío, luego de eso se fue caminando hasta las escaleras y subió como si fuera su casa. Lo seguí de cerca: lo encontré recostado en mi cama, mojándola toda con su pelaje, en unos pocos segundos ya estaba dormido. Me acosté a su lado y me dormí. Cuando era pequeño, solía tener pesadillas. Mi madre decía que cuando uno sueña cosas que dan miedo es que su vida cambiará de un día para otro. Y ella siempre tenía razón. Me veía sobre unas praderas pintadas de color sangre, unas praderas que parecían no tener fin, bajo un cielo negro como la noche, pero no había ni una estrella y la luna llena era un ojo gigante, el ojo no paraba de mirarme y temblaba como si estuviera sufriendo. Asustado, caminé por las rojas praderas sin rumbo, hasta que crucé un punto en que se empezaron a escuchar ruidos, eran gritos. Gritos de dolor y de sufrimiento. Con cada paso que daba, los gritos se hacían más y más fuertes, como si ellos estuvieran dentro de mi cabeza, advirtiéndome de algún peligro o amenaza. Los gritos se volvieron tan horribles que hicieron sangrar mis oídos. Algo a lo lejos se acercaba. De nuevo, comencé a concentrarme en aquello que corría hacia mí, e ignoré los gritos como aquella noche en que ignoré los truenos y la lluvia para escuchar esos lamentos del pequeño siberiano. El mismo perro que vi en la puerta de mi casa corría hacia mí como si viniera en mi ayuda, para salvarme. Pero a medida que corría, su pelaje blanco y negro se volvía rojo y un negro aún más oscuro, sus dientes se le marcaban y eran totalmente amarillos, sus orejas se tornaban rojas, parecía que estuviera completamente manchado de sangre. Pero lo peor eran sus ojos, sentía que sus amarillentos ojos me miraban al alma, que la apuñalaba más de mil beses con un cuchillo oxidado, y que luego la bañaba en fuego. Esa mirada nunca la olvidare. El perro se acercó a tal punto que miré al piso para no ver lo cerca que estaba. right|300px|SmileDog.JPG - Levántate. Escuché una voz, una voz estruendosa gruesa y profunda. - Levántate. La volví a escuchar. Llorando de miedo, levanté la mirada. - Gracias. Así escuché decir al perro entre los gritos que no podía ignorar más. -Todos me temen, y corren, tú eres distinto, tú me diste alimento y un hogar. Gracias. No podía escucharlo, era tal el miedo que me volteé para correr adonde sea, pero me frené. Eran millones de personas, o lo que creía que eran porque ya no lo parecían. Gente llena de cortadas muy graves, sin piel, sin ojos o simplemente sin una extremidad o cabeza. Me tiré al piso nuevamente volviéndome loco y perdiendo el control, lloraba de manera descontrolada entre los gritos, tapándome los ojos. Noté que estos se mancharon de sangre al verlos, era mi propia sangre. La piel del rostro se me caía poco a poco, sufriendo un inenarrable dolor en todo mi cuerpo, mis ojos se habían salido y los tenía en mis propias manos, sentía como se derretían y caían al suelo entre mis dedos. Ya no tenia mejillas dejando ver unos dientes amarillentos. De un salto desperté de la cama, ya había amanecido, pero pocos rayos de luz entraban por la ventana que se hallaba tapada con tablas gruesas de madera. La habitación estaba hecha un desastre, con manchas de sangre y dibujos en la pared. Recordé mi familia nuevamente en ese instante. -¿Volviste a soñar con lo mismo? No respondí nada, pero miré a mi perro con la normalidad de siempre. Él me sonreía con sus dientes amarillentos y llenos de sangre como siempre, sus ojos de espanto. Categoría:Demonios Categoría:Animales Categoría:Sueños/Dormir
|