La cerámica visigoda debió ser una derivación de la cerámica romana a juzgar por los fragmentos de vasijas y por las escasas piezas íntegras que han llegado hasta nosotros: simplemente lucernas cristianas y ladrillos ornamentados. El barro suele ser amarillento o pardo; el barniz, que algunas veces decora las piezas, se presenta negro lustroso o algo mate sin que se hayan descubierto vasijas esmaltadas o con barniz vidriado, por más que debió haberlas según se infiere de los textos de San Isidoro de Sevilla.
La cerámica visigoda debió ser una derivación de la cerámica romana a juzgar por los fragmentos de vasijas y por las escasas piezas íntegras que han llegado hasta nosotros: simplemente lucernas cristianas y ladrillos ornamentados. El barro suele ser amarillento o pardo; el barniz, que algunas veces decora las piezas, se presenta negro lustroso o algo mate sin que se hayan descubierto vasijas esmaltadas o con barniz vidriado, por más que debió haberlas según se infiere de los textos de San Isidoro de Sevilla. Al igual que en la civilización romana, se abandonó en la visigoda la decoración pictórica de las vasijas limitándose a decorarlas con sencillos relieves de molde y, entre ellos, el monograma de Cristo.