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  • Relato No Oficial Puños Imperiales: La Defensa de Kaal
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  • Muchos marines de alto rango habían sido llamados para acudir a la fortaleza aquel día, incluyendo miembros importantes de otros Capítulos. La ocasión lo merecía, pues era el día del nombramiento del Señor del Capítulo, Vladimir Pugh. Varios compañeros se dirigían hacia la sala donde tendría lugar el evento. Mientras avanzaban, observaban las enseñas en silencio y de vez en cuando intercambiaban algunas frases, destacando los detalles tácticos de las batallas más legendarias. - ¡Primarca progenitor, por tu gloria y por Aquel que está en Terra! - Arded en el infierno.
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  • Muchos marines de alto rango habían sido llamados para acudir a la fortaleza aquel día, incluyendo miembros importantes de otros Capítulos. La ocasión lo merecía, pues era el día del nombramiento del Señor del Capítulo, Vladimir Pugh. Varios compañeros se dirigían hacia la sala donde tendría lugar el evento. Mientras avanzaban, observaban las enseñas en silencio y de vez en cuando intercambiaban algunas frases, destacando los detalles tácticos de las batallas más legendarias. El lugar elegido para el nombramiento era una enorme estancia diáfana, que se encontraba llena de Astartes en formación. Vonkarman y sus compañeros ocuparon su lugar entre las filas. Los altos mandos lucían las armaduras ornamentadas, mientras que otros personajes importantes de la Inquisición, la Eclesiarquía y otras instituciones también portaban sus mejores galas. El nombramiento tuvo lugar en un altar elevado, de modo que todos pudiesen verlo. El nuevo Señor pronunció varios juramentos y dio un breve discurso, citando frases tanto del Codex Astartes como del Liber Mithrus. La ceremonia finalizó con los vítores de los Marines Espaciales. La verdad es que fue un momento bastante emotivo, pero Optimus Vonkarman no estaba hecho para eso... Su lugar era el campo de batalla. Optimus, rodeado por la negrura de la noche, recordaba el día del nombramiento de su Señor con la serenidad que le otorgaban los siglos de servicio. Había participado ya en cuatro guerras antes de aquella visita a la Phalanx, pero llegó a perder la cuenta de las batallas libradas desde entonces. La luz de las estrellas se estrellaba contra el pesado manto de nubes que cubría el cielo. Las velas del monasterio permanecían apagadas para no delatar su posición. La oscuridad habría sido total de no ser por el fugaz resplandor del puro de Vonkarman, que iluminaba tenuemente, con cada calada, un arrugado rostro que oteaba el horizonte en busca del enemigo. Su ojo biónico le permitía ver bastante bien incluso en aquellas condiciones. Los Orkos, que habían invadido el planeta Kaal hacía días, avanzaban matando, saqueando y destruyendo todo lo que encontraban. La Fuerza de Defensa Planetaria no podía hacer más que ralentizar su avance, pues no estaba preparada para una invasión de tamañas proporciones. No aguantarían mucho más. Se había solicitado el apoyo de los Marines Espaciales, pero tardarían en llegar. Cuando se recibió la llamada de alerta, sólo la escuadra de Vonkarman estaba cerca del sistema, como guarnición de una nave mercante que transportaba recursos de gran importancia para el Capítulo. A pesar de ser tan pocos, los Astartes acudieron a la petición de auxilio, a la espera del grueso de los Cicatrices Blancas que ya se encontraban en camino. Decidieron atrincherarse en un monasterio de la Eclesiarquía que, además de su alto valor estratégico, guardaba en su interior una serie de reliquias sagradas que no debían ser profanadas. Los pieles verdes aparecieron por el horizonte. Se desplazaban velozmente en toscos vehículos acorazados, portando antorchas en alto y disparando al cielo. La humareda que generaban era sólo comparable al estrépito del rugir de sus motores. Eran como una marea verde y roja que avanzaba cubriéndolo todo, y no existía posibilidad alguna de que pasaran por alto la presencia del monasterio. Vonkarman tuvo la certeza de que el día de su muerte había llegado. Dio una última calada a su puro y lo dejó caer de los labios. Se ajustó el casco mientras aplastaba el resto del cigarro bajo su bota, imaginando, al escuchar el crujido, que se trataba del cráneo de un asqueroso alienígena. El Sargento Ivan Danko comenzó a dar órdenes. Optimus admiraba a aquel hombre, era tan duro e imperturbable como una roca. Lo llamaban "El Yunque". Tan pronto como tuvo a los primeros Orkos a distancia de tiro, Vonkarman apretó el gatillo de su bólter pesado, que comenzó a escupir ráfagas de muerte. En pocos segundos había matado a más de veinte enemigos, haciendo honor a su gremio de marines, los Devastadores. La respuesta de los extraterrestres fue un alarido salvaje, seguido de una carga asesina descontrolada que transformó la marea en un tsunami. La escuadra de Astartes disparaba sin cesar y los enemigos respondían con una lluvia de proyectiles. Por cada marine que caía, cincuenta Orkos mordían el polvo. Pero no era suficiente, cada vez eran menos y los invasores estaban más cerca. Tres "kohetez" surcaron el cielo dirigidos contra el Devastador, pero Optimus se cubrió rápidamente tras una vieja pared del monasterio. La explosión destrozó el muro y Vonkarman salió volando por los aires. Cayó desde el primer piso, aterrizando de espaldas y quedando tendido en el suelo, casi sin aliento. Los últimos de sus hermanos habían muerto, sólo resistían el Sargento Ivan y él. Danko le ordenó que entrase en la iglesia, cerrase las puertas y sellase el acceso a la cripta. El Astartes se puso en pie con dificultad y entró en el gran edificio. Al darse la vuelta para cerrar el portón, observó cómo los pieles verdes accedían en masa al patio central por múltiples brechas en las defensas. El Yunque estaba allí, esperándolos. Mientras atrancaba las puertas, Optimus vio cómo el Sargento se lanzaba a la carga, gritando: - ¡Primarca progenitor, por tu gloria y por Aquel que está en Terra! Vonkarman corrió hacia la entrada de la cripta. Mientras, escuchaba los crujidos secos del enorme portón cediendo, sin oponer apenas resistencia ante aquellas primitivas criaturas. No había tiempo, debía cumplir la misión. El veterano activó la señal de radio para detonar las cargas que sellarían el lugar, pero no sucedió nada. El sistema emisor de la servoarmadura debía de haberse dañado durante el combate. Maldita sea, pensó. Detestaba cambiar los planes sobre la marcha. Siguió corriendo bajo el fuego enemigo, pensando que tal vez podría llegar a la cripta y activar las cargas manualmente, pero esas malditas alimañas lo alcanzaron con un disparo en el muslo. De rodillas, malherido, se giró sólo para ver la iglesia llena de Orkos que se le echaban encima. No tuvo apenas tiempo para pensar: se fijó en todo el arsenal que su escuadra había apilado cerca de la columna central, cambió a munición Hellfire y apretó el gatillo susurrando: - Arded en el infierno. Lo encontraron enterrado, bajo los escombros del edificio derrumbado. La explosión lo había lanzado hasta debajo del gran altar, salvándole la vida. Todos los xenos habían muerto aplastados. El cuerpo de Vonkarman estaba destrozado, todos sus hermanos habían caído, pero las reliquias no habían sido mancilladas. Misión cumplida, honor conservado. A Optimus le quedó una herida permanente, su viejo cuerpo ya nunca sería el mismo. Sus superiores decidieron destinarlo al puesto de Sargento Instructor de Exploradores, en la Décima Compañía. Allí pasó siete años cumpliendo con su deber mientras se recuperaba. La verdad es que le gustaba bastante convertir a esos muchachos en máquinas de matar, pero Optimus Vonkarman no estaba hecho para eso... Su lugar era el campo de batalla. No entraba en sus planes quedarse sentado esperando a la muerte, así que se alistó voluntario en los Guardianes de la Muerte para encontrarse cara a cara con ella. Con un poco de suerte, podría mandar a un puñado de alimañas alienígenas al infierno antes de ser pasto para los gusanos.
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