abstract
| - En términos de bioquímica humana básica, la desintoxicación (entendida como la eliminación de toxinas) es un concepto absurdo. No tiene una correspondencia natural. El epígrafe «sistemas desintoxicantes» no figura en ningún manual médico. Que la Coca-Cola, la Pepsi y la cerveza pueden tener ciertos efectos negativos sobre nuestro cuerpo es indudablemente cierto, y por varios motivos. Pero la idea de que dejen un residuo específico que puede ser luego secretado a través de un proceso concreto (un supuesto sistema fisiológico «desintoxicante») es una invención de puro marketing. Si se observa un diagrama de flujo metabólico (uno de esos gigantescos mapas —que ocupan paredes enteras— de todas las moléculas del cuerpo humano, en los que se detalla cómo se descompone un alimento en sus partes constitutivas y cómo esos componentes se remodelan luego generando nuevos elementos básicos que se reagrupan para formar músculos, huesos, lengua, bilis, sudor, moco, cabello, piel, esperma, cerebro y todo aquello que nos hace ser lo que somos), resulta muy difícil distinguir en dicho diagrama algo que pueda ser bautizado como el «sistema desintoxicante». Al carecer de significado científico, la eliminación de toxinas se entiende mucho mejor como un producto cultural. Como todas las buenas invenciones pseudocientíficas, mezcla deliberadamente el (por lo general, útil) sentido común con la fantasía «medicalizada» en su versión más extravagante. En algunos aspectos, la medida en la que las personas se crean tales historias refleja lo mucho o lo poco que les gusta dramatizar sobre ellos mismos, o —dicho en términos menos condenatorios— lo mucho o lo poco que se disfruta con los rituales en nuestra vida cotidiana. Hay algo que debemos dejar muy claro, pues se trata de un tema recurrente a lo largo y ancho del mundo de la mala ciencia. Nada de negativo tiene la idea de comer sano y de abstenerse de aquellos factores de riesgo para la salud, como el excesivo consumo de alcohol. Pero los productos desintoxicantes no van por ahí. Más bien se entienden como una especie de inyecciones de salud inmediata, ideadas desde un principio como soluciones a corto plazo, cuando los factores de riesgo para la salud asociados a nuestra manera de vivir dejan sentir sus efectos a lo largo de toda una vida. Lo que está mal es que se haga creer que esos rituales están basados en la ciencia, o, incluso, que son novedosos. Casi todas las religiones y culturas tienen algún tipo de rito de purificación o abstinencia, que puede incluir desde el ayuno, el cambio de dieta o el baño, a cualesquiera otras intervenciones, y la mayoría de las cuales se presentan envueltas en jerigonzas terminológicas. Nada de eso se nos presenta como ciencia, pues proviene de una era anterior a la introducción de los términos científicos en nuestro léxico. Aun así, el Yom Kipur en el judaísmo, el Ramadán entre los musulmanes, y toda clase de rituales similares en el cristianismo, el hinduismo, el bahaísmo, el budismo, el jainismo, etc., tienen que ver con la abstinencia y la purificación (entre otras cosas). Tales ritos —como los regímenes de desintoxicación antes mencionados— se detallan hasta unos extremos tan llamativos como inexactos (y posiblemente así lo piensan también algunos creyentes). Los ayunos hindúes, por ejemplo, para ser estrictamente guardados, han de durar desde la puesta de sol del día anterior hasta cuarenta y ocho minutos después de la salida del sol de la mañana siguiente. La purificación y la redención son temas tan recurrentes en los ritos porque la necesidad de estas dos prácticas es tan evidente como mundialmente extendida: las circunstancias llevan a hacer cosas que se pueden ser lamentadas, así que, a menudo, se inventan nuevos rituales como respuesta al surgimiento de nuevas circunstancias. En Angola y Mozambique han aparecido ritos de purificación y limpieza para niños afectados por la guerra, en especial, para antiguos niños soldado. Son rituales de curación en los que se purgan el pecado y la culpa del niño, que queda así purificado de la «contaminación» generada en él por la guerra y la muerte («la contaminación» es una metáfora recurrente en todas las culturas por razones obvias). También se protege así al niño de las consecuencias de sus acciones previas, lo que viene a significar que se le protege de las posibles represalias de los espíritus vengadores de aquellas personas a las que ha matado.
|