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| - Las calles se vaciaron a medida que la noche se apoderó de la ciudad. Miro por la ventana y solo veo un par de autos estacionados con un velo blanco sobre los parabrisas. El adoquín se torna brillante por las luces de los faroles. El frío se pega en el vidrio y me mira fijo a los ojos. Decido bajar a comprar cigarrillos, a pesar de la hora. Casi medianoche y ni un solo kiosco abierto. Emponchado y apretando los puños en los bolsillos acelero la marcha hacia una esquina donde pareciera haber un cartel de ABIERTO 24 HORAS. El negocio ofrece de todo desde la vidriera empañada. Toco el timbre y una señora con cara de abuela buena me atiende. “Un Marlboro y una cajita de mentitas”, le pido rápido mientras saco el puño entumecido del bolsillo con un billete hecho un bollito. Enciendo un cigarrillo e intento sacar una mentita mientras giro hacia la calle. No hay nadie en ninguna parte. Miro hacia la derecha y nada, solo un par de lucecitas rojas se distinguen muy lejos. Hacia la izquierda solo puedo ver una bruma espesa que empieza a levantarse de a poco mientras se come la calle... hacia mí. Emprendo el viaje de regreso al departamento, pero con la extraña sensación de haberme perdido. Desconfiado camino por el medio de la calle hacia las lucecitas de lo que supongo son autos. Con ambas manos en los bolsillos, de a rato saco una para sacarme el cigarro de la boca y poder respirar… En plena marcha, de pronto tengo la sensación de que la esquina se va alejando a medida que intento llegar a ella… es como si la cuadra se fuese estirando en tanto que trato de avanzar. Acelero la marcha y empiezo a morder la mentita hasta hacerla pedazos en la boca. Un escalofrío me recorre el cuerpo. Le doy una pitada profunda al cigarrillo y miro hacia atrás. La bruma pareciera ser humo blanco que se confunde con la bocanada que exhalo. Ya no queda rastro del cartel ni estoy seguro de que allí detrás hubo alguna vez algo. De a poco mi caminar se transforma en un trote hacia alguna parte; segundos después es correr desesperadamente, escapándome de aquella bruma que creo me persigue y que alucino que casi me pisa los talones. En mi intento de escape tiro el cigarrillo que ya empezaba a quemarme los dedos. Corro desesperadamente sin poder nunca llegar a esa maldita esquina. El aire pesado no me deja respirar. Corro moviendo enérgicamente los brazos para ganar aún más velocidad… pero es inútil. Los trancos no me alcanzan para salir de lo que me parece ser siempre el mismo lugar. Siento que no voy a ninguna parte… y la bruma espesa se me acerca cada vez más. Latigazos blancos como lenguas me rozan los talones y se proponen hacerme caer. Los pies helados resisten el impacto contra el duro asfalto que se me torna ahora resbaladizo. Exhausto insisto en llegar… De repente siento como la bruma se me adelanta y me traspasa el cuerpo. Y quedo paralizado en medio de ella. No puedo moverme, como si tuviese estacado los pies al suelo. Hundido en el cemento. En un segundo la niebla se me mete en el cuerpo espesa. Un olor repulsivo me envuelve mientras no veo más que caras fantasmagóricas que me hacen muecas de dolor y terror. Ojos sin mirada me traspasan, me relamen y me saborean impávidas. Me siento desfallecer y débil, pero sigo en pie, clavado y paralizado de terror. Manos huesudas y transparentes me aprisionan el cuerpo. Desde los pies hasta la cabeza. Unos dedos largos se me cuelan por todas partes. Una boca hueca e infinita me besa en tanto una lengua amarga me chupa y relame la mía. Con un sabor repugnante en los labios y con nauseas trato de escupir una especie de baba espesa que se me sale por la garganta. El torbellino de pronto desaparece desvaneciéndose en la nada… y quedo solo en el medio de la calle. Las manos se me congelaron y cristalizaron. Temo que se partan si llego a probar moverme. Transpirado y débil me dejo caer. Con un fuerte dolor en el pecho me quedo ahí tirado. Un tremendo calambre me toma los pies y siento como me trepa hasta la cabeza. Me quedo quieto hasta que deja de dolerme el cuerpo. Al cabo de un rato me incorporo lentamente con mucho dolor. Me siento como si fuese un chico, y miro alrededor. En la esquina el cartel ABIERTO 24 HORAS se apaga en tanto que la abuela saca la basura y me mira extrañada, pero de todos modos entra rápidamente al negocio.
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