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| - Cuando se habla en términos geológicos de los diferentes periodos de la evolución de una parte de nuestro planeta, íntimamente ligados al desarrollo del hombre como especie, se puede antojar, hasta cierto punto fuera de lugar, más aún cuando se trata de millones de años. Sin embargo, se justifica porque resulta necesario entender el nacimiento y evolución de la sociedad que nos precedió, y así valorar desde una perspectiva histórica cómo logró el grado del desarrollo alcanzado hoy. Al final del cretácico, es decir hace 65 millones de años, la base de lo que actualmente es la península de Yucatán ya había emergido del mar, pero una capa de agua de aproximadamente 50 centímetros de profundidad aún la cubría hasta Umán (cabecera municipal ubicada a unos cuantos kilómetros al sur de la ciudad de Mérida). En ese entonces, la flora terrestre, particularmente, las coníferas, similares a los pinos y abetos actuales, se habían extendido por todo el globo terráqueo. La fauna marina era rica en variedades de moluscos y los vertebrados -los grandes reptiles- habían colonizado todos los medios ecológicos -terrestres, aéreos y acuáticos (dulces y salados)-; y los dinosaurios eran los señores del planeta. En este medio hostil aparecieron los primeros diminutos mamíferos. Esta flora y fauna, especialmente los grandes reptiles, desaparecieron de forma brusca. Aunque se han sugerido como hipótesis el enfriamiento generalizado del globo terráqueo, radiaciones cósmicas letales, variaciones en la rotación de la tierra o en la gravedad; hoy día se ha extendido la teoría de que hace 65 millones de años, es decir al final del cretácico, un objeto celeste se impactó en lo que millones de años más tarde sería el puerto de Chicxulub, en la costa norte de Yucatán. Para unos científicos este cuerpo extraterrestre era un meteorito de unos 10 kilómetros de diámetro que viajaba a una velocidad de 20 kilómetros por segundo. Otros suponen que fue un cometa de 15 kilómetros que se desplazaba a una velocidad de 60 kilómetros por segundo. Fuese uno u otro, la cuestión es que cuando chocó con la tierra liberó energía equivalente a 300 millones de bombas de nitrógeno, 70 veces cada una más poderosas que la que destruyó Hiroshima. La intensidad del impacto dio lugar a una temperatura instantánea de más de 11.000 °C, la formación de olas de 130 metros de altura y terremotos en centenares de kilómetros a la redonda y la creación de un cráter cuyo diámetro oscila entre los 180 y 300 kilómetros, actualmente sepultado en su parte más profunda a 1 100 metros bajo tierra. Asimismo se levantó una impresionante nube de polvo y vapor de agua que por largo tiempo impidió a los rayos solares llegar a la faz de la tierra, la temperatura descendió y el proceso de fotosíntesis se interrumpió. A raíz de este cataclismo más de las dos terceras partes de lo seres vivos, entre ellos los dinosaurios que a lo largo de 100 millones de años habían sido los señores de la tierra, comenzaron a extinguirse. Como consecuencia de esta hecatombe se abrió, al decir de los científicos, una brecha ecológica que, a lo largo de era terciaria (65 a 2.5 millones de años), proliferaran las coníferas y palmáceas. Con los cambios en la flora, la fauna evolucionó y las especies se adaptaron a las nuevas formas de su hábitat. La extinción de la gran mayoría de los gigantescos reptiles posibilitó durante el transcurso de esos millones de años que los mamíferos alcanzaran su gran apogeo en número y diversidad de especies, entre los cuales el mastodonte alcanzó un notable desarrollo. En otras palabras, las formas de vida terrestres y acuáticas se hicieron más parecidas a las conocidas hoy día. Las masas continentales de Europa y Asia estaban separabas por el mar y el zócalo europeo aún estaba unido a Norteamérica. Suramérica era un bloque aparte que durante intervalos se unía a la América Septentrional a través del istmo de Panamá. Esto posibilitó el intercambio de flora y fauna entre el norte y sur, y lo mismo aconteció entre América y Asia por el estrecho de Bering, pues muchas especies siberianas pasaron a Norteamérica. Al final del terciario los mamíferos se habían extendido por todos los continentes y Yucatán había prácticamente concluido su salida del agua. Dicho de otra manera, fue la evolución de todo un medio; para hacerlo fue necesario remontarse a millones de años antes de la era cristiana para señalar cuándo comenzó a emerger nuestra actual península, pero aún sin vida humana. Para los especialistas en la materia, desde hace 2.5 millones vivimos en la Era Cuaternaria. En su inicio y hasta hace unos 10.000 años, es decir durante el periodo del pleistoceno, hubo una etapa glacial y capas de hielo intermitentes cubrieron gran parte de Eurasia y Norteamérica, es decir el hemisferio norte; mientras que en las regiones tropicales y subtropicales periodos de lluvias intensas alternados con etapas de sequías. Durante esos años alcanzaron su máximo desarrollo los homínidos, es decir los primeros indicios de nuestros antepasados más remotos. Sus restos fósiles más antiguos están registrados para lo que hoy es África y Asia. El primer humano propiamente dicho fue el Homo sapiens y se han hallado numerosos restos en Europa, Asia y norte de África. Hacia el final del pleistoceno fue cuando los humanos Homo sapiens sapiens, o sea el hombre con rasgos anatómicos y la capacidad intelectual propios de los contemporáneos, pasaron a América a través del estrecho de Bering. Sin embargo con los grandes cambios climáticos sobrevino la deglaciación, las capas de tierra retrocedieron y principió la edad moderna. Pero lo importante era que el hombre ya estaba en el Nuevo Mundo y la península de Yucatán estaba conformada como la conocemos en los mapas actuales.
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