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| - s el momento de que vuestro aprendizaje aquí concluya", dijo el gran sabio a sus estudiantes, Taksim y Vonguldak.
"¿Tan pronto?", protestó Vonguldak, porque apenas habían pasado unos pocos años desde el inicio del entrenamiento. "¿Somos tan malos alumnos?"
"Hemos aprendido mucho de ti, maestro. ¿Ya no tienes nada más que enseñarnos?", preguntó Taksim. "Nos has contado tantas historias de grandes encantadores del pasado. ¿No podemos continuar aprendiendo hasta que hayamos alcanzado algún nivel de su poder?"
"Tengo una última historia para vosotros", afirmó sonriendo el gran sabio.
Hace muchos miles de años, mucho antes de la dinastía cyrodílica de Reman e incluso antes de que la dinastía Septim gobernase Tamriel, antes de que existiera un gremio de magos, y cuando la tierra llamada Morrowind era conocida como Resdayn y la tierra de Elsweyr se llamaba Anequina y Pellitine, y la única ley sobre la tierra era la crueldad de las doctrinas alessias de Marukh, vivía un hermético encantador llamado Dalak que tenía dos aprendices, Uthrac y Loreth.
Uthrac y Loreth eran dos discípulos excepcionales, ambos igualmente aplicados en su aprendizaje, que llenaban de orgullo a su maestro. Los dos destacaban en las artes del caldero, la infusión de espíritus en el mundo físico y el encantamiento de aire y fuego. Dalak estaba muy orgulloso de sus chicos, y ellos de él.
En una mañana de marea alta, Dalak recibió un mensaje de otro encantador llamado Peothil, que vivía en lo más profundo de los bosques de las tierras centrales colovianas. Debéis recordar que en los oscuros días de la Primera Era, los magos eran individuos solitarios cuyo único consorcio organizado era el psijic de Arteum. Fuera de esa isla, los magos rara vez se encontraban y era aún más raro que mantuvieran correspondencia. Por eso, cuando Dalak recibió la carta de Peothil, le prestó toda su atención.
Peothil era ya de edad avanzada, y había descubierto que la paz de su aislamiento ahora se encontraba amenazada por la Reforma alessia. Temía por su vida, pues sabía que los sacerdotes fanáticos y sus guerreros estaban muy cerca. Dalak llamó a sus estudiantes.
"Va a ser un arduo y peligroso viaje a los Estados Colovianos, tanto que yo mismo temería emprenderlo incluso en mi juventud", dijo Dalak. "Mi corazón se estremece al enviaros a la cueva de Peothil, pero sé que es un encantador grande y benévolo, y su luz debe continuar iluminando el corazón del continente si queremos sobrevivir a estas noches tenebrosas".
Uthrac y Loreth suplicaron a su maestro que no les ordenase ir con Peothil. No eran los sacerdotes y guerreros de la Reforma alessia lo que temían, sino que sabían que su viejo maestro estaba enfermo y que no podría protegerse a sí mismo si la reforma avanzase más hacia el oeste. Finalmente, cedió y permitió que uno de ellos se quedase con él y que el otro viajase hacia los Estados Colovianos, y les permitió decidir cuál de ellos iría.
Los muchachos hablaron y discutieron, se enfrentaron y se pusieron de acuerdo, y por último eligieron dejar que el destino tomase la decisión. Lo echaron a suertes, y Loreth perdió. Partió temprano a la mañana siguiente, abatido y lleno de miedo.
Durante un mes y un día, recorrió los bosques en mitad de los Estados Colovianos. Mediante la buena planificación, algo de habilidad y la generosa e inestimable ayuda de varios campesinos, consiguió evitar el círculo cada vez más estrecho de la Reforma alessia cruzando por pasos montañosos no reclamados y por ciénagas ocultas. Cuando al fin llegó hasta las oscuras cavernas en las que Dalak le había dicho que buscase a Peothil, todavía faltaban muchas horas antes de que pudiera encontrar la guarida del encantador.
No parecía que hubiera nadie. Loreth buscó por el laboratorio lleno de antiguos tomos, calderos y flautas cristalinas, hierbas preservadas por el brillo de círculos místicos, líquidos extraños y gases atrapados en membranas transparentes. Al fin, encontró a Peothil, o eso fue supuso, pues la cáscara desecada del suelo, aferrada a herramientas de encantamiento, apenas parecía humana.
Loreth concluyó que no podía hacer nada más por el mago y emprendió de inmediato el viaje de vuelta con su verdadero maestro Dalak y su amigo Uthrac. Los ejércitos de la Reforma se habían desplazado rápidamente desde su marcha. Después de haber estado a punto de encontrárselos más de una vez, el joven encantador se dio cuenta de que estaba rodeado por todos lados. La única retirada posible era volver a las cuevas de Peothil.
Lo primero que había que hacer, según lo veía Loreth, era descubrir cómo evitar que el ejército encontrase el laboratorio. Y eso, se dio cuenta entonces, era lo que el mismo Peothil había estado tratando de hacer, pero por un simple error que hasta un aprendiz de encantador podía reconocer, lo único que había conseguido era destruirse a sí mismo. Loreth fue capaz de tomar lo que había aprendido de Dalak y aplicarlo a los encantamientos de Peothil con bastante éxito. La Reforma nunca encontró el laboratorio nunca, ni siquiera llegó a detectarlo.
Transcurrió mucho tiempo. En el año 480 de la Primera Era, el gran Aiden Direnni ganó muchas batallas contra la horda alessia, y se abrieron muchas rutas y pasos que antes habían estado bloqueados. Loreth, que ya no era joven, pudo al fin volver con Dalak.
Cuando al fin encontró el camino a la vieja casucha de su maestro, encontró velas de luto encendidas en todos los árboles de alrededor. Incluso antes de llamar a la puerta y encontrarse con su viejo compañero Uthrac, Loreth supo que Dalak había muerto.
"Fue hace solo unos meses", dijo Uthrac después de abrazar a su amigo. "Habló de ti cada día de todos los años que no estuviste aquí. De alguna forma sabía que no le habías precedido en el más allá. Me dijo que volverías".
Los dos hombres de pelo gris se sentaron ante el fuego y recordaron los viejos tiempos. La triste verdad era que ambos habían descubierto lo distintos que eran ahora. Uthrac habló de continuar con la obra del maestro, mientras que Loreth describió sus nuevos descubrimientos. Aquel día se separaron, cada uno de ellos desengañado, y su destino era no volverse a ver nunca más.
En los años posteriores, antes de abandonar el mundo mortal para reunirse con su gran maestro Dalak, los dos alcanzaron sus deseos. Uthrac acabó convirtiéndose en un encantador respetado, aunque de escasa importancia, al servicio del clan Direnni. Loreth tomó las habilidades que había aprendido solo y las utilizó para crear el Balac-thurm, el Báculo del caos.
Chicos, la lección es que tenéis que aprender de un maestro a evitar esos errores pequeños pero esenciales que se cobraron la vida de encantadores autodidactas como Peothil. Y, aun así, la única forma de convertirse en alguien verdaderamente grande es probar todas las posibilidades por uno mismo.
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