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| - Las guerras sucesorias carolingias fueron una serie de enfrentamientos militares entre las distintas facciones de la dinastía carolingia por obtener el trono imperial; comenzaron tras la muerte de Luis I en 889 sin dejar herederos, aunque sus antecedentes pueden hallarse en el reinado de su padre, el emperador Carlos III. Carlomagno había dotado a su imperio de un gobernante capaz de ocupar su puesto, Carlos II, que supo conciliar las posiciones y hacer valer su voluntad sobre todos los nobles y jerarcas en la monarquía carolingia; sin embargo, poco pudo hacer para conseguir una estructura política y administrativa que requiriera de una figura fuerte como Emperador, debiéndose siempre de la lealtad de sus vasallos para mantener la estabilidad del Imperio. Tras su muerte y el reinado de sus dos sucesores (Pipino I y Carlos III), el país se sumó en el caos ante el débil reinado de Luis el Exánime, que se vio fuertemente influenciado por la nobleza y el alto clero, a los cuales concedió honores y privilegios; esto cambiaría con el reinado de su tío, Carlomán I, que desatendió a este grupo y buscó centralizar a un más la administración. Durante todo el conflicto el imperio se dividió en dos grandes grupos: aquellos que estaban a favor del aumento de privilegios de la nobleza y los que se oponían rotundamente a esta (y que protegían, en cambio, la figura dominante del Emperador). Al final vencería el último bando, con la firma del Tratado de Lyon de 935 y el entronamiento de Luis V al año siguiente.
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