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| - Observaba distante y lejano, sosegado sobre el árbol umbroso ya muerto, aquel umbral cristalino, que unía su alma y su razón de existir. Todos los días observaba a la joven muchacha. Conocía de ella cada detalle: su cuerpo húmedo y placentero tras la lluvia; sus efímeras vestiduras trasparentes al dormir; su cabello suspirante al caer sobre sus pechos; sus gemidos y lamentos, al sentir dolor y placer. Cada día observó, sin ser visto, sin ser encontrado, a la joven muchacha de esbelta figura y húmedo ser. Vacío: es solo lo que queda.
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| - Observaba distante y lejano, sosegado sobre el árbol umbroso ya muerto, aquel umbral cristalino, que unía su alma y su razón de existir. Todos los días observaba a la joven muchacha. Conocía de ella cada detalle: su cuerpo húmedo y placentero tras la lluvia; sus efímeras vestiduras trasparentes al dormir; su cabello suspirante al caer sobre sus pechos; sus gemidos y lamentos, al sentir dolor y placer. Cada día observó, sin ser visto, sin ser encontrado, a la joven muchacha de esbelta figura y húmedo ser. Pasaron los días, también los años, sobre aquel lóbrego y sin vida árbol, que no florece en primavera y que no da consuelo al dolor. En él se encontraba aún, sin vida, en un mundo efímero de idolatría. La joven muchacha se casó por acuerdo de sus padres con un viejo adinerado de gran influencia y poder, un noble, un señor. Aún observaba las noches húmedas y heladas, en las cuales el adinerado anciano abusaba de la joven, golpeándola y exigiendo placer. Todo lo veía por aquel trasparente umbral, desde aquel depresivo árbol. ¿Cuántas veces deseó ayudar, anhelando un cambio en lo real? Pero él era consciente de su realidad y sus limitaciones. No podía ayudarla. No era capaz de hacerlo. Torturante, transcurrió el tiempo. Todo de esta manera. Hasta que un día los sucesos provocaron un cambio en la eternidad. El anciano, tras una noche desquiciada junto a las frías botellas vacías, forcejeó con su mujer... Manos teñidas de rojo. El cuerpo frío, pálido y eterno yacía ahí, sin vida sobre la cama. ¿Qué es lo qué sucede cuando los sueños se mueren? El alma se fragmenta y se destruye. Se pierde el juicio y la razón de vivir. ¿Qué es el juicio? Un estado consciente de lo real. ¿Qué es lo real entonces? Aquello que destruye la mente. El cuervo observó desde el melancólico y depresivo árbol. Vacío: es solo lo que queda. El anciano tomó el cuerpo desnudo de su esposa e, incapaz de actuar con cordura, lo llevó hasta un río y se deshizo de él. El cuervo siguió el transcurso. Voló sobre el río de lágrimas y esperó paciente como espera aquel que ama. Pasaron las noches sombrías, de lágrimas y lamentos. Hasta que una noche entonaron los ángeles el réquiem de la vida. Encontró el cuerpo de su amada. Su razón de existir. Una vez ahí, lloró, sufrió y se tendió entre la esbelta figura de su amor. Gozó de su cuerpo húmedo; de su desnudez transparente; de aquellos pechos, que siempre deseó besar; de sus gemidos silenciosos y de sus lamentos olvidados. Todo aquello que siempre anheló y soñó en efímeros sueños, hoy eran parte de su realidad. Cuando el sueño acaba ya no consta razón para existir. Las plumas del cuervo se caen, todo tiene un final.
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