abstract
| - Sotha Sil se apresuraba por los pasillos ennegrecidos del palacio, medio sumergido en aguas salobres. Repugnantes criaturas gelatinosas correteaban a su alrededor entre los juncos, estallidos de fuego blanco se encendían entre los arcos más altos de la entrada antes de desaparecer otra vez y distintos olores lo asaltaban, olor a muerte rancia un instante y a perfumes florales al siguiente. Había visitado a los príncipes daedra en Oblivion varias veces, pero cada vez había algo nuevo esperándole. Sabía cuál era su propósito y evitó distraerse. Ocho de los príncipes daedra más importantes lo aguardaban en la sala semifundida y abovedada. Azura, príncipe del anochecer y del amanecer; Boethiah, príncipe de las conspiraciones; Herma-Mora, daedra del conocimiento; Hircine, el cazador; Malacath, dios de las maldiciones; Mehrunes Dagon, príncipe del desastre; Molag Bal, príncipe de la cólera; Sheogorath, el loco. Sobre ellos, el cielo dibujaba sombras atormentadas mientras se celebraba la reunión. 5 de Mano de lluvia de 2920 Isla de Arteum, Estivalia Se escuchó la voz de Sotha Sil gritar, resonando su eco desde la cueva: “¡Moved la roca!” Inmediatamente, los iniciados obedecieron e hicieron rodar la gran roca que obstruía la entrada a la Cueva de los Sueños. Sotha Sil, con aspecto cansado, apareció con la cara manchada de cenizas. Sintió que había estado fuera durante meses, años, pero resultaron ser solo unos días. Lilatha le cogió del brazo para ayudarlo a caminar, pero él rechazó su ayuda con una amable sonrisa y sacudiendo la cabeza. “¿Lo has... logrado?”, preguntó. “Los príncipes daedra con los que he hablado están de acuerdo con nuestras condiciones,” dijo con rotundidad. “Los desastres como el que sucedió en Valle de Gilver deberían evitarse. Ellos solo responderán a la llamada de los hombres y los mer si se realizan a través de ciertos intermediarios, como brujas y hechiceros”. “¿Y qué les prometiste a cambio?”, preguntó el joven nórdico llamado Welleg. “Los acuerdos a los que llegamos con los daedra”, dijo Sotha Sil mientras continuaba su camino hacia el palacio de Iachesis para encontrarse con el maestro de la Orden Psijic, “no deben discutirse con los inocentes”. 8 de Mano de lluvia de 2920 La Ciudad Imperial, Cyrodiil Una tormenta batía las ventanas de la habitación del príncipe, inundándola con un olor de humedad que se mezclaba con los incensarios llenos de hierbas e incienso. “Ha llegado una carta de la emperatriz, su madre”, dijo el mensajero. “Pregunta con angustia por su salud”. “¡Qué padres más temerosos tengo!”, dijo el príncipe Juilek riendo desde su cama. “Es natural que una madre se preocupe”, dijo Savirien-Chorak, el hijo del potentado. “Todo es antinatural en mi familia, akavir. Mi madre, exiliada, teme que mi padre crea que soy un traidor que codicia la corona y que por ello me envenene”. El príncipe se volvió a hundir en su almohada, enfadado. “El emperador ha insistido en que tenga un catador para cada comida que consumo, igual que él”. “Hay muchas conspiraciones”, dijo el akavir. “Ha estado guardando cama durante casi tres semanas y le han visitado todos los curanderos del Imperio, que arrastran los pies como si ejecutasen un lento baile de salón. Al menos todos podrán ver que se está haciendo más fuerte”. “Lo bastante fuerte como para dirigir la vanguardia contra Morrowind muy pronto, espero”, dijo Juilek. 11 de Mano de lluvia de 2920 Isla de Arteum, Estivalia Los iniciados formaban una silenciosa fila a lo largo de la arboleda y observaban la larga y profunda trinchera de mármol que se extendía frente a ellos, iluminada con ráfagas de fuego. El aire que la cubría vibraba con ondas de calor. Aunque los estudiantes mantenían un rostro inquebrantable y sin emoción, como verdaderos psijic, su terror era casi tan palpable como el calor. Sotha Sil cerró los ojos y pronunció el hechizo de resistencia contra el fuego. Anduvo lentamente a través del mar de llamas danzantes y trepó al otro lado, indemne. Ni siquiera se había quemado su toga blanca. “El hechizo se intensifica con la energía que le dais a través de vuestras propias habilidades, igual que todos los encantamientos”, dijo. “Las claves son vuestra imaginación y fuerza de voluntad. No es necesario lanzar un hechizo para obtener resistencia contra el aire o las flores, y después de formular el encantamiento debéis olvidar que necesitáis un hechizo para obtener resistencia contra el fuego. No interpretéis mal lo que digo: la resistencia no es ignorar la realidad del fuego. Sentiréis la sustancia de las llamas, su textura, su hambre e incluso el calor, pero sabréis que no os va a provocar ningún daño”. Los estudiantes asintieron y, uno por uno, lanzaron el hechizo y comenzaron a andar sobre el fuego. Algunos incluso fueron más allá, inclinándose para recoger un puñado de fuego y alimentándolo con aire, lo que provocaba que se expandiese como una burbuja y se fundiese entre sus dedos. Sotha Sil sonrió. Estaban combatiendo su miedo de forma admirable. Thargallith, el supervisor jefe, apareció corriendo por los arcos de la arboleda y gritó: “¡Sotha Sil! Almalexia ha llegado a Arteum. Iachesis me ha mandado a buscarte”. Sotha Sil se volvió hacia Thargallith solo un momento, pero por los gritos supo al instante lo que había pasado. Welleg, el muchacho nórdico, no había lanzado el hechizo correctamente y se estaba quemando. El olor a carne y pelo abrasado provocó el pánico de los demás estudiantes, que estaban intentando sacarlo del fuego tirando de él, pero la pendiente era demasiado empinada lejos de los puntos de entrada. Con un gesto de su mano, Sotha Sil extinguió las llamas. Welleg y varios estudiantes más se habían quemado, pero no era nada grave. El hechicero lanzó un hechizo de curación sobre ellos antes de volverse de nuevo hacia Thargallith. “Estaré contigo en un momento, y dale tiempo a Almalexia para que ella y su séquito se sacudan el polvo del camino”, dijo Sotha Sil antes de volverse de nuevo hacia los estudiantes y hablarles con voz firme. “El miedo no rompe los hechizos, pero la duda y la incompetencia son los grandes enemigos de cualquier lanzador de conjuros. Maestro Welleg, haga su equipaje. Haré que un barco lo lleve al continente mañana por la mañana”. El hechicero se encontró con Almalexia e Iachesis en el estudio; estaban bebiendo té caliente y riendo. Ella estaba mucho más guapa de lo que él recordaba, aunque nunca antes la había visto tan desmelenada; estaba cubierta con un manto, con los largos cabellos negros cerca del fuego para que se secasen. En cuanto Sotha Sil se aproximó, ella saltó y se apresuró a abrazarlo. “¿Has venido nadando desde Morrowind?”, dijo Sotha Sil sonriendo. “Llueve a raudales desde Vigía Celestial hasta la costa”, explicó ella devolviéndole la sonrisa. “A solo media legua de aquí y en este lugar nunca llueve”, dijo Iachesis orgulloso. “Claro que a veces echo en falta la excitación de Estivalia y a menudo hasta el continente. De todas formas, siempre me ha impresionado cualquier persona que consiga acabar algo allí. Es un mundo de distracciones. Hablando de distracciones, ¿qué es todo eso que he oído sobre la guerra?” “¿Te refieres a la que ha salpicado de sangre el continente durante los últimos ochenta años, maestro?”, preguntó Sotha Sil divertido. “Supongo que me refiero a esa”, dijo Iachesis encogiendo los hombros. “¿Cómo va esa guerra?” “La perderemos, a menos que pueda convencer a Sotha Sil para que abandone Arteum” dijo Almalexia mientras la sonrisa desaparecía de su rostro. Ella pretendía esperar y poder hablar con su amigo en privado, pero el viejo altmer le infundió el valor para seguir adelante. “He tenido visiones; sé que son verdad.” Sotha Sil se quedó silencioso durante un momento y luego miró a Iachesis y dijo: “Debo volver a Morrowind”. “Conociéndote, sé que si debes hacer algo, lo harás”, suspiró el viejo maestro. “Los psijic no se distraen. Las guerras estallan, los imperios se levantan y caen. Debes ir, y nosotros también”. “¿Qué quieres decir, Iachesis? ¿Te vas a marchar de la isla?” “No, la isla abandonará el mar”, dijo Iachesis con voz contemplativa. “Dentro de algunos años, las nieblas invadirán Arteum y nosotros nos habremos ido. Somos consejeros por naturaleza, y en Tamriel ya hay demasiados consejeros. No, nos iremos y volveremos cuando las tierras nos vuelvan a necesitar, quizás en otra era”. El viejo altmer se levantó con gran dificultad y apuró el último trago de su bebida antes de dejar solos a Sotha Sil y a Almalexia: “No perdáis el último barco”. El año continúa en Segunda semilla.
|