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| - El día era frío y gris, las hojas secas y muertas del otoño caían rápidamente en la tierra pútrida y mojada de aquel maldito pantano que rodeaba los Everglades en Florida. No recuerdo como llegue hasta allí, desperté en medio de algo y de nada al mismo tiempo. Me dolía la cabeza como nunca antes, tenía moretones y rasguños en todo mi cuerpo que no comprendía. Tenía tanta hambre que sentía como mis intestinos se retorcían en mi abdomen. Me congelé del terror, no podía hablar ni moverme, aún sabiendo que estaba en peligro, pero era tarde. Lo tenía enfrente de mi cara, olía a huevos podridos.
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| - El día era frío y gris, las hojas secas y muertas del otoño caían rápidamente en la tierra pútrida y mojada de aquel maldito pantano que rodeaba los Everglades en Florida. No recuerdo como llegue hasta allí, desperté en medio de algo y de nada al mismo tiempo. Me dolía la cabeza como nunca antes, tenía moretones y rasguños en todo mi cuerpo que no comprendía. Tenía tanta hambre que sentía como mis intestinos se retorcían en mi abdomen. Caminé por horas sin sentido. No sabía cuál era el norte ni dónde quedaba el sur. Llegué a un claro a pesar de que quedaban pocos minutos de luz. Vi una cabaña, estaba vieja y fea pero era el refugio perfecto para descansar y tratar de buscar ayuda al día siguiente. Entré y era muy pequeña. Tenía un viejo horno y leños secos encontré una caja de fósforos y encendí los leños en la chimenea que se encontraba en un rincón. Cerré los ojos unos minutos cuando de repente escuché un grito estremecedor. Era el de una mujer. Eran gritos de dolor y desesperación. Salí de la cabaña. Miré por todos lados pero no veía nada, absolutamente nada. Todo estaba oscuro; luego de varios minutos los gritos ensordecedores de aquella mujer no se escucharon más, pero la calma no duró lo suficiente. Algo corría rápido, tan rápido como un caballo. Me congelé del terror, no podía hablar ni moverme, aún sabiendo que estaba en peligro, pero era tarde. Lo tenía enfrente de mi cara, olía a huevos podridos. Esa cosa estaba cubierto de un musgo negro y maloliente, sus ojos eran rojos como la sangre, y su lengua era como de serpiente muy larga y asquerosa la cual tocó mis mejillas. Corrí, lo más lejos que pude de esa bestia de los infiernos. Entré a la cabaña para esconderme y lo que vi me aterrorizo más. Había un espejo en la pequeña sala, donde se reflejaba el rostro de aquel demonio, que me persiguió durante días, meses y años, la cosa del pantano. Era yo. Categoría:Demonios
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