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| - “¡No me dejen morir!”, gritaba desesperadamente el hombre mientras lo recibían en la sala de emergencias. Nada de lo que le decían lo calmaba. Lo dejaron en la habitación, pero a los pocos minutos regresaron –con el desfibrilador-, pues su monitor cardíaco indicaba una taquicardia ventricular. Sin embargo, el hombre que estaba sentado en la cama no parecía ser el mismo. Reía a carcajadas. “¿No me van a dejar morir?”, preguntó. Cuando se acercaron, temerosos, el hombre colapsó sobre la cama y, tras veinte minutos intentando revivirlo, finalmente lo declararon muerto.
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| - “¡No me dejen morir!”, gritaba desesperadamente el hombre mientras lo recibían en la sala de emergencias. Nada de lo que le decían lo calmaba. Lo dejaron en la habitación, pero a los pocos minutos regresaron –con el desfibrilador-, pues su monitor cardíaco indicaba una taquicardia ventricular. Sin embargo, el hombre que estaba sentado en la cama no parecía ser el mismo. Reía a carcajadas. “¿No me van a dejar morir?”, preguntó. Cuando se acercaron, temerosos, el hombre colapsó sobre la cama y, tras veinte minutos intentando revivirlo, finalmente lo declararon muerto. Transcurrieron cinco minutos y, mientras los doctores y enfermeras continuaban en la habitación, el hombre se incorporó nuevamente, riendo. “Me dejaron morir”, dijo entre carcajadas, antes de volver a colapsar sobre la cama y no volver a levantarse jamás.
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