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| - En el siglo XVI, existió un misterioso hombre rico, callado y triste que acostumbraba salir en las noches de su hogar hacia el Convento de San Francisco para entrar a la capilla del Señor de Burgos y arrodillarse a rezarle, llorando y gimiendo. Nadie le preguntó por las culpas que le remordían. Un día amaneció ahorcado en uno de los balcones de su hogar. Cuando su única criada lo descubrió, avisó a los alguaciles, que llegaron a descolgar el cadáver lloroso. Nunca se supo su nombre ni su linaje, y a la criada nunca se le preguntó ni comentó nada.
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| - En el siglo XVI, existió un misterioso hombre rico, callado y triste que acostumbraba salir en las noches de su hogar hacia el Convento de San Francisco para entrar a la capilla del Señor de Burgos y arrodillarse a rezarle, llorando y gimiendo. Nadie le preguntó por las culpas que le remordían. El hombre solía salir del convento para visitar otras iglesias de la ciudad y hacer lo mismo que en la capilla. Sus visitas terminaban hasta altas horas de la noche cuando regresaba a su casa. La gente murmuró que durante su juventud fue crapuloso e hizo maldades. Como este hombre siempre vestía una pesada armadura con celada sobre su fina ropa negra y portaba una espada y un puñal enfundados, le apodaron El Armado. Un día amaneció ahorcado en uno de los balcones de su hogar. Cuando su única criada lo descubrió, avisó a los alguaciles, que llegaron a descolgar el cadáver lloroso. Nunca se supo su nombre ni su linaje, y a la criada nunca se le preguntó ni comentó nada. Sin embargo, tiempo después, cuando algunas personas pasaba por las ruinas de su casona durante la noche, miraban afuera el fantasma ahorcado de El Armado. Quienes se atrevieron a acercarse al fantasma, escucharon sus gemidos y vieron gotear sus lágrimas. Las apariciones de este fantasma se prolongaron hasta principios del siglo XX. El vulgo nombró al calle de Ilescas, donde estuvo la casona como La calle del Ahorcado. Actualmente se llama calle de Pedro Asencio.
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