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  • LaLaurie: La Mansión del Horror - Parte III
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  • El verdadero horror de la mansión Lalaurie se desató cuando los bomberos llegaron al tercer piso y abrieron una puerta camuflada en la pared. El rostro de los hombres se desencajó ante la dantesca visión que se extendía frente a ellos. Los cuerpos de hombres y mujeres desmembrados se extendían sobre las mesas de operaciones de la sala, algunos con la boca cosida, otros con los ojos extraídos de sus cuencas y conservados en recipientes de formol.
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  • El verdadero horror de la mansión Lalaurie se desató cuando los bomberos llegaron al tercer piso y abrieron una puerta camuflada en la pared. El rostro de los hombres se desencajó ante la dantesca visión que se extendía frente a ellos. Los cuerpos de hombres y mujeres desmembrados se extendían sobre las mesas de operaciones de la sala, algunos con la boca cosida, otros con los ojos extraídos de sus cuencas y conservados en recipientes de formol. Miembros amputados, infectados de gusanos e insectos, provocando que la estancia se llenara de un olor a muerte tan nauseabundo, que muchos de los voluntarios que entraron a buscar supervivientes, no pudieron evitar vomitar directamente en el suelo. Algunos de los esclavos que estaban postrados en el suelo ensangrentado habían sido operados para practicarles un cambio de sexo, que finalmente había terminado por contraer severas infecciones y provocarles una larga y dolorosa muerte. Dedos con uñas arrancadas, párpados cosidos, mujeres todavía con vida y con sus entrañas sobre sus propias manos, desangrándose a la vez que intentaban pedir ayuda. Finalmente, al otro lado de la habitación, se hallaban colgadas del techo algunas jaulas de hierro donde todavía había esclavos con vida esperando su turno de martirio y dolor, los cuales fueron liberados inmediatamente por los bomberos, mientras rompían a llorar cuando salían a la calle, siendo conscientes del infierno que habían sufrido dentro de aquella lúgubre y oscura estancia. Mientas las filas de esclavos iban saliendo de la casa, el sonido de unos cascos se alejaba apresuradamente de la escena. Los testigos afirmaron ver a los Lalaurie montar en su carruaje y salir huyendo del lugar, para no volver a la ciudad nunca más. Pues nunca más se supo de Madame Lalaurie y de su reputado esposo. Pocos años después, la casa fue usada como refugio para vagabundos que decidían cobijarse del frío y las inclemencias del tiempo. Lo que no sabían es que muchos de ellos solo habían podido soportar una noche en aquella enorme casa. Decían que los muebles y las sillas se movían formando un gran estruendo en el primer piso, gritos y susúrros provenientes de la zona baja les hacia estremecer, y finalmente, las sombras con la silueta de una mujer que se detenía ante ellos, como si les observara con odio y rencor, invitándoles a marcharse de aquella casa en la que el mal y el dolor estaba presente en todas y cada una de sus habitaciones. Algunos voluntarios del ayuntamiento expusieron que la gran mansión situada en el 1140 de la calle Royale podría ser un perfecto colegio para las niñas de la ciudad que no pueden permitirse un colegio de pago. Por votación, los ciudadanos lo vieron como una gran idea y aprobaron la propuesta. Las obras de acondicionamiento no duraron mucho, pues los daños producidos por el gran incendio no fueron tan graves, y únicamente tuvieron que limpiar y pintar las paredes de los dos primeros pisos, montando algunas mesas adecuadas para poder dar clase. Los primeros días de colegio eran una gran alegría tanto para las niñas como para sus profesoras, pero aquella sensación de felicidad y nuevos propósitos fue mermando con el paso de las semanas. Las niñas que querían utilizar los aseos tenían miedo de salir de sus clases, pues les decían a sus maestras que un hombre con traje negro no dejaba de mirarlas desde las escaleras. Incluso las propias profesoras se quejaron de que los elementos de clase se movían a su voluntad, cambiando de sitio los libros y las tizas; cuando llegaban a primera hora de la mañana, había nombres, dibujos extraños y grabados dibujados en las pizarras, sabiendo que cuando habían salido todas del edificio el día anterior, las pizarras estaban completamente limpias. Al final, decidieron abandonar el colegio; decían que los espectros que lo habitaban hacían imposibles las clases, acosando tanto a niñas como a docentes, habiendo aguantado únicamente el plazo de un mes dentro de aquel enorme y tenebroso edificio, dejándolo de nuevo abandonado durante algunos años más. Momento en el que un empresario decidiera comprar la mansión y acondicionarla de tal forma, que pudieran arrendarse sus enormes estancias como apartamentos individuales. Categoría:Mentes trastornadas Categoría:Fantasmas Categoría:Lugares Categoría:Leyendas urbanas
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