A Ben el Ripata le gustaban los abrazos y lo estrechones de mano viriles. A veces incluso los dos a la vez. Por desgracia para sus familiares y amigos cercanos, a menudo olvidaba que en su derecha tenía un enorme garfio oxidado. De tanto arañar, pinchar, entuertar, picar o cortar a su compañía, se ganó los siguientes apodos: "manostijeras", "el increíble trinchador" y también "so torpe".