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  • La Reina Loba, Libro cuarto
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contenido
  • ño 109 de la Tercera Era Diez años después de haber sido coronado emperador de Tamriel, Antíoco Septim, era poco conocido por sus méritos para con los súbditos, pero sí lo era por su excesiva lujuria y deseo de placeres carnales. Su segunda mujer, Gysilla, dio a luz a una hija en el año 104, a la que él llamó Kintyra, por su tataratataratataratía-abuela, la emperatriz. Tremendamente gordo y marcado por todas y cada una de las enfermedades venéreas conocidas por los curanderos, Antíoco no atendía demasiado a la política. Sus hermanos, por el contrario, destacaban en este ámbito. Magnus contrajo matrimonio con Hellena, la reina cyrodílica de Lilmoth, tras la ejecución del rey-sacerdote argoniano, y representó los intereses imperiales de forma admirable en la Ciénaga Negra. Céforo y su mujer Bianki gobernaban el reino de Gilane en Páramo del Martillo acompañados por una sana prole de hijos. Sin embargo, ninguno era tan políticamente activo como Potema, la Reina Loba del reino de Soledad en Skyrim. Nueve años después de la muerte de su marido, el rey Mantiarco, Potema todavía reinaba como regente de su joven hijo, Uriel. Su corte se había puesto de moda, especialmente entre los gobernantes que tenían alguna rencilla contra el emperador. Todos los reyes de Skyrim visitaban periódicamente el castillo de Soledad y, con el paso de los años, incluso llegaron a hacerlo también los emisarios de tierras como Morrowind y Roca Alta. Algunos invitados provenían incluso de territorios mucho más lejanos. Año 110 de la Tercera Era Potema se encontraba en el puerto observando la llegada del barco de Pyandonea. Sobre las grises olas rompientes, donde había visto tantos buques de fabricación tamriélica, parecía bastante poco exótico. Se asimilaba a un insecto, con sus velas membranosas y su áspero casco de quitina. Había visto algunas naves similares, si no iguales, en Morrowind. Si no hubiera sido por esa bandera claramente extraña que ondeaba, no hubiera distinguido el barco del resto de los del puerto. Mientras la salada bruma circulaba a su alrededor, tendió su mano en señal de bienvenida a los visitantes del otro imperio insular. Los hombres de a bordo no solo es que estuvieran pálidos, es que estaban completamente descoloridos, como si su carne estuviera hecha de una especie de serena gelatina blanca. Aunque ya se lo habían advertido de antemano. Cuando el rey llegó con su traductor, Potema miró directamente a sus vacíos ojos y le tendió la mano. El rey pronunció unos ruidos. "Su alteza real, el rey Orgnum", dijo el traductor con voz vacilante, "expresa que está sorprendido por tu belleza y agradece que le hayas ofrecido refugio, ya que estos mares son peligrosos". "Te desenvuelves muy bien en cyrodílico", dijo Potema. "Hablo fluidamente los idiomas de cuatro continentes", afirmó el traductor. "Puedo comunicarme con los habitantes de mi propio país, Pyandonea, así como con los de Atmora, Akavir y los de aquí, los de Tamriel. En realidad, vuestro idioma es el más sencillo. Tenía muchas ganas de hacer este viaje". "Por favor, comunícale a su alteza que aquí es bienvenido y que me encuentro a su entera disposición", dijo Potema sonriendo. Entonces, añadió: "¿Entiendes el contexto? Tan solo estoy siendo educada". "Por supuesto", afirmó el traductor. Entonces, transmitió varios ruidos al rey, a los que este respondió con una sonrisa. Mientras conversaban, Potema alzó la vista hacia el muelle, donde vio a unos hombres vestidos con esas capas grises que ahora le resultaban familiares. La estaban mirando mientras hablaban con Levlet, el hombre de Antíoco. Se trataba de la Orden Psijic de la isla de Estivalia. Era algo muy incómodo. "Mi emisario diplomático, lord Vhokken, os conducirá hasta vuestros aposentos", dijo Potema. "Por desgracia, tengo otros invitados que también requieren mi atención. Espero que su alteza lo entienda". Su alteza el rey Orgnum lo comprendió y Potema se ocupó de los preparativos para cenar con los habitantes de Pyandonea aquella noche. La reunión con la Orden Psijic requería toda su concentración. Se vistió con el vestido más sencillo que tenía, uno de color negro combinado con oro, y se dirigió a la sala de reuniones para prepararse. Su hijo, Uriel, se encontraba en el trono, jugando con su mascota joughat. "Buenos días, mamá". "Buenos días, cariño", dijo Potema, alzando en el aire a su hijo y fingiendo hacer un gran esfuerzo en ello."Por Talos, lo que pesas. Creo que nunca he cogido a un niño de diez años que pesara tanto". "Probablemente es porque tengo once", dijo Uriel, que ya conocía los trucos de su madre. "Y ahora me dirás que si soy un niño de once años probablemente debería estar con mi tutor". "A tu edad, yo estaba ansiosa por estudiar", comentó Potema. "Yo soy el rey", afirmó Uriel con petulancia. "Sin embargo, no te puedes contentar con eso", dijo Potema. "Por derecho, tendrías que ser ya el emperador, ¿lo entiendes, verdad?" Uriel afirmó con la cabeza. Potema se tomó un momento para observar el gran parecido que guardaba con los retratos de Tiber Septim. La misma frente despiadada y su barbilla poderosa. Cuando fuera mayor y perdiera su grasa de bebé, sería el vivo retrato de su tataratataratataratataratío-abuelo. Escuchó como la puerta se abría tras ella y entró un ujier con varias capas grises. Se puso ligeramente rígida y Uriel, en aquel momento, saltó del trono y abandonó la sala de reuniones, no sin antes hacer una pausa para saludar a uno de los psijic más importantes. "Buenos días, maestro Iachesis", dijo, articulando cada sílaba con un acento majestuoso que provocó que el corazón de Potema se disparara. "Espero que tus aposentos en el castillo de Soledad merezcan tu aprobación". "Sí que la merecen, rey Uriel, gracias", dijo Iachesis encantado y complacido. Iachesis y sus psijic entraron en la sala y la puerta se cerró tras ellos. Potema se sentó tan solo por un momento en el trono para, a continuación, bajar del estrado y saludar a sus invitados. "Siento que hayáis tenido que esperar", se disculpó Potema. "Y pensar que habéis navegado desde la isla de Estivalia y yo os he hecho esperar aún más... Debéis perdonarme". "No es un viaje demasiado largo", dijo uno de los capas grises airadamente. "No es como si hubiéramos recorrido los mares desde Pyandonea". "¡Ah! Habéis visto a mis últimos invitados, al rey Orgnum con su séquito", afirmó Potema despreocupadamente. "Supongo que pensaréis que es algo inusual que les reciba cuando, como todos sabréis, Pyandonea pretende invadir Tamriel. ¿Doy por sentado que sois tan neutrales en esto como lo sois para el resto de asuntos políticos?" "Por supuesto", respondió Iachesis orgulloso. "No tenemos nada que ganar ni que perder en esta invasión. La Orden Psijic es anterior a la organización de Tamriel bajo la dinastía de los Septim y sobrevivirá bajo cualquier régimen político". "Sois como una pulga que se sube a cualquier chucho que pase, ¿verdad?", preguntó Potema, entornando los ojos. "No sobrevalores vuestra importancia, Iachesis. El retoño de tu orden, el gremio de magos, tiene el doble de poder que vosotros y se encuentra totalmente de mi parte. Estamos tramitando un acuerdo con el rey Orgnum. Cuando Pyandonea se apodere de Tamriel y yo ocupe el puesto que me corresponde como emperatriz de este continente, entonces conoceréis el lugar que os pertenece dentro del orden de cosas". Potema salió con pasos majestuosos de la sala de reuniones, dejando a los capas grises mirándose unos a otros. "Debemos hablar con lord Levlet", dijo uno de los capas grises. "Sí", afirmó Iachesis. "Quizás tendríamos que hacerlo". Pudieron encontrar rápidamente a Levlet en su sitio de siempre en la taberna La luna y la náusea. Cuando los tres capas grises entraron liderados por Iachesis, pareció como si el humo y el ruido cesasen a su paso. Incluso el olor a tabaco y a flin se disipó en su presencia. Levlet se levantó para seguidamente escoltarles hasta una pequeña habitación del piso de arriba. "Lo habéis reconsiderado", afirmó Levlet con una amplia sonrisa. "Vuestro emperador", dijo Iachesis, corrigiéndose después a sí mismo, "nuestro emperador, pidió inicialmente nuestro apoyo para defender la costa occidental de Tamriel de las flotas pyandoneas a cambio de doce millones de monedas de oro. Le ofrecimos nuestros servicios por cincuenta. Tras reflexionar sobre los peligros que acarrearía la invasión pyandonea, aceptamos su oferta anterior". "El gremio de magos, generosamente, ha..." "Quizás podríamos hacerlo por un mínimo de diez millones de monedas de oro", ofreció rápidamente Iachesis. Durante el transcurso de la cena, Potema prometió al rey Orgnum, a través de su intérprete, que lideraría la insurrección contra su hermano. Estaba encantada de descubrir que su capacidad de mentir funcionaba en muchas culturas distintas. Potema compartió cama esa noche con el rey Orgnum, ya que era lo mejor que podía hacer desde el punto de vista diplomático y de la educación. Resultó ser uno de los mejores amantes que había tenido. Él le hizo tomar unas hierbas antes de hacerle sentir como si estuviera flotando sobre la superficie del tiempo, consciente tan solo de los gestos del amor, para darse cuenta después de que era ella la que los hacía. Se sintió como si fuera la refrescante niebla que apagaba el fuego de la lujuria del rey una y otra vez más. Por la mañana, cuando él la besó en la mejilla y le dijo con sus rasgados ojos blancos que se iba, sintió una especie de punzada de remordimiento. El barco zarpó esa mañana para dirigirse a la isla de Estivalia y hacia las invasiones inminentes. Potema les iba a despedir cuando sintió unos pasos detrás de ella. Era Levlet. "Lo harán por ocho millones, alteza", dijo. "Gracias a Mara", dijo Potema. "Necesito más tiempo para organizar una insurrección. Págales de las arcas y ve a la Ciudad Imperial para recoger los doce millones de Antíoco. Sacaremos buenos beneficios de este juego, y tú, por supuesto, tendrás tu parte." Tres meses después, Potema oyó que la flota de Pyandonea había quedado completamente destruida por una tormenta que surgió de pronto de la isla de Arteum, el hogar de la Orden Psijic. El rey Orgnum y todos sus barcos habían sido totalmente aniquilados. "A veces, hacer que la gente te odie", dijo estrechando a su hijo Uriel, "es la mejor manera de sacar beneficios".
Habilidad
Anterior
  • La Reina Loba, Libro tercero
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  • A
Siguiente
  • La Reina Loba, Libro quinto
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  • De la pluma del sabio Montocai del primer siglo de la Tercera Era
Autor
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  • Mazmorras del Bastión del Brillo Tenue, en lo alto de una estantería en la sala que hay tras las mazmorras.
  • Ansilvund, cámaras funerarias en un estante en la sala del tesoro.
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