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| - La tormenta de nieve había proporcionado cobertura a los Orkos para acercarse lo suficiente y la promesa de una masacre se cernía en el aire. Gragnatz el Azezino se humedeció sus ennegrecidos labios con expectación y, mientras su aliento hediondo se congelaba, dedicó un momento a valorar el campo de batalla de nuevo. Cientos de cadáveres cubrían el suelo de aquel erial ártico, humanos y Orkos por igual, y el manto de nieve estaba salpicado de manchas de sangre. Adelante, las tropas imperiales formaban en hileras en el paso obstruido por el hielo, negando a los Orkos la ventaja de la superioridad numérica. Las andanadas de fuego destelleaban en las filas orkas. Impertérrita, una horda de chikoz crujió ruidosamente tras la peña de Gragnatz ganando velocidad a medida que alcanzaban tierra más
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| - La tormenta de nieve había proporcionado cobertura a los Orkos para acercarse lo suficiente y la promesa de una masacre se cernía en el aire. Gragnatz el Azezino se humedeció sus ennegrecidos labios con expectación y, mientras su aliento hediondo se congelaba, dedicó un momento a valorar el campo de batalla de nuevo. Cientos de cadáveres cubrían el suelo de aquel erial ártico, humanos y Orkos por igual, y el manto de nieve estaba salpicado de manchas de sangre. Adelante, las tropas imperiales formaban en hileras en el paso obstruido por el hielo, negando a los Orkos la ventaja de la superioridad numérica. Las andanadas de fuego destelleaban en las filas orkas. Impertérrita, una horda de chikoz crujió ruidosamente tras la peña de Gragnatz ganando velocidad a medida que alcanzaban tierra más firme. A Gragnatz no le gustaba que el paso todavía estuviera en manos de los humanejoz y de sus preciados tanques. Esto le hizo enloquecer. "¡Oí! Zogdeg!", gritó mientras disparaba su piztola al aire para llamar la atención de sus rivales "¡dile a tuz kompañeroz gallinaz que mojaremoz nueztraz tripaz con vueztra zangre!" Se giró, sonriendo salvajemente mientras oía la corriente de improperios que venía desde donde se hallaba Zogdeg y lideró a sus chikoz en una carrera a grandes zancadas hacia la posición enemiga. Un rechinamiento inundó el aire y, mirando de soslayo, Gragnatz descubrió una columna de artillería imperial que retumbando se situaba tras la infantería humana. Escupió una maldición mientras el primero de los impactos de artillería machacó las filas orkas. Las detonaciones ensordecedoras lanzaron grandes columnas de agua helada por el aire y con cada impacto mataban a docenas de Orkos y enviaban algunos más a la muerte en las aguas gélidas. Aun así, seguían llegando más pieles verdes. Alrededor de los flancos de la infantería orka que cantaba y pisoteaba, apareció una flota de Buggies de guerra virando bruscamente y derrapando encima del hielo. Las andanadas de kohetez orkos surcaron el aire y algunos de ellos incluso impactaron en los escuadrones de tanques imperiales que había delante. Tras los buggies de guerra apareció un grupo de seis karros de guerra gigantescos con las llantas de las ruedas cadenadas y apizonadoraz con pinchos que escupían grandes planchas de hielo. La tierra se estremeció mientras las bestias devolvían el fuego con su kañón Matamáz y explosiones incandescentes destrozaban los tanques imperiales. A modo de respuesta, disparaban cada vez más artillería imperial sobre los grupos aullantes de motoriztas orkos que lideraban la carga. Gragnatz emitió una risa gutural cuando uno de los motoristas se transformó en una bola de fuego y se estrelló directamente sobre un banco de nieve con un silbido. La línea de batalla humana estaba al alcance y Gragnatz dobló sus garras mientras avanzaba. Las tropas orkas de a pie que halló en su camino abrieron fuego con sus propias armas sesgando a los defensores humanos en una tormenta de golpes. En su favor, los imperiales consiguieron mantener la posición. La descarga de disparos láser que lanzaron sobre la peña de Gragnatz se hizo demasiado intensa como para ignorarla. De vez en cuando, uno de los pieles verdes caía, tras un disparo limpio en la cabeza. "Ya es suficiente", pensó Gragnatz. "Ha llegado la hora de matar". Girando su cabeza, el kaudillo orko rugió su grito de guerra con toda la fuerza de sus pulmones. Un gran ¡Waaagh! fue la respuesta de la horda orka, ahogando el sonido ensordecedor de la artillería imperial. Los rugidos de la horda piel verde parecienron intensificarse cuando el eztrabótico de Gragnatz se unió a ellos aumentando el sonido tres veces hasta que el valle pareció temblar con aquella ira elemental. Con lentitud majestuosa, un centenar de miles de toneladas de nieve cayó desde las aproximaciones superiores del paso, silenciando a la artillería imperial que había abajo. Gragnatz bajó su casco con cuernos y cargó cubriendo los últimos metros que lo separaban de la línea humana con una carrera precipitada. La fuerza de la carga orka derribó a los Guardias Imperiales situados para detenerlos. Afiladas bayonetas se clavaron en su vientre y en su cuello, lo que hizo encolerizarse aún más a Gragnatz. El kaudillo orko balanceó su gran hacha sierra describiendo arcos amplios y decapitantes y pateó con sus botas de punta de acero a todos los guerreros que se le acercaron. Tras él, los chikoz también luchaban. La sangre, la saliva y el agua helada inundaron el aire mientras los Orkos destrozaban a sus presas con una ira frenética. Sin previo aviso, el estruendo de unos cascos de hierro anunció la contracarga de la caballería imperial que aparecía desde su escondite en una escarpa helada. Una ronda de disparos láser precisos impactaron en el pecho de Gragnatz, que lanzó por los aires al soldado humano que había estado golpeando para hacer frente a la nueva amenaza. Adelante un jinete cubierto con una piel cargaba directamente hacia él con una lanza larga explosiva apuntando hacia el suelo. Gragnatz se agachó y golpeó a la montura del humano con tal fuerza que tanto el jinete como la montura cayeron derribados sobre el hielo en un amasijo de extremidades y entrañas. Gragnatz arrastró a la bestia por las riendas y lanzó su cuerpo sobre la línea de Guardias Imperiales que cargaba hacia el. Después, saltó por encima de los restos del caballo y cayó sobre el resto de humanos espantados. Los soldados de la Guardia Imperial retrocedieron en desorden, sorprendidos por la repentina violencia del ataque del kaudillo orko. "Aguantad y dizparad, renakuajoz", gritó Gragnatz levantando su hacha sierra y describiendo arcos co ella. "Yo tengo máz que baztante para empezar"
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