About: dbkwik:resource/lyBuec3NZNtBQSqfOt5n6g==   Sponge Permalink

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  • Relato No Oficial Balhaus: Tortura
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  • La sala estaba impregnada por el repugnante olor de la tortura, una densa pestilencia que parecía cubrirlo todo con el penetrante aroma de la sangre en descomposición, el sudor, la orina y demás fluidos corporales de los reos allí procesados. Eckart había percibido aquel hedor mucho antes de que le transportaran desde los pisos superiores hasta allí, a la sucia habitación donde se encontraba ahora amarrado a una camilla, dispuesta de modo que quedase de forma casi vertical y con todo el cuerpo expuesto bajo un potente foco de luz amarillenta que dejaba el resto del lugar entre sombras.
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Saga
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  • La sala estaba impregnada por el repugnante olor de la tortura, una densa pestilencia que parecía cubrirlo todo con el penetrante aroma de la sangre en descomposición, el sudor, la orina y demás fluidos corporales de los reos allí procesados. Eckart había percibido aquel hedor mucho antes de que le transportaran desde los pisos superiores hasta allí, a la sucia habitación donde se encontraba ahora amarrado a una camilla, dispuesta de modo que quedase de forma casi vertical y con todo el cuerpo expuesto bajo un potente foco de luz amarillenta que dejaba el resto del lugar entre sombras. Sin embargo el olor dejó de molestarle en cuanto le rompieron la nariz y todo aroma fue automáticamente sustituido por el viscoso sabor salino de su propia sangre, con la que estuvo ahogándose durante varios minutos. Aparte de aquello, que no era ni de lejos lo peor, sentía intensos dolores provocados por las varias lesiones que su primer torturador, una bestia como un armario con uniforme de la Guardia Imperial, le había causado a puñetazos. No le había hecho una sola pregunta, sino que nada más entrar en la sala se quitó la guerrera y la camisa, crujió sus nudillos con una sonrisa siniestra y le propinó un terrible golpe directo en plena cara. Antes de que se hubiera repuesto siquiera de aquello –el mareo lo dejó aturdido unos segundos–, aquel hombre se entretuvo usando sus costillas como si fueran un saco de entrenamiento durante varios minutos, con puñetazos rítmicos y bien dirigidos, los cuales lo dejaron sin aliento y con terribles náuseas que le hicieron vomitar un par de veces durante el tiempo que duró. Atado como estaba, con fuertes ligaduras de cuero en tobillos, muñecas, cintura e incluso en la frente, Eckart no pudo más que soportar la paliza sin poder doblarse por el intenso dolor, recibiendo cada impacto en su plenitud y sin posibilidad alguna de amortiguar la potencia de los golpes. La camilla chirriaba al moverse con cada uno de ellos, una terrible lluvia que se prolongó un tiempo que le pareció una eternidad, y cuando todo acabó el jadeante Guardia Imperial se limitó a vestirse de nuevo y con una sonrisa triunfal abandonó el lugar, dejándolo allí en una horrible agonía y semiinconsciente. Minutos después, cuando pudo recuperarse un poco, inició un breve examen que le permitiera evaluar los daños antes de que sus captores regresaran para proseguir, cosa que obviamente iba a suceder. Trató de ignorar el dolor mientras enumeraba mentalmente las lesiones; Pómulo y nariz rota, ojo izquierdo cerrado por la repentina hinchazón, siete u ocho costillas fisuradas y seguramente algún órgano reventado. En condiciones normales calculó que si no recibía asistencia le quedarían unas horas de vida antes de que alguna hemorragia interna le causara el inevitable colapso, pero mientras trataba de evadirse hacia el recuerdo para soportar su padecimiento, la puerta volvió a abrirse haciendo que se estremeciera. Levantó la vista con su ojo sano y distinguió tres figuras, las cuales entraron una detrás de otra en la sala quedándose ante él, en la penumbra, como si estuvieran observando su estado. - Quirurgo –dijo segundos después la figura del centro con voz grave. El individuo de la izquierda avanzó al instante y se mostró a la luz, un hombre delgado y pálido que llevaba una máscara que le cubría media cara y en la que destacaba un gran ojo biónico. En cuanto se puso a su lado comenzó a extraer instrumental médico de una amplia bolsa que llevaba colgada a modo de bandolera, seleccionando un frasco de cristal lleno de líquido, un tubo de goma y un estuche lleno de agujas de diferentes tamaños. Poco más tarde Eckart sintió un pinchazo en su brazo izquierdo y de repente el dolor comenzó a remitir, probablemente por el efecto de algún tipo de fármaco de efecto inmediato. El aturdimiento inicial por la paliza comenzó a desaparecer, lo cual le permitió deducir a lo que se enfrentaba ahora, lo que por otra parte era de esperar desde el momento en que lo detuvieron. Aquel sujeto que tenía enfrente y al que obedecían al instante debía tratarse sin duda de un Inquisidor acompañado por un par de miembros de su séquito. La pregunta ahora era qué clase de interrogatorio iba a hacerle, porque dependiendo de si se trataba de un novato o un veterano las técnicas podían variar, aunque en el fondo Eckart era consciente de que el resultado sería el mismo. - ¿Quién…quién eres? –balbuceó entonces fingiendo una confusión que en realidad no sentía. Aquel individuo avanzó entonces un par de pasos para que pudiera verlo con claridad. Era un hombre mayor, con el pelo blanco y rapado, arrugas en el rostro y gesto frío. Iba ataviado con una elegante servoarmadura carmesí en la que destacaban líneas y líneas de texto escritas en bonitas letras de color oro, como si se tratara de los pasajes de un extenso libro que contara las glorias de su temible oficio. No tardó en identificar la flor de lis y la calavera en uno de los varios símbolos que colgaban como reliquias de su pechera, un representante del temido Ordo Hereticus, y seguramente uno de los más antiguos. - Soy el Inquisidor Nazarius –dijo entonces aquel hombre secamente despejando todo atisbo de duda sobre su identidad, sabiendo que en muchos casos solo con mencionar su rango era suficiente como para infundir temor. El gesto de miedo en la cara de su prisionero debió resultarle satisfactorio, porque una fugaz sonrisa de orgullo se dibujó en su boca antes de regresar a su eterno rictus de seriedad. - Éste es mi novicio, Lathran –continuó el Inquisidor presentando al sujeto de su derecha, un joven vestido con un sencillo hábito que permanecía en respetuoso silencio esperando instrucciones–. En cuanto al que está poniéndote esa vía en la vena de tu brazo es mi quirurgo. Lo hace porque queremos que estés en buenas condiciones para nuestra conversación. - ¿Qué conversación? –inquirió Eckart con voz temerosa mientras un hilo de sangre le caía por la comisura de la boca. El Inquisidor se acercó un poco más mostrando a plena luz la magnífica factura de su atuendo, poniendo las manos a la espalda y enarcando las cejas de forma irónica. - La que vamos a tener y en la que me vas a decir todo lo que necesitamos saber sobre ti, sobre tu misión y sobre tu origen –aclaró. - ¿Qué…misión? –dijo entonces con estudiada sorpresa– No sé nada de ninguna misión. Por favor, eminencia, sólo soy un comerciante de Solomon que venía a Terra a… - Mira bien a este hombre, Lathran –le interrumpió el Inquisidor dirigiéndose a su aprendiz–. Es uno de esos herejes que piensan que soportarán el interrogatorio. Fingen estar confundidos como si todo se tratara de un error, creyendo que están más allá del dolor y de la reveladora luz de la verdad. Pero se equivocan. Siempre se equivocan. El quirurgo terminó su labor en ese momento y levantó un tubo de goma que colgó de la parte superior de la camilla, por el cual fluía un líquido amarillento que entraba directamente en las venas del reo. Una vez hecho aquello tomó un bisturí eléctrico de su bolsa y lo conectó a una pequeña batería que llevaba adosada al cinturón, lo cual hizo que el aparato emitiese un siniestro zumbido. Nazarius tendió entonces la mano hacia su novicio sin dejar de observar a la magullada víctima, y el joven le pasó un rollo de papel amarillento envuelto en una cinta de color púrpura, de la cual colgaba en lacre rojo el sello oficial del Ordo. El Inquisidor rompió el lacre, desenrolló el papel y lo puso ante sus ojos sujetándolo con ambas manos. - En la sagrada Terra, en el segundo mes del 899 del cuadragésimo primer milenio –leyó solemne–, la Guardia Imperial capturó al espía de nombre Eckart Dorff mientras planificaba actividades de sabotaje contra el Palacio Imperial junto con otros dos individuos, los cuales murieron en el transcurso de su detención. Por las pruebas encontradas y datos cotejados queda firmemente demostrado que los sujetos pertenecen a la autodenominada civilización de Balhaus, la cual según consta en los archivos del Librarium Terra ha cometido actos hostiles contra el Imperio de la Humanidad en el pasado, declarada por tanto enemiga y herética a ojos del Emperador, la Eclesiarquía y la santa Inquisición. A todos los efectos se dictamina entonces que Eckart Dorff sea confinado y puesto en manos de los representantes del santo oficio para su interrogatorio y confesión, antes de que se determine su futuro en base a las conclusiones que se extraigan de dicho proceso… Teminada la lectura, el Inquisidor volvió a enrollar con lentitud el papel y lo rodeó de nuevo con la cinta púrpura, pasándoselo a continuación al novicio. - En resumen –explicó entonces–, tenemos ante nosotros a un espía y hereje que fue sorprendido mientras preparaba viles actos de sabotaje contra el Palacio Imperial, los cuales sin duda estaban dirigidos a dañar a nuestro amado Emperador. ¿Qué crees tú Lathran? ¿Qué deberíamos hacer con él? - Deberíamos purgarlo con el fuego, eminencia –contestó el joven con tono sádico mientras Eckart podía ver el odio puro en sus ojos. El Inquisidor rió, pero no con una risa agradable, sino con un gorgoteo siniestro. - Mi querido Lathran, eres muy joven y muy impetuoso. Si por ti fuera las hogueras de la fe estarían permanentemente encendidas para consumir a todos los sospechosos antes siquiera de que confesaran sus maldades. No, no es eso lo que queremos. Se acercó hacia la camilla y extendió su brazo derecho, apoyándolo en la parte alta de la plataforma y acercando su cara a Eckhart, quien sólo podía ver su rostro de acero por uno de sus ojos. - Lo que queremos es saber cuáles eran tus intenciones, amigo mío –susurró de forma maligna-, así como los medios que has usado para infiltrarte, tus contactos y demás. Si tuvieras la bondad de darnos esa información todo esto terminaría antes de empezar. Porque supongo que no querrás conocer a fondo las habilidades de mi quirurgo ¿verdad? Eckart no respondió, sino que se quedó mirando fijamente al Inquisidor comprendiendo que su pantomima no estaba surtiendo ningún efecto. Sabían quién era, sabían cuál era su misión y no había manera de escapar de las garras de su captor. Lo único que quedaba por descubrir era hasta dónde sería capaz de aguantar el interrogatorio, el cual empezaba ya a acercarse a la parte en la cual las confesiones eran extraídas a base de sangre. El Inquisidor esperó algún tipo de respuesta sin moverse durante largos segundos, hasta que finalmente asumió que su prisionero no iba a decir nada, lo cual significaba el paso a la siguiente fase. - Ya has conocido al cabo Redmane, nuestro celador de la Guardia Imperial –dijo entonces Nazarius volviéndose y comenzando a quitarse los guanteletes de la armadura con parsimonia–. Supongo que es el motivo por el cual te encuentras ahora en ése estado tan deplorable. En realidad no me gusta demasiado su estilo ¿sabes? Aunque tengo que reconocer que tiene mucha habilidad para “ablandar” a los herejes detenidos antes de que lleguemos nosotros. Hay veces que están deseando confesar sus pecados y darnos toda la información que queremos antes incluso de que el quirurgo les extirpe las uñas o los ojos. Dejó los guanteletes sobre una mesilla metálica al lado de la entrada y a continuación se quitó la capa, la cual fue inmediatamente recogida por el novicio, quien la dobló con sumo cuidado y se quedó con ella abrazándola como si se tratara de un objeto sagrado. Entonces se acercó de nuevo a la camilla y puso amistosamente una mano sobre el hombro del quirurgo, como si de ese modo le exculpara de las atrocidades que estaba a punto de cometer. - Luego hay otros que no –continuó–. Ni las caricias del cabo Redmane ni los primeros tratamientos del quirurgo son capaces de hacer que abran su corazón a la confesión purificadora o al arrepentimiento por sus actos heréticos. Esa gente no quiere admitir al Emperador en su espíritu, no quiere que la luz sanadora de la fe alumbre la miseria de sus vidas. Pero esos casos tan difíciles son mis preferidos, Eckart. Dentro de un momento sabremos qué clase de hereje eres. Dicho aquello puso la mano en la espalda del quirurgo y lo empujó suavemente hacia la camilla donde se encontraba el prisionero, mientras los ojos del novicio se iluminaban ante el inminente espectáculo de dolor y brutalidad que iba a suceder. _______________________________________________________________________ Eckart despertó como si un látigo eléctrico le hubiese golpeado de lleno, haciendo que inspirara con fuerza emitiendo un gemido ahogado. Por un momento había pensado que estaba muerto porque ahora no sentía nada, si bien poco antes había llegado al límite de su resistencia cuando el quirurgo se dedicó a torturarlo de manera inmisericorde, practicando pequeñas incisiones en su tórax con el bisturí para luego estrujar las terminaciones nerviosas internas con un aparato que terminaba en una diminuta pinza, la cual utilizaba con aberrante maestría. Tras aquello el Inquisidor dejó que su novicio, aquel joven despiadado, se divirtiera dándole unas friegas de sal y vinagre en las heridas, lo cual hizo que el dolor fuera tan intenso que prácticamente perdió la consciencia. - Vamos, vamos –escuchó entonces como si una voz viniera de dentro de su propia cabeza–. Aún no hemos empezado siquiera. ¿Para qué viniste a Terra? ¿Quiénes te enviaron? Eckart viajó instantáneamente al momento en el que su superior en el SVD le proporcionaba los detalles de la misión, para la cual había sido elegido por ser uno de los mejores agentes de campo de toda la organización. Fue entonces cuando recibió su nueva identidad, la documentación y todo lo necesario para pasar por un peregrino que sólo deseaba ver el Palacio Imperial de Terra en todo su esplendor una vez en la vida, antes de regresar a su mediocre existencia y poder presumir ante sus conocidos de que había estado cerca –aunque fuese a kilómetros– del Trono Dorado. Aquella identidad falsa que había sido construida hasta el mínimo detalle era la de un comerciante proveniente del Mundo Colmena de Solomon, la cual debería hacer que pasara desapercibido entre la masa de viajeros que llegan a Terra cada día, tras lo cual podría perderse entre sus calles y llevar a cabo la importante misión encomendada por el Sicherhaus. Pasó mucho tiempo habituándose a su nuevo alias, incluso aprendió a hablar con el acento y la jerga de los comerciantes de Solomon, donde pasó varios meses viviendo en la colmena dedicándose a la venta menor de mercaderías, dándose a conocer entre sus gentes de manera discreta y levantando a su alrededor una ficción creíble que pronto hizo que fuese ignorado sistemáticamente como otro individuo más entre los millones que abarrotaban el lugar. - Despierta de una vez –dijo la voz de manera más autoritaria mientras sentía una sonora bofetada en el lado izquierdo de su cara. Abrió su ojo y se encontró delante al Inquisidor, el cual permanecía con el mismo gesto adusto en su rostro, si bien pudo percibir en él cierta contrariedad disimulada. - Vamos, dímelo –insistió mientras le cogía de la barbilla con firmeza–. Las drogas no durarán eternamente, de aquí a unos minutos no podrás siquiera pensar por el dolor. ¿Cuál era tu misión? ¿Quién te la encomendó? - No...sé de qué me está hablando…por favor… –insistió Eckart a la vez que los anestésicos comenzaban a perder su eficacia. Nazarius no disimuló su desagrado esa vez, alejándose unos pasos con los brazos en jarras y emitiendo un profundo suspiro de hastío. En ese momento, mientras le daba la espalda, Eckart pudo ver al quirurgo en una esquina de la habitación limpiándose las manos de sangre con un trapo, mientras que ante él, en la mesilla de metal donde el Inquisidor había dejado los guanteletes de su armadura, había extendido un pedazo de tela sobre el cual estaban dispuestos varios instrumentos de diferentes tipos, aunque no podía distinguir si se trataba de instrumental médico –posiblemente no, ya que algunos eran bastante aparatosos– o de otra cosa. El novicio permanecía a su lado con la misma mirada de odio que anteriormente y con aspecto de querer volver a actuar, como si deseara que no hablase para poder desatar su crueldad libremente. - Parece que no tienes nada que decir –dijo entonces el Inquisidor–. Veo que hemos fallado. Creí que unos pocos cortes te desatarían la lengua, pero creo que vamos a tener que utilizar métodos más rudimentarios. En ese momento cogió un objeto de la colección que el quirurgo había dejado sobre la mesilla y lo levantó ante él mirándolo con ojo crítico. Eckart estaba familiarizado con los métodos de tortura Imperiales, el instrumental y las drogas más comunes que los Inquisidores empleaban durante el proceso, ya que todos esos siniestros detalles fueron objeto de estudio y aprendizaje para él cuando comenzó su andadura como agente del SVD. Sus maestros les enseñaron los recovecos más escabrosos para que supieran a qué podían enfrentarse en caso de ser capturados, como era el caso, de modo que con un simple vistazo pudo identificar que lo que el Inquisidor tenía en sus manos era un rústico artefacto al que se referían como “aplastapulgares”. Era un objeto burdo, muy alejado de los modernos métodos utilizados por la Inquisición, pero tremendamente eficaz en manos de un interrogador sádico. El aparato, procedente del medievo de Terra en los primeros milenios de la civilización humana, consistía en dos láminas metálicas unidas por un tornillo que se aplicaba en los dedos del prisionero. Al girar dicho tornillo las láminas aplastaban la zona aprisionada entre ellas provocando un intenso dolor que podía ser mantenido indefinidamente hasta la práctica mutilación. Por lo general muchos de los Inquisidores recurrían a medios más sofisticados, pero a la vista del tratamiento recibido previamente Eckart comprendió que aquel individuo no era como los demás. Obtener la confesión era el fin de todos ellos, pero estaba claro que el tal Nazarius disfrutaba del proceso cuando utilizaba semejantes artilugios, como hacían sus anticuados predecesores milenios antes. - Creo que antes de llamar al psíquico intentaremos algo más –le informó Nazarius mientras pasaba el artefacto al quirurgo-. No hay que subestimar el padecimiento físico para lograr la verdad. Siempre hay tiempo de recurrir al forzamiento de la mente, incluso cuando quedan pocos minutos de vida… El esbirro del Inquisidor, al parecer acostumbrado a aquellas cosas, aplicó con facilidad el aplastapulgares en su mano izquierda, a la altura de las uñas, comenzando a apretar el tornillo con fuerza. Unos instantes después el dolor subió por su brazo como una serpiente, instalándose en su cerebro mientras reprimía los gritos y las venas de su cuello se hinchaban por el esfuerzo. Intentando aislar aquella horrible sensación recurrió a las técnicas de bloqueo usadas durante su aprendizaje, si bien en aquel caso no se trataba de una simulación soportable en la sala de prácticas de la academia, sino de una situación real en la que la intensidad de lo que estaba sufriendo era infinitamente superior. Su mente se desvió desde el tormento hacia un rostro, el de Edith, su mujer, quien se encontraba a salvo muy lejos, a millones de kilómetros de esa repugnante sala y sus ocupantes, paseando por los senderos del Waldgraben en Balhaus. Guardaba como un tesoro su imagen recorriendo los caminos entre la arboleda tocando las flores, su figura en la orilla del Musse, el lago situado en medio del bosque, y su voz cantarina riendo. Aquello era lo opuesto a lo que estaba sucediendo, una liberación que permitió que se abstrajera de la tortura como si su mente ya no estuviera ligada al cuerpo. El quirurgo observó la repentina relajación del prisionero y enseguida examinó su rostro, alumbrando con una diminuta linterna la pupila de su único ojo. El tornillo del aplastapulgares había hecho casi todo su recorrido partiendo las uñas y machacando el hueso, la sangre rodaba por las láminas de metal en gruesas gotas, pero él no emitía sonido alguno. - Se ha retraído –anunció mientras se volvía hacia el Inquisidor–. Es muy bueno. No creo que mediante la estimulación física consigamos nada, eminencia. Está claro que se le ha entrenado para soportar el dolor. Nazarius apretó los dientes de forma imperceptible impidiendo que le invadiera la ira delante de su aprendiz, quien lo miraba esperando alguna reacción. - Todos tienen un límite –masculló entonces con desprecio–. Seguro que después de probar otros aparatos acabaría cediendo, pero no tenemos tiempo. Es vital conocer las ramificaciones de su plan. Quítale el instrumento y llama al Interrogador. - ¡Eminencia! –intervino entonces el aprendiz de forma repentina haciendo que el Inquisidor se volviera hacia él– ¿Vamos a dejar en manos de un psíquico algo tan importante como esto? La barbilla del joven temblaba por la indignación. El Inquisidor sabía que desde que había entrado a su servicio años atrás se había radicalizado poco a poco, llegando al extremo de detestar incluso a los propios psíquicos usados por el Ordo para conseguir sus fines. Para Lathran cualquier desviación que apartara al individuo de su esencia puramente humana era una blasfemia y una herejía que debía ser purgada, y su puritanismo era cada vez más incisivo, llegando hasta el punto incluso de cuestionar a su propio maestro abiertamente como acababa de hacer. - No seas estúpido –escupió el Inquisidor con severidad haciendo que el novicio agachara la cabeza inmediatamente–. Esto no es una discusión filosófica sobre los métodos a aplicar o quién debe llevarlo a cabo. Es un interrogatorio, y está claro que el prisionero ofrece una resistencia demasiado sólida a las prácticas convencionales. El objetivo de un Inquisidor es erradicar la herejía, pero también descubrir la podredumbre que se esconde tras ella. No sólo eliminamos el brote, sino también debemos neutralizar la oscura raíz que lo sustenta a cualquier precio y empleando las herramientas que sean necesarias. Dicho esto hizo un gesto con la cabeza dirigido al quirurgo, quien quitó de inmediato el aplastapulgares de la maltrecha mano del reo y salió de la sala inmediatamente en busca del interrogador adscrito al séquito de Nazarius. - Y Lathran –añadió el Inquisidor cuando se hubo marchado–. No vuelvas a cuestionarme o te arrepentirás. No me obligues a purgar la duda de tu mente. La amenaza surtió el efecto deseado haciendo que el aprendiz se encogiera de terror, emitiendo un breve “sí, eminencia” en un susurro servil. El Inquisidor volvió a fijarse en el prisionero, atado a la camilla con sus profusas heridas en el pecho, las contusiones y los dedos reventados de su mano izquierda. Leves chorros tan carmesíes como su servoarmadura se deslizaban viscosos hacia el suelo formando un pequeño charco brillante. No le cabía duda de que se trataba de un agente de ese lugar llamado Balhaus, del cual apenas había información pero que estaba marcado como un peligroso foco de herejía. Fueron ellos los que en diversas ocasiones se habían enfrentado al Imperio en el campo de batalla demostrando que no eran una amenaza menor, no tan peligrosa como podían resultar las fuerzas del Caos, los Orkos o los Tau, pero sin duda algo a tener en cuenta. Cualquier dato que pudieran obtener de ése individuo podría resultar crucial para erradicar su facción de la galaxia, pues por lo que sabía no eran muchas las ocasiones en las que la Inquisición había tenido la suerte de capturar a uno de sus miembros con vida o que poseyera información relevante. Pese a que el Ordo Xenos era quien se ocupaba por lo general de asuntos de esta índole, el Eclesiarca había recurrido al Ordo Hereticus porque no había ningún Inquisidor del otro Ordo en Terra en aquel momento con la suficiente categoría como para responsabilizarse del tema, el cual era acuciante. La rivalidad entre el Ordo Hereticus y el Ordo Xenos siempre estaba patente, de modo que cuando vieron la oportunidad de arrebatar la investigación a sus adversarios dentro de la Inquisición enseguida enviaron a Nazarius, quien se encontraba felizmente cerca realizando algunas actividades de documentación en el Librarium Terra, de las cuales enseguida fue dispensado. Si el Inquisidor era capaz de sacar algo en claro aquello supondría una victoria muy valiosa del Ordo Hereticus a ojos del Eclesiarca, quien sin duda estaba impaciente esperando la conclusión del interrogatorio y la información que se hubiera obtenido de ella. No podía fallar, y usaría todos los medios a su alcance para lograr su cometido. Una vez lo consiguiera y todos perdieran el interés en el prisionero se lo llevaría a su nave, donde con más tiempo y tranquilidad doblegaría su voluntad y le enseñaría los caminos del dolor más inimaginables, exprimiendo su agonía hasta la última gota. Mientras estaba absorto en sus pensamientos se escuchó una tos repentina y Eckart regresó de su abstracción, mirando a un lado y a otro como si acabara de despertar de un sueño o de un profundo estado de hipnosis. - Bienvenido –musitó Nazarius–. Justo a tiempo. Ya hemos comprobado que tu entrenamiento es excepcional, mi más sincera enhorabuena por tus capacidades. Pocas veces me he encontrado con individuos capaces de soportar lo que tú has soportado hasta el momento sin descomponerse ¿sabes? Aunque me temo que tu resistencia física no te servirá de nada para enfrentarte al siguiente paso del interrogatorio. Eckart respiraba aceleradamente al notar de golpe otra vez la reminiscencia de dolor dejada por las magulladuras y heridas causadas, si bien estaba lo bastante despierto como para saber que lo que se avecinaba era algo contra lo que no podría combatir ni evadirse como hasta el momento. Al igual que ellos hacían en Balhaus, la exploración psíquica era un proceso mental invasivo que tan solo otro psíquico podría contrarrestar, de modo que en el momento en el que el Interrogador accediera a su mente todo lo que conocía estaría expuesto, como si se tratara de un libro abierto. Unos momentos después entraron en la habitación el quirurgo y otro hombre vestido con un manto azul oscuro, el cual hizo una educada reverencia al Inquisidor. - Bienvenido hermano Nathaniel –le saludó Nazarius–. Necesitábamos tus habilidades. - Estoy para serviros Eminencia –contestó de forma complaciente mientras Lathran se apartaba hacia el rincón de manera disimulada, con lo cual mostraba su claro desagrado por la presencia del mutante, pese a que ése individuo estaba en una posición superior a la suya dentro de la jerarquía en el séquito del Inquisidor. - Tenemos un caso difícil aquí –continuó éste señalando hacia la camilla donde permanecía Eckart–. Nuestro invitado parece que se resiste a compartir con nosotros cierta información que consideramos crucial con repecto a sus actividades en contra del Emperador, que su luz siga iluminándonos. Los medios habituales parece que no han surtido efecto, y me preguntaba si podrías ocuparte del asunto, ya que el tiempo apremia. - Como deseéis eminencia –contestó el psíquico preparándose para actuar. - Una vez hayas terminado y obtengamos lo necesario me gustaría que se tomaran las medidas pertinentes para trasladar a este hereje a mi nave, donde proseguiremos con el interrogatorio de manera más profunda. Más tarde creo que sería un buen candidato para la arcoflagelación. Eckart pudo percibir cómo aquellas palabras hicieron que el rostro de Lathran en el fondo de la sala se iluminase. El destino que le esperaba tras el largo tormento al que sería sometido era tan solo una nimiedad comparado con lo que le sucedería después, que parecía estar más en línea con las esperanzas del cruel novicio, quien parecía desear expresamente un final tan aterrador como el que acababa de dictaminar Nazarius. - Creo que lo bautizaremos como Abraham X –señaló el Inquisidor con saña–. Así completaremos una buena colección de arcoflagelantes en nuestra pequeña comunidad junto con los otros nueve. ¿Qué te parece? - Una idea excelente, Eminencia –convino el interrogador. - De acuerdo entonces. Procede, por favor. El psíquico se acercó hacia la camilla observando fijamente al prisionero, a la vez que levantaba sus manos como iniciando una plegaria. Eckart comprendió que el fin de su resistencia estaba cerca, y que en breve el Inquisidor conocería los nombres y ubicaciones de los contactos del SVD en Terra, de todos aquellos involucrados en el plan que lo había llevado hasta allí para cometer el atentado y a la postre la intención del Sicherhaus de acabar con la infraestructura de soporte del Trono Dorado, el sarcófago donde descansaba el cuerpo –o lo que quedaba– del Emperador de la humanidad tras diez milenios de existencia. El plan no se había llevado a cabo ya que tanto él como los otros dos agentes –muertos durante la detención practicada por la Guardia Imperial– estaban aún llevando a cabo los preparativos para construir un artefacto explosivo lo bastante potente como para que al detonar dentro de las entrañas del Palacio Imperial se produjera una reacción en cadena que finalmente afectara a los sistemas de alimentación del Trono Dorado. Aquel ambicioso plan había contado con información obtenida tras muchos años de estudio del Palacio Imperial y de sus dependencias interiores, tras lo cual varios expertos ingenieros de la Casa Krautzmitt determinaron un lugar ideal para la colocación del artefacto, lo suficientemente alejado del pasillo del Trono Dorado así como de los guardianes del Emperador, el Adeptus Custodes, como para que la operación tuviera posibilidades. El éxito de la misma, según el análisis del Weisering, tendría unas consecuencias demoledoras para el Imperio, pues con la muerte del Emperador se crearía un vacío de poder que pronto muchos de sus actuales devotos querrían llenar, surgiendo enfrentamientos que arrastrarían a todo el sistema a una guerra civil. La humanidad quedaría dividida en distintas facciones, muchas de ellas pequeñas y débiles, que junto con la pérdida del Astronomicón las dejaría aisladas y perfectamente vulnerables frente a ataques de otras razas xenos mejor organizadas. Los diversos capítulos de Marines Espaciales se verían obligados a tomar partido por uno u otro bando, o simplemente a no hacer nada permaneciendo en sus propios mundos, mientras que la Guardia Imperial pasaría a ser una fuerza seccionada a lo largo de los diferentes sistemas. En conclusión, el Imperio se desgajaría y sus frentes se multiplicarían acelerando su declive, con el consecuente beneficio para Balhaus. El hecho de que la Inquisición tuviera acceso a todo aquella información derivaría en una serie de medidas que resultarían desastrosas, no sólo a nivel estructural por el desmantelamiento de red de agentes extendida por el SVD en Terra y mundos limítrofes, sino también por el aumento significativo de la seguridad que podría en peligro posteriores operaciones y también las posibles represalias directas contra Balhaus. Todo aquello se abrió paso a través de la mente de Eckart mientras las manos del psíquico se acercaban a su cabeza, preludio del desastre que se iba a producir, así que en un segundo decidió qué hacer antes de sentir la manipulación de sus recuerdos por parte del mutante. La sucesión de números y letras combinados con imágenes y sonidos concretos desfilaron en procesión dentro de su cerebro rápidamente, una serie completa que había memorizado una y otra vez antes de que el SVD le implantara el nanodispositivo como parte del protocolo de seguridad Sebstmolder, el único método infalible que podría evitar que la información fluyera hacia el psíquico, un nanodispositivo mortífero en su cerebro esperando ser activado. La orden de activación apareció en su córtex y Eckart tomó aire por última vez, tras lo cual validó el código. Cuando el mutante puso las manos en sus sienes las retiró al momento con gesto de extrañeza, mirando al quirurgo con gesto sorprendido. - Está…está muerto –dijo entonces sin comprender qué había pasado. Nazarius recibió la noticia y también se quedó estupefacto. - ¿Qué estás diciendo? –preguntó incrédulo. - Su mente no…está –explicó–. No hay nada. El Inquisidor apartó al psíquico bruscamente y cogió al prisionero del pelo, como si aquello fuera a despertarlo de alguna manera. - ¡Maldito sea! –estalló– ¡Revívelo! ¡Vamos, revívelo! Las órdenes gritadas al quirurgo hicieron que éste recogiese otro de sus frascos rápidamente y hundiera una jeringuilla en él, tomando una generosa dosis de la sustancia que utilizaba para devolver a la consciencia a las víctimas comatosas, un compuesto que actuaba de inmediato y que casi siempre resultaba eficaz. Pero en aquel caso no sucedió nada. - No puedo –informó mientras se encogía de hombros–. No ha muerto por nada que le hayamos hecho nosotros. Debe de tratarse de algún tipo de envenenamiento voluntario… Nazarius lanzó un golpe que derribó al quirurgo, tras lo cual se giró hacia el interrogador con gesto ansioso. - ¡Explóralo! –dijo– ¡Antes de que desaparezcan sus recuerdos! El psíquico volvió a poner las manos sobre las sienes del cadáver pronunciando las plegarias correspondientes e inundando su cerebro con energía psíquica, buscando en cada recoveco un atisbo de información. Todo estaba vacío, salvo por una imagen, la de una mujer anónima que paseaba por un bosque indeterminado mientras sonreía. Categoría:Saga Balhaus Categoría:Relatos No Oficiales Warhammer 40000
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