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| - Maffeo Barberini (1568-1644) fue elegido papa en 1623, adoptando el nombre de Urbano VIII. De noble ascendencia florentina, fue doctor en derecho, ejerciendo los cargos eclesiásticos de arzobispo de Nazaret y de Spoleto, nuncio papal en Francia y cardenal. A Urbano VIII se debe la construcción del Palacio Barberini en Roma, la iglesia de Santa Maria della Concezione dei Cappuccini y la villa de Castel Gandolfo, lugar de vacaciones de los papas. También se debe a él procesamiento y condena de Galileo Galilei por sus teorías cósmicas sobre el giro de la tierra en torno al sol.
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| - Maffeo Barberini (1568-1644) fue elegido papa en 1623, adoptando el nombre de Urbano VIII. De noble ascendencia florentina, fue doctor en derecho, ejerciendo los cargos eclesiásticos de arzobispo de Nazaret y de Spoleto, nuncio papal en Francia y cardenal. Los Estados Pontificios se vieron acrecidos durante el mandato de Urbano VIII con la incorporación del condado de Urbino. Esta vez, la anexión territorial se logró sin mediar una acción militar; el papa persuadió al anciano duque Francesco María della Rovere para que le cediera sus posesiones que pasaron a engrosar las de la iglesia. De esta forma se alcanzó la mayor extensión de que habían gozado nunca los territorios civilmente jurisdiccionales de la iglesia. Mas no todas las relaciones con los señores italianos fueron tan pacíficas. Urbano VIII, en un alarde de nepotismo de los más atrevidos y escandalosos que salpican la historia pontificia, a los pocos días de su nombramiento papal entregó las riendas de la iglesia a una caterva de sobrinos cuyo comportamiento hizo sentenciar al pueblo romano: «Lo que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberini». Inducido por ellos entabló una indecorosa guerra contra Odoardo Farnesio, duque de Parma. Primeramente prohibió la importación a Roma de grano procedente del ducado de Castro, pertenencia del Farnesio, para provocar su quiebra económica, y más tarde, en octubre de 1641, invadió con sus tropas aquel territorio ducal, a la par que excomulgaba a Odoardo y le privaba nominalmente de todas sus posesiones. El duque de Parma reaccionó formando una coalición contra el papa a la que se adhirieron Toscana, Módena y Venecia. Derrotaron a las fuerzas pontificias y propusieron negociaciones de paz que no fueron aceptadas por Urbano VIII. Continuó la lucha y, por fin, ante la superioridad bélica de los coaligados, el papa se vio forzado a capitular de forma humillante en marzo de 1644. De no haber sido por el apoyo recibido de Francia, Roma hubiera sido conquistada por sus adversarios. Quizá consciente de su debilidad militar, Urbano VIII se consagró a la creación de un potente ejército y a la fortificación de sus territorios. Fundó una fábrica de armas en Tívoli, reforzó todas las estructuras defensivas de sus plazas de soberanía y levantó baluartes en torno a Sant’Angelo y Civitavecchia particularmente, empleando en todo ello enormes sumas distraídas del erario de san Pedro. A Urbano VIII le tocó representar un difícil papel en el drama político de la Guerra de los Treinta Años, toda una sucesión de guerras mal llamadas «de religión». Francia, la católica monarquía del catolicísimo Luis XIII, la nación regida por cardenales Richelieu, primero, y Mazarino, después, el país cuya diplomacia estaba encomendada a un fraile capuchino (el padre José, la «eminencia gris»), se alineó en la campaña con los protestantes alemanes y con los suecos de Gustavo II Adolfo contra los Habsburgo españoles y austriacos. Felipe IV pidió al papa en reciprocidad con su incuestionada fidelidad la ayuda económica del Vaticano y la condena espiritual de la desleal política francesa. Protestó enérgicamente por medio de sus cardenales ante el consistorio romano denunciando que el papa obrara en connivencia con Francia, cómplice, a su vez, de los protestantes cuando luchaban contra las monarquías verdaderamente católicas. Mas el papa no respondió. Pesaban demasiado las lecciones del pasado, de forma que Urbano VIII temía tanto el excesivo poder del eje imperial hispano-alemán del que Italia nunca se había visto libre, como que Francia se orientase hacia posiciones cismáticas como las adoptadas por Inglaterra. Quiso mantener una aparente neutralidad no comprendida por el bando católico y arriesgó que Roma se viera expuesta a la ofensiva de las tropas imperiales con la que amenazaba seriamente Albrecht von Wallestein. Se evitó en última instancia. El papa, en un gesto compensatorio de su negativa a reprobar la actuación francesa, quiso complacer a Felipe IV con otra negativa: en este caso, la del reconocimiento de la independencia de Portugal, que lograba desgajarse de España en 1640, y de la legitimación de la casa de Braganza en la persona de Juan IV. A Urbano VIII se debe la construcción del Palacio Barberini en Roma, la iglesia de Santa Maria della Concezione dei Cappuccini y la villa de Castel Gandolfo, lugar de vacaciones de los papas. También se debe a él procesamiento y condena de Galileo Galilei por sus teorías cósmicas sobre el giro de la tierra en torno al sol.
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