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| - Cuando los oscuros brazos de la noche asolan y arrastran la caída del día, en la luz, reinan las tinieblas. La niebla espesa se mueve en el silencio, haciendo imposible la vista de la lejanía. El sonido de la noche no traspasa el canto de un majestuoso búho en las ramas de un árbol, acechando paciente para esquivar el fracaso de que su presa escape. Cuando entonces, en la lejanía se escuchan unos pasos con su característico sonido. De entre la niebla resurge una figura elegante, alta, majestuosa, con unos ropajes negros de los que se reconocían unas botas y una capa que, movida por el viento, ondeaba con aires heroicos. Más cercano se reconocía un traje funerario con rasgaduras en sus extremos. De sus atuendos es cuanto puedo describir, pero de su cara, nunca olvidare esos colmillos y esos ojos brillantes en la sombra, perdidos, y a la vez fijos en su objetivo. Su caminar era airoso, rápido y dirigido sin pensarlo dos veces al cementerio. Al llegar, encontró sus dos puertas cerradas con unas gárgolas protectoras del reino de los muertos en lo alto. Mirándolas fijamente, pronunció unas palabras en latín, que traducidas significaban “que el averno se arrodille ante mi y sus fronteras caigan a mis pies” y las puertas se abrieron de par en par. Él solo tuvo que empujar y las puertas hicieron un pequeño ruido, entonces ante él se cernía la niebla y las lápidas en un suelo todavía húmedo, y apresurado entró tras observar la macabra escena. Tras haber traspasado sus puertas, su caminar cambio, era más pausado, y con un gesto de alivio dejo caer relajadamente sus hombros y dejo muertos sus brazos. Con cierta tranquilidad dijo: “hermanos, otra vez juntos”. Reemprendiendo el camino, continuó por la senda principal, asfaltada pero agrietada. Desde ella se veía toda la calima a lo largo de la colina, y las cruces sobresaliendo por la altura como queriendo rozar el cielo. Apretó su capa contra su cuerpo, pues un escalofrió le asoló, y pensó: “estoy condenado a caminar eternamente”. Tras abrigarse, su mano fue directamente a retirar el pelo de su cara, unos mechones con puntas rubias que entorpecían su vista y estorbaban en sus ojos. Tras recogerlo detrás de la oreja, con un gesto femenino, miró más claramente, y sin bajar su brazo lo extendió con una languidez insólita, los dedos muertos rozaban todas las lápidas que se cruzaban en su camino; hasta que tocó una que hizo que diera un simple paso más y parara en seco. Algo pasaba, algo sucedía, había tenido un presentimiento, entonces retrocedió muy temerario, y con mas detenimiento levanto su capa y, arrodillándose, posó la mano en la tumba, y al no ver el nombre, miró mas abajo e intentó descifrar el mensaje que enmohecido estaba en el contorno de sus letras. Con el paso de un rato suspiró y pronunció con una voz muy suave: “la inmortalidad es un don que solo se les otorga a aquellos que viven en plenitud.” Entonces sus rodillas se abalanzaron hacia un lado y callo sentado, respiró profundamente y retiro las hojas que en el suelo se hallaban. Se llevó las manos a la cara y no pudo echar una lágrima cristalina, pero si hubiera tenido corazón estaría apenado. Hablando a la tumba o, más bien, al mensaje recitó en un tono de ofensa y lamento: “¿Quién fuera inmortal, quien viviera eternamente en esa espiral de juventud, fama, mujeres y dinero, verdad? Ser por siempre joven con tu bella forma física, la fama de ser conocido y temido por muchos, rodearte de las mujeres más hermosas y poseer todo el dinero que tu hipócrita vida pueda abarcar. Pues caballero usted sabrá que hace bien de estar en su ataúd. Al vivir en un cuerpo muerto la espiral cobra un doble filo que la vida no te otorga poder para ver. Mantienes tu forma física, envejeces, pero tu cara por siempre es la de un hombre de mediana edad sin posibilidad de cambiar, eso te hace fácilmente reconocible. Tu fama se convierte en respeto y temor, que hay que hacer latente con derramamientos de sangre. Las mujeres te desean por miedo, y saben que la belleza es un irresistible bocado para tus colmillos. El dinero no te hace falta pues por el día no eres nada, vives a la luz de la luna agonizante por ansiar más pero tú horario acaba al salir el sol”. Acabó de relatar su experiencia personal a aquel muerto y pensó: “no me oye, no perderé el tiempo con este putrefacto cadáver”. Y apoyando un pie sobre el suelo, puso sus manos sobre unas pequeñas flores que se hallaban muertas en el suelo, y aplastándolas se incorporó y azotando sus frías manos contra su capa de terciopelo, la limpió de pequeños grumos de arena húmeda. Agitando su pelo al viento, lo retiró de su cara, continúo hacia lo que parecía su destino, pero ahora él era quien lo forjaba en las hojas de la historia, pues estaba muerto. Caminando en su hogar, observaba la noche fría y solitaria en la que estaba preso y con un afligido respiro de insatisfacción, su caminar fue ralentizándose hasta parar en una fosa común de bebes, demasiado pequeños para estar consagrados a una religión. Acercándose a la placa del monumento, algo austero como podía ser una cuna vacía con unas rosas en los bordes y un ave custodiando la cuna en uno de sus mástiles decía así: “este ave guiara vuestras almas con sus majestuosas alas hasta las puertas de el cielo”. Una escandalosa risa despuntó en el silencio de aquel cementerio e hizo que los pájaros asustados de sus moradas salieran. El vampiro, que extendiendo sus brazos como si las estrellas quisiera rozar, escandalizó aquel momento y con una risa bastante tenebrosa, su semblante se llenó de odio y la oscuridad se cernió en ese momento hasta que calló, y de sus labios unas palabras cargadas de ira e incomprensión salieron que decían así: “el cielo no existe, el infierno no existe, solo existe en el corazón de cada persona. Si su vida fue dedicada al mal y a hacer sufrir a las personas deberá pagar por lo que hizo viendo el mal que causo desde el punto de vista de la persona a la que se lo causó solo así será un alma en pena y el que hizo el bien solo encuentra al otro lado descanso y una oscura confusión. Solo nosotros los hijos de la luna estamos muertos y vivos, solo nosotros existimos por un motivo, esto es nuestro purgatorio. Es una verdadera pena que vosotros, bebes, creáis en el cielo, vuestra bandera es la arrogancia”. Y acabando de dirigir esas palabras a ninguna parte, pausadamente fijó su vista en una tumba que resaltaba por sus coronas de flores y la limpieza con la que sus familiares la preservaban algo extrañado, y con la arrogancia de la que había tachado a esos niños, caminó con cierta prisa hacia esa tumba. Al llegar pudo observar unas preciosas letras negras con un aire gótico en las que se leía un apellido: “Lancaster” y un fecha que decía así: “10-9- 36/ 13-9-36”. Y una nota que hacia sus oscuros adentros leyó con la mirada: “fallecido demasiado joven para ser nombrado”. Y haciendo una introvertida reverencia hacia el monumento, dijo en tono apenado: “suerte en tu próxima vida”. Y caminando sin saber muy bien adonde, dando vueltas por los inmensos jardines de ese cementerio, pensó durante un buen rato: “¿Qué será lo que les seduce de la inmortalidad para querer tenerla?”. Tras mucho meditar, y sin ninguna solución en su cuadriculada mente, como una inspiración divina y acompañada de una brisa de agradable olor a rosas, una voz femenina y muy sensible se escondía el mensaje: “quizás sea que no duelen los golpes de la vida”. Entonces escapando de toda racionalidad, el vampiro, soltó una risa sarcástica y gritó mirando a todas direcciones sin ver nada. Debía de ser su conciencia la que hablaba: “el dolor de un golpe no me duele, pues mi cuerpo en cierto modo está muerto, pero me duele el alma por que estoy condenado a vivir una inmortalidad cuando solo deseo la muerte, todos estos hermanos querían ser yo y yo quería ser ellos. Porque estoy condenado a vagar por ciudades devastadas en las que un día hubo vida, y ahora solo se hallará muerte, porque estoy condenado a cabalgar con esta tierra hasta el fin del mundo, porque caminaré por calles en llamas, siendo yo el único que aun prevalezca en pie. Eso es dolor y no un disparo, los disparos son el alivio de una atormentada existencia. Cuando comienzas a comprender que solo la fría noche es tu compañera y entiendes que por siempre vagarás entre las sombras, no es dolor lo que exactamente asola tu alma, es… angustia, es como un tema tabú del que no queremos hablar pues siempre volvemos al mismo punto de dolor”. Reemprendiendo la marcha por tierra de muertos camino, entre brumas, una fría figura, singular entre los nichos, observó abobado que a la luna ya no le acechaban las tinieblas, y vio su resplandor reflejado en los charcos que el suelo dejaba a su paso. Entonces, inclinándose, del suelo recogió una pequeña malva que se hallaba suelta en medio del barro, en el que la arena se había convertido. Sosteniéndola entre sus manos, su cuerpo se levantó sin el menor esfuerzo, y dirigió su mirada a la luna cuando en un instante comprendió. De su boca una sonrisa rompió la seriedad del momento y contento, tramando algo, pronuncio: “quizás hoy vea amanecer”, y con un semblante mas contemplativo, caminó con su malva en la mano. Caminó por calles llenas de cadáveres en sus paredes, llenas de tumbas y sin cesar de mirar de un lado a otro, una destacó de entre las demás, e hizo que prestara mas atención en ella y decía así: “Alexander Swan, 1911-1934”, “muerto por amor”. Cerrando los ojos y posando una mano en la lápida, pudo tener recuerdos muy fugaces sobre lo ocurrido a Alexander. Cuando de vuelta a casa, abre la puerta y posa su sombrero de copa y su capa sobre el perchero, caminó con cansancio hacia el salón donde le esperaba su mujer, tras pasar la mañana enseñando a los pequeños hijos de la pareja modales en la mesa. Tras sobrepasar la puerta del salón, observó una escena un tanto dolorosa para su alma, como podía ser ver a su mujer besando a su compañero de trabajo: un simple becario al que había prestado atención para que aprendiera el oficio de aquella pequeña fábrica. Así veía recompensado el favor. Abandonando el salón, corrió apresurado a la cocina con los cristales de las gafas empañados por las lagrimas, y con demasiado nerviosismo intento acertar a abrir un cajón, pero no pudo. Sosegándose y respirando hondo, se quedó quieto un instante, lo suficiente como para escuchar en la lejanía: “me dijiste que no tenías marido, que estaba muerto”. Entre tanto, se oyó el correteo inocente de los dos hijos de Alexander por las escaleras, cuando de espaldas a él aparecieron con un pequeño oso de peluche abrazado entre sus brazos preguntando: “¿qué es lo que ocurre papa?”. Mientras, sacó un cuchillo y acercándolo a su cuello respondió: “nada, quered mucho a vuestra madre.”. Atravesando su yugular, un chorro a presión de sangre empapó las cortinas blancas a la tenue luz del candelabro que la cocina solo poseía. Y los niños espantados, gritando entre sollozos, vieron como el cuerpo sin vida de su padre calló al suelo empapado de sangre. Minutos después, apareció su mujer y, boquiabierta, calló de rodillas al suelo llorando, mientras el mayor de los hijos se abrazaba a su cuerpo desconsolado y decía: “papa dijo que te queramos mucho, mama.” Tiempo después, la mujer arrepentida observó la mar desde un acantilado al anochecer y decidió poner fin a su vida, dejando su cuerpo a merced del viento, se abalanzó y calló de cabeza ondeando su traje blanco hasta que su cuerpo se estampó contra las afiladas rocas y se fracturó en dos tiñendo la mar de un rojo carmesí hasta el alba. Esa sangre llego a las olas de la costa haciendo mal presagio de ello el pueblo que dos días después serian conocedores de la tragedia. “No se que quieres que te diga Alexander, todas las mujeres son así, yo en un tiempo estuve enamorado, pero tuve que hacer de su sangre mi alimento, pues por el día no era yo el que abrazaba su cuerpo pálido ni besaba sus labios sonrojados. Su última frase fue: “¿por qué me haces esto?” a la que no contesté viendo como de su boca emergía la sangre y la vida se iba apagando en sus ojos, hasta que muerta, su cuerpo dejó de convulsionar. Alexander, comprendo tu causa pero podría haber muerto ella sola”. “Suerte en tu próxima vida” era una frase que al vampiro le gustaba pronunciar sobre los cadáveres. Retirando la mano de la lápida, partió. Observando que la luna ya caía y el día empezaba a resplandecer se preguntó a su mismo: “¿cómo estando muerto y siendo superior a ellos e podido ser presa de un deseo tan humano como es querer lo que no tengo y cuando lo consigo no estar contento con ello y querer acaparar mas?”. Aproximándose a una llanura llena de césped, observó que más allá de las murallas del cementerio, los primeros rallos del sol daban paso a la luz, la luz que sentía en su corazón atormentado. Cayendo de rodillas, su cuerpo empezó a paralizarse hasta que no respondió y cayó sobre la hierba, inclinando su cabeza mientras un dolor invadía su cuerpo. Observó el amanecer que hacia tres siglos que no contemplaba y que daba alas a su alma para ser libre. Alzó su brazo casi muerto en una última esperanza, y lo dejó caer con la malva en su corazón y dijo: “nunca me arrepentiré aunque el dolor sea eterno” y observando la pequeña malva pensó que ya no tenía que envidiar a sus compañeros que se hallaban bajo tierra. Viendo la cara de todas las personas a las que había matado, no era un dolor físico el que le recorría por el cuerpo era el dolor de su conciencia, veía el mal que había causado, pero su corazón se rompió en mil pedazos cuando vio la cara de la que un día fue su novia. Y apenado pensó: “esto es el precio de la paz y el único modo de pagar por todos mis pecados”. Entonces, entre risas camicaces, su cara se quedó completamente parada con la boca abierta, como si algo le sorprendiera; pero en vez de ser él la muerte, la muerte le asoló a él, y quedando su cuerpo inerte calló. En ese cambio de vida a muerte mantuvo firme su mano sobre su pecho con la malva apretada entre sus dedos y pronunció en sus últimos delirios unas palabras que marcaron un antes y un después en su historia: “anhelada libertad, acógeme en tus brazos” y completamente pasó al otro lado donde el reposo eterno era su compañero y vio como un día fue, humano, solo en ese momento pudo romper a llorar y comprobar que su alma era libre. Pues señores, ese vampiro fui yo y ahora no se muy bien donde me encuentro pero no se siente dolor ni pena. ¿Qué es muerte sino paz? (Quizás luchemos por devolver a nuestra mente recuerdos que nunca quisiéramos volver a sentir, pero en algunos casos ¿porque añoramos dolores de un tiempo pasado? Es el dilema que plantea este relato en el que un vampiro intenta recordar todo lo que le impulsa a ser quien es y a actuar como actúa, rebuscando en las memorias de los difuntos intentando comparar su dolor y buscar semejanzas sin hallar resultado alguno. Otra de las cuestiones que se tratan es cuando la muerte no viene a recogernos y como instintivamente nos dirigimos a ella en contradicción a nuestra lucha por aferrarnos en la vida que se nos atribuye por naturaleza). Categoría:Vampiros
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