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  • Dieciséis tratados de locura, v. IX
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contenido
  • arío Shano se encontró corriendo tan rápido como le era posible. No sabía de qué huía o hacia dónde corría, pero tampoco le importaba. El deseo saturaba su mente. no le importaba nada en absoluto, excepto volar. Miró a su alrededor buscando algún punto de referencia, cualquier cosa con la que situarse o que pudiera utilizar como objetivo, pero sin éxito. Las monótonas praderas que atravesaba en su carrera se extendían hasta donde alcanzaba la vista. "Solo debo seguir corriendo", pensó. "Tengo que correr lo más rápido que pueda". Y así continuó corriendo, sin una meta a la vista o en su cabeza... A los pies de la cama donde Darío Shano reposaba tranquilamente se encontraban su señora Vaermina la Tejedora de Sueños, y el Dios Loco Sheogorath. Vaermina contemplaba orgullosa a su discípulo y se jactaba de su pequeña joya. "¡Tiene tanto potencial! A través de sueños inspiradores he cultivado su talento literario, y ya lo aclaman como un incipiente bardo y poeta. Obtendrá mucha aceptación antes de que me canse de él". Sheogorath también miraba al joven artista bretón y comprobó que realmente era famoso entre el resto de mortales. "Hmmm", reflexionó Sheogorath, "pero ¿cuántos odian a este mortal que has creado? Es el odio de los mortales lo que confirma la grandeza, no su amor. ¿Estás segura de que también puedes conseguir eso?" Vaermina frunció el ceño. "Eso es cierto, los mortales suelen ser estúpidos y mezquinos, y no hay duda de que desprecian a aquellos que muestran más audacia. No te preocupes, Lunático, tengo el poder de conseguir muchas formas de grandeza con este ser, y el odio es una de ellas". "Querida Tejedora de Sueños, ¿no sería divertido averiguar quién tiene ese poder? Inspira un estúpido y arrogante odio hacia este mortal durante diez años y después yo haré lo mismo. Veremos quién tiene un talento más eficaz sin ayuda ni interferencias de ningún otro daedra". En este punto, Vaermina se relajó y se deleitó confiada. "No hay duda de que el Dios Loco es poderoso, pero esta tarea es más adecuada para mis habilidades. Los mortales repelen la locura, pero pocas veces la consideran digna de su odio. Disfrutaré demostrándote que puedo extraer los terrores más sutiles del subconsciente de este mortal". De este modo, a los 19 años de edad, los sueños de Darío Shano comenzaron a cambiar. El miedo siempre había formado parte de sus noches, pero ahora había algo más. La oscuridad comenzó a arrastrarse por sus sueños, una oscuridad que absorbía todas las sensaciones y el color, dejando únicamente la nada. Cuando esto ocurría, Darío abría la boca para gritar, pero descubría que la oscuridad se había apoderado también de su voz. Lo único que le quedaba era el terror y la nada, y cada noche le embargaba una nueva noción de la muerte. No obstante, cuando se despertaba, el temor desaparecía, ya que confiaba en los designios de su señora. De hecho, una noche Vaermina en persona surgió de la nada. Se acercó a él para susurrarle al oído. "Permanece alerta, amado mío". Después, alejó el vacío y dedicó varias horas cada noche a revelar a Darío las perversiones más terribles de la naturaleza. Hombres despellejados y comidos vivos por otros hombres, bestias inimaginables de varias extremidades y bocas, poblaciones enteras ardiendo. sus gritos llenaban todas las noches. Con el tiempo, estas visiones atormentaron su alma y su trabajo comenzó a adoptar el carácter de las pesadillas. Reproducía en el papel las imágenes que se le revelaban cada noche, y la terrible crueldad y los vacuos salvajismos reflejados en su obra repugnaban a la vez que fascinaban al público, que mostraba su disgusto con cada detalle. Algunos disfrutaban abiertamente de este impactante material, y la popularidad que obtenía con unos únicamente alimentaba el odio de los otros, que lo aborrecían. Así continuó durante varios años, en los que la infamia de Darío aumentó constantemente. Entonces, a los 29 años de edad, sus sueños y pesadillas cesaron sin previo aviso. Darío sintió que le quitaban un peso de encima, ya que no tenía que soportar más aquellas torturas nocturnas, pero estaba confuso. "¿Qué es lo que he hecho para disgustar a mi señora?", se preguntaba. "¿Por qué me ha abandonado?" Vaermina nunca respondió a sus plegarias. Nadie respondió, y sus sueños inquietos desaparecieron para dar paso a noches largas y de profundo descanso. El interés por el trabajo de Darío Shano fue desapareciendo. Su prosa se volvió rancia y sus ideas no lograban provocar el impacto y el escándalo que antes conseguían. Cuando los recuerdos de su fama y de sus terribles sueños empezaron a desvanecerse, las preguntas que cruzaban su mente se convirtieron en resentimiento hacia Vaermina, su antigua señora. El resentimiento se convirtió en odio, y este en burla que, con el tiempo, se volvió incredulidad. Poco a poco se fue convenciendo: Vaermina nunca le había hablado, sus sueños eran simplemente el producto de una mente enferma que se había curado sola. Su propio subconsciente le había engañado, y acabó abrumado por el enfado y la vergüenza. El hombre que anteriormente había hablado con una deidad se encaminó con paso firme hacia la herejía. Con el tiempo, toda la amargura, la duda y el sacrilegio se concentraron en Darío hasta dar lugar a una filosofía creativa que iba hilando todos sus trabajos posteriores. Desafió a los mismos dioses, así como al infantil público y al estado corrupto que les rendía pleitesía. Los ridiculizó constantemente con perversas caricaturas, sin que se salvase ninguno. Los desafió públicamente para que lo destruyeran si acaso existían, y los ridiculizó cuando no le dieron su merecido. A todo esto, la gente reaccionó con una indignación mucho mayor que la que habían mostrado ante sus trabajos previos. Anteriormente, su carrera únicamente había ofendido la sensibilidad, pero ahora estaba atacando directamente el corazón de la gente. Su trabajo aumentó en tamaño e intensidad. Templos, nobles o plebeyos, todos eran objeto de su escarnio. Finalmente, a los 39 años de edad, Darío escribió una obra titulada "El tonto más noble" en la que ridiculizaba al dios emperador Tiber Septim por haber entrado en el patético culto a los Nueve Divinos. El rey de Daenia, que había sido su objeto de humillación en el pasado, vio entonces su oportunidad y le acusó de sacrilegio contra el Imperio. Darío Shano fue ejecutado con una espada ceremonial frente a los vítores de cientos de personas. Sus últimas y amargas palabras las pronunció entre borbotones de su propia sangre. 20 años después de su apuesta, Vaermina y Sheogorath se reunieron frente al cadáver degollado de Darío Shano. La Tejedora de Sueños ansiaba este encuentro, pues llevaba años esperando echarle en cara al príncipe daédrico que no hubiera actuado. "Me has decepcionado, Sheogorath. Yo cumplí mi parte del trato, pero durante tus diez años nunca entraste en contacto con el mortal. ¡No te debe nada de su grandeza, ni a ti, ni a tu talento, ni a tu influencia!" "Eso es una tontería", graznó el Dios Loco. "¡Estuve a su lado en todo momento! Cuando acabó tu tiempo y comenzó el mío, tus susurros al oído se transformaron en silencio. Rompí su vínculo con aquello que le aportaba consuelo y significado, y negué la atención que tan desesperadamente necesitaba la criatura. Sin su señora, el carácter de este hombre pudo madurar en el resentimiento y el odio. Ahora, su amargura es completa e, invadido por la locura que espoleaba su venganza, me alimenta en mi reino como sirviente eterno". Sheogorath se volvió y habló hacia el espacio vacío a su lado. "La verdad es que Darío Shano fue un mortal glorioso. Despreciado por sus iguales, sus reyes e incluso por los dioses de los que se burlaba. Como pago por mi éxito, aceptaré sesenta seguidores de Vaermina a mi servicio, y los soñadores se despertarán a la locura". Y así fue como Sheogorath enseñó a Vaermina que sin locura no hay sueños y, por tanto, no hay creación. Vaermina nunca olvidará esa lección.
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  • Relato de Vaermina
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