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  • Relato Oficial Arlequines: El Príncipe del Sol
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  • El mundo se tornó truenos y llamas ruando la artillería humana abrió fuego. La tierra suelta saltaba por los aires, y el silbido de la metralla era ensordecedor. En medio de aquella descarga el Príncipe del Sol corría a toda velocidad, flanqueado por sus camaradas de la Luz. La devastación era inconmensurable, y el bombardeo sensorial, apabullante. Pero el Príncipe del Sol seguía adelante, pues parar equivalía a morir. En torno a él centelleaban y titilaban los campos dominó del resto de la Troupe, reduciéndoles a meros haces de luz en la visión periférica del Príncipe.
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  • El mundo se tornó truenos y llamas ruando la artillería humana abrió fuego. La tierra suelta saltaba por los aires, y el silbido de la metralla era ensordecedor. En medio de aquella descarga el Príncipe del Sol corría a toda velocidad, flanqueado por sus camaradas de la Luz. La devastación era inconmensurable, y el bombardeo sensorial, apabullante. Pero el Príncipe del Sol seguía adelante, pues parar equivalía a morir. En torno a él centelleaban y titilaban los campos dominó del resto de la Troupe, reduciéndoles a meros haces de luz en la visión periférica del Príncipe. Las explosiones seguían sacudiendo el suelo y el Arlequín oyó un breve grito a su derecha cuando un disparo afortunado acertó a un compañero de Troupe. ¿Habría sido el Espadachín Llameante o el Bruto de Commorragh? Poco importaba, ya estaba muerto. Por otra parte, la ilusión de superioridad de los humanos quedaría hecha pedazos en cualquier momento. El saedath del Engaño de Vaul precisaba de un señuelo, y ese era la Troupe del Príncipe del Sol. Pero sabía lo que sucedería a continuación y le llenaba de júbilo. El Príncipe del Sol vio aparecer a los Tejedores del Vacío de su Mascarada, aullando sobre las colinas, justo a tiempo para dar la réplica. Las cañoneras, desdibujadas por la luz caleidoscópica, abrieron fuego con todas sus armas contra los tanques de artillería imperial. Un cañón de disrupción alcanzó de lleno al primero de los toscos vehículos humanos y la energía electromagnética iluminó su casco de repente. Saltaron chispas del revestimiento metálico del tanque, a lo que siguió una violenta explosión que lanzó al vehículo por los aires, volcándolo. El Príncipe del Sol observó como el largo cañón del tanque se doblaba al caer el vehículo sobre él, un instante antes de que una segunda explosión más violenta aniquilase a la máquina junto con su tripulación. Los otros dos tanques de la batería sufrieron un destino similar, ráfagas prismáticas abrieron sus cascos blindados y los disparos shuriken destrozaron a sus tripulantes. Los Tejedores del Vacío se alejaron, dejando tras de sí mera chatarra en llamas. La Troupe de la Luz aún corría a tumba abierta por aquel campo de muerte en dirección a las trincheras imperiales. Las salvas de disparos láser hendían el aire, pero las holopantallas, sumadas al desconcierto provocado por la súbita destrucción de la artillería, provocaron que los disparos errasen el blanco. El Príncipe del Sol sonrió tras su máscara al ver cómo los humanos abrían los ojos aterrados. Un instante después saltó, una última ráfaga de láser persiguió su difusa estela, y cayó en medio de los humanos. El primer enemigo murió sin percibir el peligro, con la espada del Príncipe del Sol atravesándole la cuenca de un ojo y traspasándole el cráneo. El segundo hombre le acometió con su bayoneta, pero el Príncipe del Sol se hizo a un lado grácilmente. Al hacerlo, la Viuda Carmesí entró en escena y su Beso del Arlequín se clavó en el pecho del humano, cuya vida acabó entre regueros de sangre y alaridos. Los shurikens silbaban y los neurodisruptores destellaban mientras los Arlequines despachaban a sus enemigos. La batalla componía una sinfonía de muerte en la mente del Príncipe del Sol. Segundos después, el sonido estridente de los motores anti-gravitatorios se sumó al acompañamiento y los Tejedores de Estrellas hicieron su aparición. El resto de la Mascarada, pensó el Príncipe, emergía de la Telaraña para unirse a la batalla. Su Troupe y los Tejedores del Vacío de apoyo habían mostrado la espada falsa y ahora que el torpe ejército humano se movilizaba para responder a la amenaza, el resto de la Mascarada caería sobre él y lo destruiría en el acto. Oteando por encima de la línea de trincheras, más allá de los cadáveres enemigos destrozados, el Príncipe del Sol contempló cómo una flotilla de Tejecielos daba una pasada sobre las líneas humanas. El siseo de sus tredalil llenó el aire. Las explosiones se sucedieron, y otro grupo de soldados imperiales que se apresuraban a repeler a la Troupe de la Luz quedó convertida en guiñapos sanguinolentos. El Príncipe oía el crescendo de la matanza en torno a él y, soltando una risotada llena de rencor, avanzó de un salto para volver a la reyerta una vez más.
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