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| - Cuenta la leyenda que existió hace ya muchísimo tiempo en una pequeña aldea que albergaba gente muy humilde y trabajadora una niña llamada Anna. Todos los días Anna se levantaba desde muy temprano por la madrugada a ayudar a su madre en los quehaceres de la casita de barro y madera que estaba construida junto a las demás que de por sí no eran muy diferentes en apariencia a ésta, casita en la que Anna vivía. Puesto que su padre era campesino y por ende vivía más en los campos de cultivo cosechando que en su propia casa con su hija y su mujer, Anna decide una mañana a eso de las diez preparar su mochilita con agua y algo de pan para llevarle a su padre. A esa hora del día todos los hombres de la aldea estaban partiéndose el lomo para llevar comida a la mesa de sus hogares, todo estaba en completo silencio, las mujeres dedicaban a tejer o preparar el almuerzo a sus esposos que iban regresando de la jornada laboral al rato. Anna era una niña muy ingenua pero dueña de sus propias decisiones y se toma a la tarea de arreglárselas para salir de la aldea sin que nadie se percatara de ello ni siquiera su madre que lavaba ropa en un río cerca de susodicha aldea. La niña sale corriendo por el camino que ya bien marcado estaba de las pisadas de todos aquellos hombres que salían desde muy temprano, antes de salir el sol. La niña corre y corre imaginándose la cara de felicidad que pondrá su padre al verla llegar a ella con comida y algo de beber. Después de un buen tiempo de haber caminado en línea recta por entre el paisaje y bosque Anna llega a una inmensa llanura completamente desierta, se detiene por un momento pensando en que probablemente se ha perdido, por un giro del destino al mismo tiempo en que Anna imaginaba abrazando a su padre voltea a mirar hacia atrás muy lentamente, la niña de repente queda sin fuerzas para seguir respirando, sus ojos crecen al doble de tamaño y de ellos comienzan a derramarse quebraderos de lágrimas a montones, su pequeña boquita en forma de o empieza a temblar cada vez más fuerte, su piel se estremece y ella palidece ante el aberrante espectro que tiene en frente. A tan solo un centímetro de su rostro Anna contempla la cosa más asquerosa, putrefacta y perfectamente diabólica que jamás haya podido pisar la faz de la Tierra mirándola fijamente a los ojos, esa cosa tenía ojos enormes y bien redondos de los que brotaban sangre y pus a borbotones. Su piel era como de una anciana de ochenta años y su cuerpo como el un orangután, piel de color negro brillante que parecía moverse por sí sola escurriéndose entre el insoportable hedor de sus extremidades. La criatura tenía bocas de personas por todo el cuerpo que sobresalían y comenzaban a clamar por ayuda. Anna comienza a gritar como si estuviera siendo masacrada o torturada con fuego, de repente ella se da cuenta que ya no tiene voz por más que quiere hacer ruido no lo logra y todo vuelve a quedar en completo silencio de nuevo. La demoniaca criatura aún sigue mirándola como si nunca hubiera visto a una pobre niña asustada, medio gira su cabeza hacia la izquierda y con la misma voz de Anna le pregunta: ¿Por qué estás tan feliz? Al cabo de un buen tiempo por el mismo camino regresaban los trabajadores exhaustos y conversando sobre todo, no prestaron atención a qué había allí en el suelo cuando de pronto uno de ellos tropieza con algo y cae. El grito de aquel hombre fue tan devastador que todos los demás de inmediato giraron para ver lo que era a Anna desmembrada en el suelo con moretones y rasguños por todos lados, cubierta por su mismo cabello en todo su cuerpo, toda entre la sangre y las moscas que ya habían rodeándola, su boca había sido arrancada sin más de su rostro en vez de ella la pobre Anna tenía una sonrisa postiza de cabello. El padre de Anna se desmaya y de inmediato todo el pueblo se entera de la desgracia. Se dice que con el paso del tiempo la criatura continuó asechando por las llanuras solitarias en busca de personas que pasaran por allí riéndose. La criatura se conoce como Birú, así la llamaron testigos posteriores.
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