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  • Relato Oficial Necrones: Juegos ocultos
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  • En el espacio profundo, a veinte años luz del sistema estelar más próximo, se encuentra el Mundo Astronave de Alaitoc siguiendo silenciosamente su trayectoria. Compuesto por kilómetros y kilómetros de flotante hueso espectral y de brillantes cúpulas y altísimas agujas, su tamaño real solo podría adivinarse comparándolo con la escolta de naves que lo acompaña. Incluso los potentes Rondadores parecen peces diminutos junto a un leviatán. Fue una de las últimas fortalezas de una raza moribunda, aunque los Eldars de Alaitoc no están dispuestos a rendirse y, en el interior de su Cámara Estelar secreta, toman medidas para rechazar otra amenaza para su raza.
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  • En el espacio profundo, a veinte años luz del sistema estelar más próximo, se encuentra el Mundo Astronave de Alaitoc siguiendo silenciosamente su trayectoria. Compuesto por kilómetros y kilómetros de flotante hueso espectral y de brillantes cúpulas y altísimas agujas, su tamaño real solo podría adivinarse comparándolo con la escolta de naves que lo acompaña. Incluso los potentes Rondadores parecen peces diminutos junto a un leviatán. Fue una de las últimas fortalezas de una raza moribunda, aunque los Eldars de Alaitoc no están dispuestos a rendirse y, en el interior de su Cámara Estelar secreta, toman medidas para rechazar otra amenaza para su raza. El Vidente Alladrios Kulcassian era anciano incluso para los cánones de la raza Eldar, pero había llegado a la Cámara Estelar para ser uno con el Circuito Infinito y para que su mente caminase entre los espíritus que habían conocido la belleza de los planetas natales de los Eldars y el horror de su Caída. La presencia de aquellos Eldars transmitía un aura de tragedia que conmocionó a Alladrios. Solo debido a la necesidad más imperiosa fue posible comulgar con ellos y solo allí, en la soledad de la Cámara Estelar, donde se encontraba a salvo del Gran Enemigo y tenía la certeza de que lo que oía y veía era cierto. Con estudiada gentileza, Alladrios sacó una joya espiritual del interior de su túnica y la puso sobre un pedestal de cristal. La piedra se dispuso sobre un soporte eléctrico que llevaba inscrito el símbolo del Clan Kulcassian. Alladrios llevaba una igual sobre su pecho; la otra había pertenecido a su hermana. Estaba vacía, pero le servía para acordarse de ella y para recordar también la abominación que le dio caza. No encontraría en el Circuito el espíritu de su hermana. Durante unos breves instantes previos a su inmersión en el Circuito Infinito, Alladrios meditó para purgar su mente de todo pensamiento excepto del viaje que dbía iniciar. Durante siglos, los Videntes Eldars habían temido a los asesinos Culexus, los asesinos de psíquicos. Los Culexus anulaban a los psíquicos y eran portadores del gen Paria, un rasgo que debilitaba a los psíquicos que se encontrasen cerca de ellos. Constituía una fuente de vergüenza y terror para su raza que las mayores mentes Eldars pudieran ser cazadas y destruidas. Ninguna piedra había quedado sin levantar en la búsqueda de la guarida de estas abominaciones, búsqueda que había coordinado Alladrios. Ahora, la búsqueda parecía haber concluido. Con calma, intentó apartar su anhelo y nerviosismo y, con un suave empujón psíquico, proyectó su consciencia y su alma sobre la joya espiritual que actuaba como intermediaria con el Circuito Infinito del Mundo Astronave. La mente de Alladrios viajó por el Circuito Infinito notando a su paso que una miríada de espíritus de su Mundo Astronave habían recorrido aquel trayecto para encontrar un Circuito Infinito conectado a la Matriz Eterna. El viaje no era fácil, pues estaba saturado por la presencia de amigos y camaradas muertos hacía tiempo, pero Alladrios continuó, guiado por su solemne sentido de la determinación. De repente, su consciencia se zambulló en el Circuito Infinito del Legado de Eldanesh, un Crucero clase Sombra que operaba alejado del túnel de la Telaraña más próximo. Incluso mientras Alladrios se conectaba con él, sintió el terror que impregnaba cada joya espiritual y cada alma viviente a bordo de la nave. El espíritu de Erannion, el decimoséptimo maestro del Legado de Eldanesh, le reconoció. La comunicación resultaba difícil, puesto que Erannion y los demás tripulantes del Legado, vivos o muertos, estaban asustados, paralizados por el horror que producía lo que habían encontrado. Alladrios alcanzó con suavidad, mediante el hueso espectral, los instrumentos del crucero y encontró rápidamente lo que buscaba. En el exterior, aún distante, había un planeta que durante largo tiempo había permanecido en el espacio profundo debido a la muerte de su sol. El planeta huérfano había errado por el pozo gravitatorio de la singularidad que, aunque no fue lo suficientemente fuerte como para absorberlo, sí lo fue para cambiar su curso; de forma que, gradualmente, el planeta retrocedió en su ángulo de trayectoria dirigiéndose hacia el centro de la galaxia. Alladrios trató de girar el ojo de su mente en busca de este planeta, pero no pudo hacerlo. En la Cámara Estelar, el cuerpo de Alladrios temblaba de forma incontrolable. En el Circuito Infinito del Legado de Eldanesh su mente y su alma luchaban contra aquella necesidad aplastante de huir, de regresar a la seguridad de su propio cuerpo bajo la protección de la Cámara Estelar para no volver a mirar en el interior de aquel planeta huérfano de nuevo. El planeta representaba un vacío para él. Normalmente, el ojo de su mente podría ver más allá de lo mundano, revelando pasado, presente y futuro como un panorama de posibilidades. Podía contemplar el aura de los seres vivos y también los espíritus de los que acababan de morir. Podría ser testigo de las intenciones, ambiciones, esperanzas y miedos, todo ello reflejado en la Disformidad. El planeta exiliado era una roca y no reflejaba nada en la Disformidad. Al observarlo, parecía como si, de repente, el universo se hubiese vuelto monocromo y exento de todo ruido. Alladrios tuvo entonces la certeza de que su búsqueda estaba próxima a su fin. Este era el planeta que había buscado durante todo este tiempo. Y en algún lugar, probablemente bajo su superficie, se encontraba el Templo Culexus. Durante su larga odisea, Alladrios había soñado con reducir a escombros esta guarida de monstruos: por fin había llegado el momento, y esperaba que el entrenamiento y la disciplina de la Senda del Vidente guiasen sus acciones. Antes de emprender una acción irrevocable, siempre debía considerar sus consecuencias. Sus poderes precognitivos le llevaron a través de los caminos del destino para examinar las posibles consecuencias que conllevaría la destrucción de aquel planeta huérfano. Esperaba poder contemplar una edad libre de miedos, símbolo de la confirmación del camino que había seguido. Con impaciencia, proyectó sus pensamientos a través de más de una docena de posibles futuros alternativos tras la destrucción de los Culexus, pero el único resultado común a todas las visiones eran las torres derruidas de Alaitoc con sus cúpulas destrozadas y ardiendo en el espacio. Durante un largo instante agónico, en el Circuito Infinito del Legado de Eldanesh resonó su grito de rabia y aflicción. Los Eldars habían vivido con pena desde la Caída. Comparado con aquello, Alladrios supo que lo que él sentía era tan solo su propio orgullo frustrado. Procuró conservar la calma y renunció al trabajo de siglos por el bien del futuro. Mediante una palabra dirigida a la tripulación, el Legado de Eldanesh dio una vuelta completa y, con cada minuto, el sentimiento de miedo que atenazaba a la tripulación fue desapareciendo. Pero ni ellos ni Alladrios se atrevían a mirar atrás. Un escalofrío recorrió la Cámara Estelar mientras Alladrios volvía a su cuerpo; era mucho más que simple sudor frío lo que le atenazaba: un fino revestimiento de cristal se había deslizado por sus brazos. Había permanecido fuera de su cuerpo durante demasiado tiempo y necesitó toda su fuerza de voluntad para poder recobrarse, por lo que tiró con todas sus fuerzas desde el borde del lugar al que él mismo se había lanzado. Mientras el enrejado de cristal se desvanecía hasta adquirir el color de la carne pálida, Alladrios analizó lo que había visto. ¿Cómo podía ser que la destrucción del templo de los Mon-keigh destruyese Alaitoc? Si la destrucción de Alaitoc estaba al alcance de los imperiales, ya la habrían llevado a cabo por un mero odio fruto de la ignorancia. La respuesta debería hallarse en los orígenes de los Culexus. Alladrios había caminado a través de muchas sendas en su vida y conocía los secretos que eran únicamente dominio de la Biblioteca Negra. Había meditado sobre los misterios y enigmas que le habían sido revelados por los suyos en el interior del Circuito Infinito hasta que la leyenda ancestral cobró sentido. Mucho tiempo atrás, antes de la Caída, los Mon-keigh no eran nada; solo cómicas bestias arborícolas que formaban parte del ecosistema de su planeta, sin que los Ancestrales les ofreciesen un papel relevante. Esta situación fue antes de que la Guerra de los Dioses entre los C'tan y los Ancestrales, apoyados por sus razas sucesoras, hubiese consumido prácticamente la galaxia. Muchos planetas fueron devastados por este conflicto y llevó mucho tiempo reconstruirlos. Durante este vacío de poder, las creaciones menores de los Ancestrales, como los Mon-keigh, se desarrollaron de forma impredecible. La evolución elemental convirtió a estas ruidosas pero inofensivas bestias en una forma de vida que ahora ha infestado un millón de planetas. Los Eldars les habían permitido desarrollarse quizá por ser reticentes a dañar lo poco que quedaba de vida; pero otros no lo eran. Las leyendas dicen que los Devorados habían llevado a cabo una terrible cosecha en épocas pasadas. Ahora esa cosecha estaba madurando y los cosechadores preparándose.
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