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La Canción de la Ponzoña, libro VII
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riffith se encontraba en los parapetos de Barysimayn y pensaba en el volcán. Las metáforas que los poetas usaban resultaban bastante insípidas desde su punto de vista. "Una herida supurante", podía llamárselo, por su lava, como la sangre. "Rey de Ceniza" también podía valer, cuando uno miraba la perpetua corona de humo. Aun así, ninguna metáfora podía, ni mucho menos, por cuanto sabía, transmitir toda la grandeza de la montaña. La Montaña Roja estaba a muchos kilómetros de distancia de la fortaleza y, pese a ello, cubría por completo el horizonte. Sin embargo, antes de que pudiera sentirse demasiado pequeño, oyó cómo lo llamaban desde el interior. Era un consuelo pensar que, aunque fuera insignificante comparado con la montaña, todavía tenía cierto poder e influencia. -General Indoril-Triffith -dijo el comandante Rael-. Hay problemas en la puerta este. Los problemas eran poco más que una escaramuza. Un cenicio borracho, quizá de shein, había empezado a pelearse con los guardias de la casa en la puerta trasera. Cuando intentaban expulsarlo, se habían unido sus primos y, en un abrir y cerrar de ojos, había seis cenicios juntos peleando contra una docena de guardias de Triffith. Si los n'wah no hubieran ido bien armados, la lucha podía haber acabado tan rápido como empezó. Como ese no era el caso, cuando el general llegó con más guardias, dos de los cenicios estaban muertos y los demás habían huido. -Es el humo en sus seseras -Rael se encogió de hombros-. Los vuelve locos. Triffith subió de nuevo las escaleras y volvió a su habitación para vestirse para la cena. El general Redoran-Vorilk y el consejero Hlaalu-Nothoc llegarían muy pronto para discutir los planes del Templo para la reorganización de las tierras de las Casas de Morrowind. A El Duelo se le iba a cambiar el nombre por Almalexia. Iban a construir una nueva gran ciudad en honor a Vivec, ¿pero con el oro de quién? Le daba dolor de cabeza. Había tantos detalles, una noche entera de discusiones, amenazas y compromisos lo aguardaba. Estaba tan absorto que estuvo a punto de ponerse las ropas de su Casa al revés. Tampoco vio la oscura figura que salió a hurtadillas de detrás del tapiz y cerró la puerta del dormitorio. No fue hasta que oyó el sonido del picaporte que se dio la vuelta. -Te has colado mientras estaba distraído con el alboroto de la puerta trasera. Muy astuto, Tay -se limitó a decir-. ¿O ahora te haces llamar Dagoth-Tython? -Tú ya deberías conocer todos mis nombres -gruñó el joven, desenfundando la espada-. Me llamaba Tython antes de que matarais a mi familia y quisierais hacer desaparecer a mi tribu. Me llamaba Tay cuando me llevasteis a vuestra Casa para envenenarme contra mi propia gente. Ahora puedes llamarme "Venganza". Llamaron a la puerta. Tython y Triffith no apartaron los ojos el uno del otro. Los golpecitos se convirtieron en porrazos. -General Indoril-Triffith, ¿estás bien? ¿Ocurre algo? -Si vas a matarme, chico, mejor que lo hagas rápido -gruñó Triffith-. Mis hombres habrán derribado esa puerta en dos minutos. -No me digas qué tengo que hacer, "tío" -Tython negó con la cabeza-. Ya tengo la canción de mis antepasados para instruirme. Y me dice que a mi padre le hiciste rogar por su vida antes de matarlo. Yo quiero verte haciendo lo mismo. -Si tus antepasados tanto saben -sonrió Triffith-, ¿por qué están todos muertos? Tython emitió un ruido inhumano desde el fondo de la garganta. La puerta empezó a combarse por los porrazos, pero era recia y estaba bien fijada. La estimación general de una esperanza de vida de dos minutos parecía errónea a todas luces. Los porrazos cesaron de repente. Una voz familiar sustituyó a esos ruidos. -Tay -lo llamó Baynarah-. Escúchame. -Justo a tiempo de oír a tu tío rogar por su miserable vida, prima -Tython sonrió burlonamente-. Temía que llegaras demasiado tarde. El siguiente sonido que oigas será el estertor mortal del hombre que esclavizó a mi Casa. -La Canción es lo que te esclavizó, no el tío Triffith. No puedes fiarte de ella, te está emponzoñando. Primero dejó que la loca anciana te manipulase y ahora lo hace esa malvada bruja de Acra que dice ser tu hermana. Tython acercó la punta de la espada hasta tocar la garganta del general. El hombre, más anciano, se echó hacia atrás y Tython avanzó. Sus ojos recorrieron su brazo hasta la empuñadura de la espada. El anillo de plata de Dagoth atrapó la luz roja del volcán que llegaba de las almenas que había tras la ventana. -Tay, por favor, no hagas daño a nadie más. Te lo ruego. Si me haces caso y olvidas la canción por un instante, te darás cuenta de lo que es correcto. Te amo -Baynarah contuvo sus sollozos para mantener la voz clara y calmada. Se oyó un ruido en el hueco de la escalera, detrás de ellas. La guardia del general había llegado por fin con un ariete. La puerta se astilló y reventó con el segundo embate. El general Indoril-Triffith se estaba cogiendo la garganta con la mano y mirando por la ventana. -¡Tío! ¿Estás bien? -Baynarah corrió hacia él. El hombre asintió con la cabeza lentamente y apartó la mano. Solo tenía unos rasguños en el cuello-. ¿Dónde está Tay? -Ha saltado por la ventana -dijo Triffith, señalando a lo lejos, donde una figura montada en un guar iba hacia el volcán-. Creí que iba a matarse, pero tenía una escapatoria pensada. -Lo cogeremos, señor general -dijo el comandante Rael, mientras indicaba a los guardias que subieran a las monturas. Baynarah los vio partir, besó a su tío rápidamente y corrió a buscar su guar, que estaba en el patio. El sudor empapaba el cuerpo de Tay a medida que se acercaba cabalgando a la cumbre de la Montaña Roja. Al guar le costaba respirar y avanzaba más despacio todavía, profiriendo pequeños gruñidos de protesta por el calor. Finalmente, desmontó y empezó a trepar por la superficie vertical. La ceniza caía por la ladera del volcán y se le metía en los ojos. A ciegas, le resultaba casi imposible ignorar las notas persistentes y clamorosas de la canción. Una brillante corriente de lava carmesí cuajada de formaciones cristalinas emergió a unos cuantos metros de allí, lo bastante cerca de Tay como para que este sintiera que el cuerpo se le empezaba a quemar y llenar de ampollas. Se alejó de la lava, y vio una figura surgir del humo. Era Baynarah. -¿Qué haces, Tay? -gritó para imponerse al aullido del volcán-. ¿No te he dicho que no escucharas la canción? -¡Por primera vez, la canción y yo queremos lo mismo!- gritó él-. ¡No puedo pedirte que me olvides, pero trata de hacerlo! Trepó más, hasta que Baynarah lo perdió de vista. La chica lo llamó por su nombre, gritando, escalando las rocas hasta que se encontró cerca del cráter abierto. Olas de bullente gas saltaban por encima de ella, y se puso de rodillas, jadeando. A través de las ondulaciones de los vapores venenosos, vio a Tay en la boca del volcán. Las llamas brotaban de su ropa y de su cabello. Se volvió hacia ella un instante y sonrió. Y entonces saltó. Estupefacta, Baynarah comenzó el largo y traicionero descenso del volcán. Empezó a pensar en los proyectos que tenía. ¿Tenía suficientes provisiones en su hogar de Gorne para la reunión de las Casas? Los consejeros iban a quedarse allí semanas, meses quizás. Había mucho trabajo que hacer. Lentamente, mientras bajaba, empezó a olvidar. No duraría mucho, pero era un comienzo. Dagoth-Acra se encontraba todo lo cerca posible de la boca del volcán, entrecerrando los ojos por las cenizas, empapada por el calor. Lo contempló todo, y sonrió. En el suelo estaba el anillo de plata con el sello de la casa Dagoth. Tython había sudado tanto que se le había caído del dedo. La mujer lo cogió y se lo puso. Mientras acariciaba su vientre, oyó cómo comenzaba un nuevo estribillo de la Canción de la Ponzoña de Morrowind.
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La Canción de la Ponzoña por n20: Libro VII
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·Casa de Alor de Roca del Cuervo, en una estantería.
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