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Caída de los Señores de Gardinaal
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No debe suponerse, a pesar de la propaganda perpetrada sobre todo por los Rememoradores encargados de promocionar la Verdad Imperial, que la anexión, forzada o voluntaria, de los dispersos reinos de la Humanidad aislados durante la Era de los Conflictos fue fácilmente lograda, incluso al emplear el poder de las Legiones Astartes. Por cada mundo de humanos reducidos a bárbaros ignorantes que eran devueltos a la civilización, había otro brutalmente esclavizado por un vil opresor alienígena que no entregaría su presa sin un gran derramamiento de sangre. También había muchos mundos humanos, algunos de los cuales dominaban hasta pequeños imperios interestelares, que se resistieron a la Verdad Imperial por miedo, fanatismo o arrogancia, y entre ellos unos cuantos poseían una fuerza militar considerable, suficiente para frenar a la Gran Cruzada. Uno de estos era Gardinaal, un imperio solar situado en el borde del Dominio de las Tormentas al este galáctico. Compuesto por once planetas habitados, y fortalecido por haber conservado una gran industria a lo largo de la Era de los Conflictos y por tener una belicosa aristocracia militar, fue considerado un trofeo digno de ser incluido intacto en el Imperio, pues sus extensas y bien equipadas fuerzas serían una adición ideal para el Ejército Imperial. Por eso la negociación fue considerada el primer paso a tomar, y una delegación completa acompañada por una guardia de honor de los Mil Hijos fue enviada. Al principio las conversaciones fueron prometedoras, pero pronto degeneraron y la postura de los Señores de Gardinaal se volvió obstructiva y parsimoniosa, alargando lo que los emisarios imperiales se convencieron de que era un intento deliberado de retrasar la invasión mientras preparaban sus propios ejércitos. Cuando el destacamento de los Mil Hijos detectó un intento de subvertir a los emisarios mediante el uso de brujería psíquica, intervinieron masacrando rápidamente a la delegación de Gaardinal, lo que permitió a la expedición imperial huir del territorio enemigo y llevar la noticia de la traición al Imperio. La guerra fue por tanto inevitable, y la 413ª Flota Expedicionaria bajo el mando del Señor Ulan Cicerus y su 25º Capítulo de la Legión de los Ultramarines, un fuerte núcleo de Soldados Imperiales de los Hombres de Armas Marneanos y los Peltastas Serránicos, y una demi-legión de la Legio Atarus (los Marcas de Fuego) fueron enviados. Aunque inicialmente lograron tomar los mundos exteriores de Gardinaal e imponerse rápidamente en el espacio, estableciendo un bloqueo y aislando al resto de todo apoyo mutuo, la invasión de Gardinaal Prime sería desastrosa. Para los Ultramarines, el objetivo era conquistar el planeta causando el mínimo daño colateral. Aplicando una táctica estándar de identificación y decapitación de los líderes militares y ocupación de la sede local del poder, la cabeza de puente de la invasión se establecería en los barrios periféricos de la capital fortificada del planeta. Allí el Ejército Imperial rodearía y asediaría la ciudad, permitiendo que los Titanes rompiesen sus defensas y los propios Ultramarines llevasen a cabo el ataque final al asalto. Era un plan de ataque que había funcionado en centenares de mundos, pero aquí fracasó. El desembarco se hizo con rapidez, pero pronto el Ejército Imperial se vio bajo fuego intenso cuando el enemigo utilizó en grandes cantidades unas potentes aeronaves atmosféricas nunca antes vistas para atacar y bombardear las zonas de desembarco, y un renovado fuego antiaéreo hizo retirarse a las naves de desembarco imperiales. La idea de que la facilidad para desembarcar había sido un engaño para atrapar al invasor fue confirmada cuando los Señores de Gardinaal continuaron el contraataque desplegando centenares de tanques y transportes blindados de tropas, claramente variantes locales de las PCE del Predator y el Rhino armadas con cañones de partículas cargadas. Viendo el sangriento cenagal que había surgido en la superficie, Cicerus, viendo venir que perdería por completo al grueso de su contingente del Ejército Imperial y de su equipo de asedio de un solo golpe, decidió rodear a las fuerzas de Gardinaal con sus Ultramarines y los Titanes de los Marcas de Fuego, desembarcándolos directamente en los flancos de la batalla con la esperanza de aplastar el contraataque entre los refuerzos recién llegados. Pero esto también resultó en derrota, pues el enemigo respondió con una carencia total de piedad y desató bombardeos de saturación con toscas pero efectivas cabezas nucleares sin preocuparse de las bajas que causaba a sus propias tropas ni del daño que hacían a su propio mundo. Estos ataques atómicos fueron seguidos por el asalto de docenas de máquinas blindadas cuadrúpedas del tamaño de Titanes de Exploración, todas capaces de rivalizar con los dioses-máquina de la Legio Atarus y muy superiores en número a esta. Tras varias horas de lucha sangrienta y desesperada, los restantes Ultramarines y Titanes fueron rechazados y obligados a retirarse del planeta, pues seguir luchando hubiera supuesto una derrota absoluta. Casi la mitad de la demi-legión de Titanes se había perdido y las bajas de los Ultramarines eran igual de graves, pero lo peor era que más de 500.000 soldados del Ejército Imperial yacían muertos o moribundos en Gardinaal Prime, y sus armas de asedio y transportes de asalto ya no eran más que chatarra ardiente y escoria derretida. Rechazada y gravemente herida, la 413ª Expedición quedó incapacitada para lanzar otro asalto planetario. Sus naves aún estaban intactas, pero no podían hacer mucho más que mantener el bloqueo en el territorio y aguardar a que llegasen refuerzos, pues eran capaces de destruir un planeta pero no de capturarlo. Aunque probablemente los Ultramarines hubieran deseado que fuese la 12ª Flota Expedicionaria de su propio Primarca Roboute Guilliman quien les ayudase, la armada que emergió de la Disformidad en su auxilio mostraba los cascos de hierro negro y la lustrosa heráldica purpúrea y dorada de las Legiones de los Manos de Hierro y los Hijos del Emperador. Ferrus Manus, al mando de la hueste recién llegada, contempló el problema de Gardinaal con fría furia. No bastaba con simplemente destruir el planeta desde la órbita: las avanzadas industrias de Gardinaal Prime habían demostrado ya su valor para el combate y eran un trofeo que cobrar, no destrozar. Sin embargo, debía darse una lección a los demás mundos de Gardinaal en sangrienta venganza por rechazar la unidad de la Humanidad. Las ciudades de Prime fueron su primer objetivo, y una lluvia de precisos disparos desde sus naves, combinada con una serie de incursiones relámpago llevadas a cabo por el destacamento de Hijos del Emperador a sus órdenes, sembró el pánico y la muerte por todo el planeta, incinerando cultivos, destruyendo zonas residenciales y derribando vitales depósitos de agua y estaciones de comunicaciones, pero dejando su infraestructura intacta. Para la Gorgona esto no era un acto malicioso, ni buscaba simplemente extender el miedo, era un ataque calculado diseñado para fracturar la cohesión estratégica del planeta y cegar y distraer a los defensores ante lo que vendría después. La invasión de los Manos de Hierro se produjo en el clímax de los ataques de distracción, usando la máscara del caos. Ferrus Manus había dividido la tarea de tomar las principales zonas industrializadas de Gardinaal Prime entre los Clanes de los Manos de Hierro, y estos cumplieron su misión despiadadamente, compitiendo entre sí para ver quién era más rápido en capturar sus objetivos. Cualquier cosa, ya fuese un soldado, un obrero o una máquina de guerra, que se interpusiera en su camino fue acribillada o reducida a una pulpa sangrienta con brutal eficiencia. Alcanzados sus objetivos, los Manos de Hierro instalaron defensas automatizadas y las aseguraron con batallones de servidores de segunda línea, quedando así liberados para la siguiente fase estratégica. Mientras los Hijos del Emperador golpeaban rápidos como estoques, dando a Gardinaal una muerte por mil cortes, los Manos de Hierro aguardaban una respuesta. Allí donde las fuerzas enemigas salían de sus bastiones y búnkeres para contraatacar o reforzar a los desesperados defensores, los Clanes golpeaban lanzando retumbantes columnas blindadas de Land Raiders para aplastar los tanques enemigos y enviando a las cohortes de guerreros con servoarmadura de la Legión para desgarrar a la flor y nata de la soldadesca de Gardinaal en el combate cuerpo a cuerpo y en los tempestuosos tiroteos a corta distancia. El asalto de la Legión era implacable e incansable, una batalla librada en un millar de combates repartidos por toda la superficie del planeta. Era una guerra apocalíptica coordinada por la precisión y la lógica de una sola mente, la de Ferrus Manus, y llevada a cabo por la furia fríamente dirigida de la Legión que portaba su nombre. Viendo su mundo en llamas, sus ejércitos diezmados y su pueblo rogando piedad, al fin el orgullo de los Señores de Gardinaal se vino abajo. Acudieron desesperados a los canales de vox e intentaron pedir la paz, pero sus súplicas no fueron respondidas. La anarquía reinó en Gardinaal Prime. Ahora más allá del rígido control de los Señores sobre su capital fortificada los mandos militares y el gobierno civil se habían derrumbado por completo. Bajo cielos oscurecidos por el fuego, los refugiados, sin líderes y aterrorizados, se movían como enjambres de insectos asustados, peleándose por los restos de comida y combustible y huyendo de la ira vengativa de los Marcas de Fuego, que incendiaban sus hacinados campamentos y los dispersaban en abyecto terror ante los gigantes de armadura negra que caminaban bajo ellos: los ángeles que sembraban la muerte. Con sus dominios caídos en torno a ellos, los Señores de Gardinaal ofrecieron una rendición incondicional. Ferrus Manus la rechazó. Cuando llegó el ataque a la capital, lo hizo con la demoledora fuerza de los Manos de Hierro concentrada en un solo puño y desatada en un solo golpe. Desesperados, los gobernantes siguieron luchando, desplegando sus pulidas aeronaves solo para verlas caer de los cielos derribadas por aullantes oleadas de misiles Hyperios y el ardiente fuego de los cañones láser de los Dreadnoughts Mortis. El tronar de centenares de cañones de asedio Medusa y de disparos de Baneblade pulverizó los lienzos de muralla de la ciudad y las redes de defensa externas, deshaciéndolos en una avalancha de escombros oscuros y polvo. Por encima, las doradas cañoneras de la Legión de los Hijos del Emperador brillaban en los cielos oscuros mientras lanzaban su funesta carga, haciendo barridos para aislar y destruir las baterías atómicas, que intentaban desesperadamente desatar su propio infierno sin resultado. Cuando los temblores de las murallas caídas empezaron a amainar y el polvo se extendió en una niebla asfixiante de un kilómetro de grosor, fueron los Ultramarines los que entraron primero en la brecha, habiendo suplicado poder llevar a cabo la letal tarea de servir como vanguardia y por tanto redimir su honor en sangre, una solicitud que Ferrus Manus había aceptado. El precio que pagarían los guerreros de la XIII Legión por esto sería alto, pues el último contraataque de los defensores fue poderosísimo, sin escatimar nada del poderío militar que aún conservaban. Los Señores de Gardinaal cabalgaron a su última batalla a los mandos de sus grandes tanques andantes, haciendo brillar sus cañones de partículas en la negrura de la niebla. Bajo estas inmensas máquinas de guerra, docenas de Rhinos y Predators cargados de explosivos avanzaban como un enjambre suicida. Tras ellos venían los últimos soldados de los Señores: partidarios insensibilizados por las drogas y cubiertos con armaduras-caparazón, bípodes de opresión equipados con garras hidráulicas, esquifes gravíticos cargados de cañones de flechettes. El miedo y el odio los hacían avanzar, los enloquecían y los enviaban a la muerte. La primera oleada de los Ultramarines recibió toda la fuerza del contraataque, sufriendo bajo los disparos pero negándose a retroceder, incluso después de que su Señor de Capítulo Cicerus muriera al estallar un Rhino suicida junto a él. Los Señores de Gardinaal, perdidos en un frenesí asesino, siguieron presionando, y las sirenas de guerra de sus colosales vehículos aullaron triunfales y rabiosas cuando llegó de la oscura niebla de polvo la Gorgona, y tras ella una marea de hierro negro. Los disparos de cañón láser desgarraron el aire, entrecruzando por el cielo sus rayos carmesíes y haciendo florecer las llamas allí donde tocaban a las imponentes máquinas de guerra. Ferrus Manus caminó entre los escombros y los fragmentos de ceramita azul manchada de sangre hacia el enemigo, y una falange de Exterminadores seguía sus pasos con las armas llameando y sus martillos relampagueando de energía contenida. Tras ellos Land Raiders subían por las crestas de edificios arruinados y bajaban con estruendo sin apenas frenar ante los obstáculos, mientras las Escuadras Rompedoras formaban muros de escudos en torno a los caídos de la primera oleada y lanzaban sus propios disparos. La primera de las máquinas de los Señores cayó convertida en un despojo ardiente al haber sido atravesada una y otra vez por disparos láser, y después una segunda detonó en una nube de furia atómica cuando la espeluznante luz fantasmal de los rayos de conversión le arrancó de cuajo su reactor, condenando a los tanques a sus pies a sufrir un carbonizante olvido junto con ella. Con precisión de relojería, los cañones láser se callaron de repente, y un segundo después un ala de Arietes de Asalto Caestus rugió sobre las cabezas de los Manos de Hierro. El fuego carmesí de sus cohetes les impulsó como atronadoras centellas hasta el corazón del enemigo, donde sus impactos quebraron las densas placas de blindaje de los vehículos cuadrúpedos como si fueran hachazos, decapitando a uno y derribando de espaldas a otro, el cual aplastó a decenas de soldados aterrorizados de Gardinaal en sus últimos estertores antes de deshacerse en una bola de llamas y chatarra. Los Manos de Hierro ya estaban entre ellos, y su destino estaba sellado. Las balas de bólter despedazaban los frágiles cuerpos humanos, los martillos de trueno pulverizaban los caparazones y los puños de combate arrancaban las orugas de los tanques y desgarraban su casco para machacar a los que estaban dentro. Cuando la Gorgona fue a por ella, la última de las grandes máquinas de cuatro patas se encabritó, con su cañón de partículas aún disparando furiosamente en un intento por detener a aquel monstruo revestido de hierro que venía a sellar su destino, pero no sirvió de nada y el Primarca de los Manos de Hierro saltó. Agarrándose, trepó por el corcoveante ingenio, partiéndole las rodillas y haciéndolo caer. El hechizo de odio frenético que la desesperación había tejido sobre los últimos Señores de Gardinaal fue al fin quebrado por la devastación desatada contra ellos, y los pocos que quedaban huyeron, aunque fueron cazados. Esta tarea asesina los Manos de Hierro la llevaron a cabo con fría eficiencia, mientras que las cañoneras de los Hijos del Emperador, que volaban en círculos sobre la ciudad, la convirtieron en un deporte. La batalla había acabado. Los supervivientes de la capital, civiles y siervos acurrucados en búnkeres y refugios, aguardaron con un terror agónico lo que podía venir a continuación, pero cuando Ferrus Manus habló, sus órdenes no fueron la sentencia de muerte de un mundo, sino su indulto: “Está hecho.” Los últimos Señores de Gardinaal habían pagado por su intransigencia. La flota de hierro negro se marchó poco después del sistema Gardinaal, cuyos otros mundos habitados aceptaron contentos la rendición incondicional a la misericordia imperial. Las hambrunas y penurias acosarían a Gardinaal Prime durante años como consecuencia de la batalla, pero los nuevos administradores imperiales encontraron su industria pesada y sus recursos prácticamente intactos, y en unos pocos años Gardinaal demostró ser una adición valiosa para el Imperio.