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El hombre del hacha
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e todos los miembros del Morag Tong con los que he hablado, ninguno me ha inquietado tanto como Minas Torik. Era un hombre tranquilo y reservado que nunca bebía, nunca había pasado por un burdel y ni siquiera decía palabrotas. Era famoso por su habilidad para hacer desaparecer personas. Cuando la Hermandad señalaba a alguien como objetivo y le enviaban a Torik, ese alguien dejaba de existir. Una vez le pregunté cuál era su arma favorita y, de un modo similar, me sorprendió su respuesta: -Solo me gusta usar hachas -dijo con su voz típica y calmada. La imagen de aquel tipo silencioso y adusto atacando a alguien con un arma tan sanguinaria y violenta de por sí como un hacha me asustó e intrigó tanto que le pregunté más al respecto. Esto es algo inherentemente peligroso, pues los asesinos no suelen ser proclives a contar su historia. A Torik no le molestaban las preguntas, aunque le llevó algún tiempo contar toda su historia, con lo tímido y reservado que era por naturaleza. Al parecer, Torik había sido huérfano desde muy joven y lo habían enviado a vivir con su tío, el dueño de una plantación de arroz de sal en Sheogorad, al norte de Vvarden. El hombre le prometió a su sobrino enseñarle el oficio y, con el tiempo, convertirlo en socio, cuando fuese lo bastante mayor. Mientras tanto, puso al chico a trabajar como criado en su casa. Fue una vida penosa, pues el viejo era muy particular acerca de cómo debían hacerse las cosas. En primer lugar, mandó al chico que fregara todos los suelos a fondo, desde el ático hasta la bodega. Cuando la limpieza del suelo no satisfacía a su tío, lo cual era harto frecuente, este le pegaba una paliza a Torik y lo obligaba a volver a empezar. La segunda tarea del chico consistía en tañer la campana con la que llamaban a los peones. Esto se hacía al menos cuatro veces al día, una por cada comida, pero si su tío tenía alguna noticia o más instrucciones adicionales para los peones -lo cual era frecuente- podía llegar a necesitar que tocase la campana una docena de veces o más. Era una campana enorme de hierro de la torre, y el chico descubrió rápidamente que, si quería tirar de la cadena, tenía que impulsarse con todo el cuerpo de modo que sonase lo bastante fuerte como para que todo el mundo que estuviese en el campo la oyera y acudiera. Si estaba cansado y no tiraba de la pesada cadena con la fuerza suficiente, su tío no tardaba en aparecer y lo golpeaba hasta que la campana tañera con fuerza y claridad. El tercer cometido de Torik era quitar el polvo de todos los estantes de la inmensa biblioteca de su tío. Estos eran tan profundos y viejos que tenía que utilizar un plumero largo y pesado cogido de un palo. La única manera en que podía llegar al fondo de los anaqueles era echarse el plumero al hombro y moverlo como si barriera. Una vez más, si su tío veía alguna mota de polvo o pensaba que el chico no estaba trabajando con bastante ahínco, el castigo era rápido y severo. Tras varios años, Minas Torik se convirtió en un joven, pero sus responsabilidades laborales no cambiaron. Su tío había prometido enseñarle el negocio cuando hubiese demostrado dominar las tareas más serviles, pero, ajeno a cualquier otro trabajo que no fuese el suyo, Torik nunca supo lo endeudado que estaba su tío ni los pocos réditos que daba la granja. A los dieciocho años, el tío hizo bajar a Torik a la bodega. El chico pensó que no había fregado los suelos de allí lo bastante bien y temía que se le avecinara otra paliza. No obstante, lo que encontró allí abajo fue a su tío empaquetando sus cosas. -Me voy de Morrowind -le explicó-. El negocio va mal, así que creo que probaré suerte montando una caravana a Skyrim. Tengo entendido que se puede hacer mucho dinero vendiéndoles artefactos dwemer falsos a los nórdicos y cyrodílicos. Ojalá pudiera llevarte conmigo, muchacho, pero no se necesitará fregar, tocar campanas o quitar el polvo allá donde voy. -Pero tío -dijo Torik-, no sepo leer, no sepo nada del negocio que prometiste enseñarme. ¿Y qui'aré yo solo? -Seguro que encontrarás algún tipo de trabajo doméstico -dijo el tío encogiéndose de hombros-. Me he esforzado contigo cuanto he podido. Torik nunca le había plantado cara a su tío antes y no se enojó, solo sintió una especie de frío que se apoderó de su corazón. Entre las posesiones que su tío estaba empacando había un hacha de hierro vieja y pesada, supuestamente de procedencia dwemer. La cogió con ambas manos y se sorprendió al comprobar que no era mucho más pesada que el palo del plumero. De hecho, le pareció muy cómoda cuando se la puso sobre el hombro y la movió en un barrido, como había hecho tantas veces. En esta ocasión, sin embargo, alcanzó el brazo derecho de su tío. El anciano gritó, lleno de dolor y rabia, pero por algún motivo, Torik ya no tenía miedo. Se apoyó el hacha en el otro hombro y volvió a repetir el mismo gesto. Cortó el pecho del hombre, que se desplomó. Torik vaciló un momento antes de levantar el hacha por encima de la cabeza. Era otra posición natural para él, como cuando tañía la campana. Una y otra vez, dejó caer el hacha como si estuviese llamando a los peones. Solo que esta vez no había otro sonido que un golpetazo húmedo y ningún peón venía del campo. Obviamente, su tío los había despedido horas antes. Tras un rato, no quedaba nada de su tío que no cupiese por el desagüe de la bodega. Limpiar también le resultó fácil a Torik. La sangre se quitaba con más facilidad que la harina de arroz de sal y la roña que solían cubrir el suelo de la bodega. La gente sabía que el tío de Torik planeaba irse de Morrowind, por lo que su desaparición no levantó sospechas. Torik vendió la casa y todas las pertenencias para quedar en paz con los acreedores, aunque se quedó con el hacha. Al fin y al cabo, al parecer su tío sí que le había enseñado un oficio que valía la pena.
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El fuego y la fe de Nchunak
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Estigma Mortal
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El hombre del hacha. Una manera sorprendente de adquirir destreza con el hacha.
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Tel Mithryn, en una estantería. Casa de Alor de Roca del Cuervo, sobre una mesa. El Baluarte de Roca del Cuervo, sobre una mesa.
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