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La miel de una Paraná cooperativa

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El cooperativismo tuvo en Paraná su luna de miel con los argentinos, y fue testigo el predio que ocupa hoy el Colegio Nacional en calle Garay. Es cierto que aquella experiencia de 1864 (36 años antes que la primera cooperativa agraria del país organizada por colonos judíos en Basavilbaso) nos dejó con la miel en los labios, porque este tipo de organización solidaria de gran pasado y mejor futuro transita hoy un presente difícil, con muchos obstáculos como puede verse en el seno de las cooperativas eléctricas.

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El cooperativismo tuvo en Paraná su luna de miel con los argentinos, y fue testigo el predio que ocupa hoy el Colegio Nacional en calle Garay. Es cierto que aquella experiencia de 1864 (36 años antes que la primera cooperativa agraria del país organizada por colonos judíos en Basavilbaso) nos dejó con la miel en los labios, porque este tipo de organización solidaria de gran pasado y mejor futuro transita hoy un presente difícil, con muchos obstáculos como puede verse en el seno de las cooperativas eléctricas. La organización solidaria que propusieron dos franceses en tiempos de Urquiza en Paraná, para producir miel a escala, habla de resultados dulces y organización laboriosa, si de abejas se trata, pero en verdad echó luego raíces en otras ciudades entrerrianas que hoy se proveen de agua potable, electricidad, otros bienes de consumo, o comercializan los productos del agro bajo el sistema cooperativo. Nuestra capital, en cambio, da toda la impresión de haberse quedado a media miel. Leche, viviendas, remises, y algunos servicios son apenas excepciones a la regla actual: aquí el cooperativismo brilla por su ausencia, sea en actividad como en educación sistemática, y más brilla por contraste, ya que Paraná fue pionera aunque de eso poco se hable. Más allá del desarrollo o subdesarrollo posterior, los mieleros del cooperativismo argentino estaban radicados aquí; consumaron su obra sobre nuestras barrancas, y dieron sus prometedores frutos poco después de que nuestra ciudad perdiera el privilegio y la responsabilidad de ser capital de la Confederación. Es decir, en el centro del poder político nacional estos hombres sembraban las semillas de amor al prójimo, mandamiento implícito que rige el sistema cooperativo y que acá pasó de realidad a ilusión en algunas décadas, para nuestra decepción, pero nada impide que recobre vida en el futuro, con aguijones de ayer despabilando a la sociedad de hoy. Que el presidente de la nueva empresa de energía Enersa, Carlos Molina, haya insinuado la semana pasada que el futuro de la ex Epeer y ex Edeersa podría ser una empresa de economía social es todo un reconocimiento después de tantos vaivenes, en un servicio elemental y estratégico como la luz; y bien podría emparentarse con el proyecto gubernamental, frustrado hace tres años, de reunir a 20 cooperativas para brindar el servicio en telecomunicaciones. El cooperativismo convive con el capitalismo y a la vez lo interpela desde adentro, y es inquietante cuando encuentra eco pese a que los propios cooperativistas se muestren un tanto aletargados a la hora de reclamar derechos elementales y legales, como la educación cooperativa en las escuelas.