"El gato negro"@es . . . "right|thumb|150px right|thumb|175px|Ilustracir\u00F3n para el cuento de Byam Shaw de 1909. \"El gato negro\" (t\u00EDtulo original: \"The Black Cat\") es un cuento de terror del escritor estadounidense Edgar Allan Poe. Fue editado por primera vez el 19 de agosto de 1843 en la revista The Saturday Evening Post."@es . . . . . "Ni espero ni quiero que se d\u00E9 cr\u00E9dito a la historia m\u00E1s extraordinaria, y, sin embargo, m\u00E1s familiar, que voy a referir. Trat\u00E1ndose de un caso en el que mis sentidos se niegan a aceptar su propio testimonio, yo habr\u00EDa de estar realmente loco si as\u00ED lo creyera. No obstante, no estoy loco, y, con toda seguridad, no sue\u00F1o. Pero ma\u00F1ana puedo morir y quisiera aliviar hoy mi esp\u00EDritu. Mi inmediato deseo es mostrar al mundo, clara, concretamente y sin comentarios, una serie de simples acontecimientos dom\u00E9sticos que, por sus consecuencias, me han aterrorizado, torturado y anonadado. A pesar de todo, no tratar\u00E9 de esclarecerlos."@es . "right|thumb|150px right|thumb|175px|Ilustracir\u00F3n para el cuento de Byam Shaw de 1909. \"El gato negro\" (t\u00EDtulo original: \"The Black Cat\") es un cuento de terror del escritor estadounidense Edgar Allan Poe. Fue editado por primera vez el 19 de agosto de 1843 en la revista The Saturday Evening Post."@es . . "Ni espero ni quiero que se d\u00E9 cr\u00E9dito a la historia m\u00E1s extraordinaria, y, sin embargo, m\u00E1s familiar, que voy a referir. Trat\u00E1ndose de un caso en el que mis sentidos se niegan a aceptar su propio testimonio, yo habr\u00EDa de estar realmente loco si as\u00ED lo creyera. No obstante, no estoy loco, y, con toda seguridad, no sue\u00F1o. Pero ma\u00F1ana puedo morir y quisiera aliviar hoy mi esp\u00EDritu. Mi inmediato deseo es mostrar al mundo, clara, concretamente y sin comentarios, una serie de simples acontecimientos dom\u00E9sticos que, por sus consecuencias, me han aterrorizado, torturado y anonadado. A pesar de todo, no tratar\u00E9 de esclarecerlos. En lo personal, casi no me han producido otro sentimiento que el de horror; pero a muchas personas les parecer\u00E1n menos terribles que vulgares. Tal vez m\u00E1s tarde haya una inteligencia que reduzca mi fantasma al estado de lugar com\u00FAn. Alguna inteligencia m\u00E1s serena, m\u00E1s l\u00F3gica y mucho menos excitable que la m\u00EDa, encontrar\u00E1 tan s\u00F3lo en las circunstancias que relato con terror una serie normal de causas y de efectos natural\u00EDsimos. La docilidad y humanidad de mi car\u00E1cter sorprendieron desde mi infancia. Tan notable era la ternura de mi coraz\u00F3n, que hab\u00EDa hecho de m\u00ED el juguete de mis amigos. Sent\u00EDa una aut\u00E9ntica pasi\u00F3n por los animales, y mis padres me permitieron poseer una gran variedad de favoritos. Casi todo el tiempo lo pasaba con ellos, y nunca me consideraba tan feliz como cuando les daba de comer o los acariciaba. Con los a\u00F1os aument\u00F3 esta particularidad de mi car\u00E1cter, y cuando fui un hombre hice de ella una de mis principales fuentes de gozo. Aquellos que han profesado afecto a un perro fiel y sagaz no requieren la explicaci\u00F3n de la naturaleza o intensidad de los gozos que eso puede producir. En el amor desinteresado de un animal, en el sacrificio de s\u00ED mismo, hay algo que llega directamente al coraz\u00F3n del que con frecuencia ha tenido ocasi\u00F3n de comprobar la amistad mezquina y la fr\u00E1gil fidelidad del hombre natural. Me cas\u00E9 joven. Tuve la suerte de descubrir en mi mujer una disposici\u00F3n semejante a la m\u00EDa. Habi\u00E9ndose dado cuenta de mi gusto por estos favoritos dom\u00E9sticos, no perdi\u00F3 ocasi\u00F3n alguna de proporcion\u00E1rmelos de la especie m\u00E1s agradable. Tuvimos p\u00E1jaros, un pez de color de oro, un magn\u00EDfico perro, conejos, un mono peque\u00F1o y un gato. Era este \u00FAltimo animal muy fuerte y bello, completamente negro y de una sagacidad maravillosa. Mi mujer, que era, en el fondo, algo supersticiosa, hablando de su inteligencia, alud\u00EDa frecuentemente a la antigua creencia popular que consideraba a todos los gatos negros como brujas disimuladas. No quiere esto decir que hablara siempre en serio sobre este particular, y lo consigno sencillamente porque lo recuerdo. Plut\u00F3n \u2014llam\u00E1base as\u00ED el gato\u2014 era mi predilecto amigo. S\u00F3lo yo le daba de comer, y adondequiera que fuese me segu\u00EDa por la casa. Incluso me costaba trabajo impedirle que me siguiera por la calle. Nuestra amistad subsisti\u00F3 as\u00ED algunos a\u00F1os, durante los cuales mi car\u00E1cter y mi temperamento\u2014me sonroja confesarlo\u2014, por causa del demonio de la intemperancia, sufri\u00F3 una alteraci\u00F3n radicalmente funesta. D\u00EDa en d\u00EDa me hice m\u00E1s taciturno, m\u00E1s irritable, m\u00E1s indiferente a los sentimientos ajenos. Emple\u00E9 con mi mujer un lenguaje brutal, y con el tiempo la aflig\u00ED incluso con violencias personales. Naturalmente, mi pobre favorito debi\u00F3 de notar el cambio de mi car\u00E1cter. No solamente no les hac\u00EDa caso alguno, sino que los maltrataba. Sin embargo, por lo que se refiere a Plut\u00F3n, a\u00FAn despertaba en m\u00ED la consideraci\u00F3n suficiente para no pegarle. En cambio, no sent\u00EDa ning\u00FAn escr\u00FApulo en maltratar a los conejos, al mono e incluso al perro, cuando, por casualidad o afecto, se cruzaban en mi camino. Pero iba secuestr\u00E1ndome mi mal, porque, \u00BFqu\u00E9 mal admite una comparaci\u00F3n con el alcohol? Andando el tiempo, el mismo Plut\u00F3n, que envejec\u00EDa y, naturalmente se hac\u00EDa un poco hura\u00F1o, comenz\u00F3 a conocer los efectos de mi perverso car\u00E1cter. Una noche, en ocasi\u00F3n de regresar a casa completamente ebrio, de vuelta de uno de mis frecuentes escondrijos del barrio, me pareci\u00F3 que el gato evitaba mi presencia. Lo cog\u00ED, pero \u00E9l, horrorizado por mi violenta actitud, me hizo en la mano, con los dientes, una leve herida. De m\u00ED se apoder\u00F3 repentinamente un furor demon\u00EDaco. En aquel instante dej\u00E9 de conocerme. Pareci\u00F3 como si, de pronto, mi alma original hubiese abandonado mi cuerpo, y una ruindad superdemon\u00EDaca, saturada de ginebra, se filtr\u00F3 en cada una de las fibras de mi ser. Del bolsillo de mi chaleco saqu\u00E9 un cortaplumas, lo abr\u00ED, cog\u00ED al pobre animal por la garganta y, deliberadamente, le vaci\u00E9 un ojo... Me cubre el rubor, me abrasa, me estremezco al escribir esta abominable atrocidad. Cuando, al amanecer, hube recuperado la raz\u00F3n, cuando se hubieron disipado los vapores de mi cr\u00E1pula nocturna, experiment\u00E9 un sentimiento mitad horror, mitad remordimiento, por el crimen que hab\u00EDa cometido. Pero, todo lo m\u00E1s, era un d\u00E9bil y equ\u00EDvoco sentimiento, y el alma no sufri\u00F3 sus acometidas. Volv\u00ED a sumirme en los excesos, y no tard\u00E9 en ahogar en el vino todo recuerdo de mi acci\u00F3n. Cur\u00F3 entre tanto el gato lentamente. La \u00F3rbita del ojo perdido presentaba, es cierto, un aspecto espantoso. Pero despu\u00E9s, con el tiempo, no pareci\u00F3 que se daba cuenta de ello. Seg\u00FAn su costumbre, iba y ven\u00EDa por la casa; pero, como deb\u00ED suponerlo, en cuanto ve\u00EDa que me aproximaba a \u00E9l, hu\u00EDa aterrorizado. Me quedaba a\u00FAn lo bastante de mi antiguo coraz\u00F3n para que me afligiera aquella manifiesta antipat\u00EDa en una criatura que tanto me hab\u00EDa amado anteriormente. Pero este sentimiento no tard\u00F3 en ser desalojado por la irritaci\u00F3n. Como para mi ca\u00EDda final e irrevocable, brot\u00F3 entonces el esp\u00EDritu de perversidad, esp\u00EDritu del que la filosof\u00EDa no se cuida ni poco ni mucho. No obstante, tan seguro como que existe mi alma, creo que la perversidad es uno de los primitivos impulsos del coraz\u00F3n humano, una de esas indivisibles primeras facultades o sentimientos que dirigen el car\u00E1cter del hombre... \u00BFQui\u00E9n no se ha sorprendido numerosas veces cometiendo una acci\u00F3n necia o vil, por la \u00FAnica raz\u00F3n de que sab\u00EDa que no deb\u00EDa cometerla? \u00BFNo tenemos una constante inclinaci\u00F3n, pese a lo excelente de nuestro juicio, a violar lo que es la ley, simplemente porque comprendemos que es la Ley? Digo que este esp\u00EDritu de perversidad hubo de producir mi ruina completa. El vivo e insondable deseo del alma de atormentarse a s\u00ED misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer el mal por amor al mal, me impulsaba a continuar y \u00FAltimamente a llevar a efecto el suplicio que hab\u00EDa infligido al inofensivo animal. Una ma\u00F1ana, a sangre fr\u00EDa, ce\u00F1\u00ED un nudo corredizo en torno a su cuello y lo ahorqu\u00E9 de la rama de un \u00E1rbol. Lo ahorqu\u00E9 con mis ojos llenos de l\u00E1grimas, con el coraz\u00F3n desbordante del m\u00E1s amargo remordimiento. Lo ahorqu\u00E9 porque sab\u00EDa que \u00E9l me hab\u00EDa amado, y porque reconoc\u00EDa que no me hab\u00EDa dado motivo alguno para encolerizarme con \u00E9l. Lo ahorqu\u00E9 porque sab\u00EDa que al hacerlo comet\u00EDa un pecado, un pecado mortal que compromet\u00EDa a mi alma inmortal, hasta el punto de colocarla, si esto fuera posible, lejos incluso de la misericordia infinita del muy terrible y misericordioso Dios. En la noche siguiente al d\u00EDa en que fue cometida una acci\u00F3n tan cruel, me despert\u00F3 del sue\u00F1o el grito de: \u00AB\u00A1Fuego!\u00BB Ard\u00EDan las cortinas de mi lecho. La casa era una gran hoguera. No sin grandes dificultades, mi mujer, un criado y yo logramos escapar del incendio. La destrucci\u00F3n fue total. Qued\u00E9 arruinado, y me entregu\u00E9 desde entonces a la desesperaci\u00F3n. No intento establecer relaci\u00F3n alguna entre causa y efecto con respecto a la atrocidad y el desastre. Estoy por encima de tal debilidad. Pero me limito a dar cuenta de una cadena de hechos y no quiero omitir el menor eslab\u00F3n. Visit\u00E9 las ruinas el d\u00EDa siguiente al del incendio. Excepto una, todas las paredes se hab\u00EDan derrumbado. Esta sola excepci\u00F3n la constitu\u00EDa un delgado tabique interior, situado casi en la mitad de la casa, contra el que se apoyaba la cabecera de mi lecho. All\u00ED la f\u00E1brica hab\u00EDa resistido en gran parte a la acci\u00F3n del fuego, hecho que atribu\u00ED a haber sido renovada recientemente. En torno a aquella pared se congregaba la multitud, y numerosas personas examinaban una parte del muro con atenci\u00F3n viva y minuciosa. Excitaron mi curiosidad las palabras: \u00ABextra\u00F1o\u00BB, \u00ABsingular\u00BB, y otras expresiones parecidas. Me acerqu\u00E9 y vi, a modo de un bajorrelieve esculpido sobre la blanca superficie, la figura de un gigantesco gato. La imagen estaba copiada con una exactitud realmente maravillosa. Rodeaba el cuello del animal una cuerda. Apenas hube visto esta aparici\u00F3n \u2014porque yo no pod\u00EDa considerar aquello m\u00E1s que como una aparici\u00F3n\u2014, mi asombro y mi terror fueron extraordinarios. Por fin vino en mi amparo la reflexi\u00F3n. Recordaba que el gato hab\u00EDa sido ahorcado en un jard\u00EDn contiguo a la casa. A los gritos de alarma, el jard\u00EDn fue invadido inmediatamente por la muchedumbre, y el animal debi\u00F3 de ser descolgado por alguien del \u00E1rbol y arrojado a mi cuarto por una ventana abierta. Indudablemente se hizo esto con el fin de despertarme. El derrumbamiento de las restantes paredes hab\u00EDa comprimido a la v\u00EDctima de mi crueldad en el yeso recientemente extendido. La cal del muro, en combinaci\u00F3n con las llamas y el amon\u00EDaco del cad\u00E1ver, produjo la imagen tal como yo la ve\u00EDa. Aunque prontamente satisfice as\u00ED a mi raz\u00F3n, ya que no por completo mi conciencia, no dej\u00F3, sin embargo, de grabar en mi imaginaci\u00F3n una huella profunda el sorprendente caso que acabo de dar cuenta. Durante algunos meses no pude liberarme del fantasma del gato, y en todo este tiempo naci\u00F3 en mi alma una especie de sentimiento que se parec\u00EDa, aunque no lo era, al remordimiento. Llegu\u00E9 incluso a lamentar la p\u00E9rdida del animal y a buscar en torno m\u00EDo, en los miserables tugurios que a la saz\u00F3n frecuentaba, otro favorito de la misma especie y de facciones parecidas que pudiera sustituirle. Hall\u00E1bame sentado una noche, medio aturdido, en un bodeg\u00F3n infame, cuando atrajo repentinamente mi atenci\u00F3n un objeto negro que yac\u00EDa en lo alto de uno de los inmensos barriles de ginebra o ron que compon\u00EDan el mobiliario m\u00E1s importante de la sala. Hac\u00EDa ya algunos momentos que miraba a lo alto del tonel, y me sorprendi\u00F3 no haber advertido el objeto colocado encima. Me acerqu\u00E9 a \u00E9l y lo toqu\u00E9. Era un gato negro, enorme, tan corpulento como Plut\u00F3n, al que se parec\u00EDa en todo menos en un pormenor: Plut\u00F3n no ten\u00EDa un solo pelo blanco en todo el cuerpo, pero \u00E9ste ten\u00EDa una se\u00F1al ancha y blanca aunque de forma indefinida, que le cubr\u00EDa casi toda la regi\u00F3n del pecho. Apenas puse en \u00E9l mi mano, se levant\u00F3 repentinamente, ronroneando con fuerza, se restreg\u00F3 contra mi mano y pareci\u00F3 contento de mi atenci\u00F3n. Era pues, el animal que yo buscaba. Me apresur\u00E9 a proponer al due\u00F1o su adquisici\u00F3n, pero \u00E9ste no tuvo inter\u00E9s alguno por el animal. Ni le conoc\u00EDa ni le hab\u00EDa visto hasta entonces. Continu\u00E9 acarici\u00E1ndole, y cuando me dispon\u00EDa a regresar a mi casa, el animal se mostr\u00F3 dispuesto a seguirme. Se lo permit\u00ED, e inclin\u00E1ndome de cuando en cuando, caminamos hacia mi casa acarici\u00E1ndole. Cuando llego a ella se encontr\u00F3 como si fuera la suya, y se convirti\u00F3 r\u00E1pidamente en el mejor amigo de mi mujer. Por mi parte, no tard\u00F3 en formarse en m\u00ED una antipat\u00EDa hacia \u00E9l. Era, pues, precisamente, lo contrario de lo que yo hab\u00EDa esperado. No s\u00E9 c\u00F3mo ni por qu\u00E9 sucedi\u00F3 esto, pero su evidente ternura me enojaba y casi me fatigaba. Paulatinamente, estos sentimientos de disgusto y fastidio acrecentaron hasta convertirse en la amargura del odio. Yo evitaba su presencia. Una especie de verg\u00FCenza, y el recuerdo de mi primera crueldad, me impidieron que lo maltratara. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de tratarle con violencia; pero gradual, insensiblemente, llegu\u00E9 a sentir por \u00E9l un horror indecible, y a eludir en silencio, como si huyera de la peste, su odiosa presencia. Sin duda, lo que aument\u00F3 mi odio por el animal fue el descubrimiento que hice a la ma\u00F1ana del siguiente d\u00EDa de haberlo llevado a casa. Como Plut\u00F3n, tambi\u00E9n \u00E9l hab\u00EDa sido privado de uno de sus ojos. Sin embargo, esta circunstancia contribuy\u00F3 a hacerle m\u00E1s grato a mi mujer, que, como he dicho ya, pose\u00EDa grandemente la ternura de sentimientos que fue en otro tiempo mi rasgo caracter\u00EDstico y el frecuente manantial de mis placeres m\u00E1s sencillos y puros. Sin embargo, el cari\u00F1o que el gato me demostraba parec\u00EDa crecer en raz\u00F3n directa de mi odio hacia \u00E9l. Con una tenacidad imposible de hacer comprender al lector, segu\u00EDa constantemente mis pasos. En cuanto me sentaba, acurruc\u00E1base bajo mi silla, o saltaba sobre mis rodillas, cubri\u00E9ndome con sus caricias espantosas. Si me levantaba para andar, met\u00EDase entre mis piernas y casi me derribaba, o bien, clavando sus largas y agudas garras en mi ropa, trepaba por ellas hasta mi pecho. En esos instantes, aun cuando hubiera querido matarle de un golpe, me lo imped\u00EDa en parte el recuerdo de mi primer crimen; pero, sobre todo, me apresuro a confesarlo, el verdadero terror del animal. Este terror no era positivamente el de un mal f\u00EDsico, y, no obstante, me ser\u00EDa muy dif\u00EDcil definirlo de otro modo. Casi me averg\u00FCenza confesarlo. Aun en esta celda de malhechor, casi me averg\u00FCenza confesar que el horror y el p\u00E1nico que me inspiraba el animal hab\u00EDanse acrecentado a causa de una de las fantas\u00EDas m\u00E1s perfectas que es posible imaginar. Mi mujer, no pocas veces, hab\u00EDa llamado mi atenci\u00F3n con respecto al car\u00E1cter de la mancha blanca de que he hablado y que constitu\u00EDa la \u00FAnica diferencia perceptible entre el animal extra\u00F1o y aquel que hab\u00EDa matado yo. Recordar\u00E1, sin duda, el lector que esta se\u00F1al, aunque grande, tuvo primitivamente una forma indefinida. Pero lenta, gradualmente, por fases imperceptibles y que mi raz\u00F3n se esforz\u00F3 durante largo tiempo en considerar como imaginaria, hab\u00EDa concluido adquiriendo una nitidez rigurosa de contornos. En ese momento era la imagen de un objeto que me hace temblar nombrarlo. Era, sobre todo, lo que me hac\u00EDa mirarle como a un monstruo de horror y repugnancia, y lo que, si me hubiera atrevido, me hubiese impulsado a librarme de \u00E9l. Era ahora, digo, la imagen de una cosa abominable y siniestra: la imagen \u00A1de la horca! \u00A1Oh l\u00FAgubre y terrible m\u00E1quina, m\u00E1quina de espanto y crimen, de muerte y agon\u00EDa! Yo era entonces, en verdad, un miserable, m\u00E1s all\u00E1 de la miseria posible de la Humanidad. Una bestia bruta, cuyo hermano fue aniquilado por m\u00ED con desprecio, una bestia bruta engendraba en m\u00ED en m\u00ED, hombre formado a imagen del Alt\u00EDsimo, tan grande e intolerable infortunio. \u00A1Ay! Ni de d\u00EDa ni de noche conoc\u00EDa yo la paz del descanso. Ni un solo instante, durante el d\u00EDa, dej\u00E1bame el animal. Y de noche, a cada momento, cuando sal\u00EDa de mis sue\u00F1os lleno de indefinible angustia, era tan s\u00F3lo para sentir el aliento tibio de la cosa sobre mi rostro y su enorme peso, encarnaci\u00F3n de una pesadilla que yo no pod\u00EDa separar de m\u00ED y que parec\u00EDa eternamente posada en mi coraz\u00F3n. Bajo tales tormentos sucumbi\u00F3 lo poco que hab\u00EDa de bueno en m\u00ED. Infames pensamientos convirti\u00E9ronse en mis \u00EDntimos; los m\u00E1s sombr\u00EDos, los m\u00E1s infames de todos los pensamientos. La tristeza de mi humor de costumbre se acrecent\u00F3 hasta hacerme aborrecer a todas las cosas y a la Humanidad entera. Mi mujer, sin embargo, no se quejaba nunca \u00A1Ay! Era mi pa\u00F1o de l\u00E1grimas de siempre. La mas paciente v\u00EDctima de las repentinas, frecuentes e indomables expansiones de una furia a la que ciertamente me abandon\u00E9 desde entonces. Para un quehacer dom\u00E9stico, me acompa\u00F1\u00F3 un d\u00EDa al s\u00F3tano de un viejo edificio en el que nos obligara a vivir nuestra pobreza. Por los agudos pelda\u00F1os de la escalera me segu\u00EDa el gato, y, habi\u00E9ndome hecho tropezar la cabeza, me exasper\u00F3 hasta la locura. Apoder\u00E1ndome de un hacha y olvidando en mi furor el espanto pueril que hab\u00EDa detenido hasta entonces mi mano, dirig\u00ED un golpe al animal, que hubiera sido mortal si le hubiera alcanzado como quer\u00EDa. Pero la mano de mi mujer detuvo el golpe. Una rabia m\u00E1s que diab\u00F3lica me produjo esta intervenci\u00F3n. Liber\u00E9 mi brazo del obst\u00E1culo que lo deten\u00EDa y le hund\u00ED a ella el hacha en el cr\u00E1neo. Mi mujer cay\u00F3 muerta instant\u00E1neamente, sin exhalar siquiera un gemido. Realizado el horrible asesinato, inmediata y resueltamente procur\u00E9 esconder el cuerpo. Me di cuenta de que no pod\u00EDa hacerlo desaparecer de la casa, ni de d\u00EDa ni de noche, sin correr el riesgo de que se enteraran los vecinos. Asaltaron mi mente varios proyectos. Pens\u00E9 por un instante en fragmentar el cad\u00E1ver y arrojar al suelo los pedazos. Resolv\u00ED despu\u00E9s cavar una fosa en el piso de la cueva. Luego pens\u00E9 arrojarlo al pozo del jard\u00EDn. Cambien la idea y decid\u00ED embalarlo en un caj\u00F3n, como una mercanc\u00EDa, en la forma de costumbre, y encargar a un mandadero que se lo llevase de casa. Pero, por \u00FAltimo, me detuve ante un proyecto que consider\u00E9 el mas factible. Me decid\u00ED a emparedarlo en el s\u00F3tano, como se dice que hac\u00EDan en la Edad Media los monjes con sus v\u00EDctimas. La cueva parec\u00EDa estar construida a prop\u00F3sito para semejante proyecto. Los muros no estaban levantados con el cuidado de costumbre y no hac\u00EDa mucho tiempo hab\u00EDa sido cubierto en toda su extensi\u00F3n por una capa de yeso que no dej\u00F3 endurecer la humedad. Por otra parte, hab\u00EDa un saliente en uno de los muros, producido por una chimenea artificial o especie de hogar que qued\u00F3 luego tapado y dispuesto de la misma forma que el resto del s\u00F3tano. No dud\u00E9 que me ser\u00EDa f\u00E1cil quitar los ladrillos de aquel sitio, colocar el cad\u00E1ver y emparedarlo del mismo modo, de forma que ninguna mirada pudiese descubrir nada sospechoso. No me enga\u00F1\u00F3 mi c\u00E1lculo. Ayudado por una palanca, separ\u00E9 sin dificultad los ladrillos, y, habiendo luego aplicado cuidadosamente el cuerpo contra la pared interior, lo sostuve en esta postura hasta poder establecer sin gran esfuerzo toda la f\u00E1brica a su estado primitivo. Con todas las precauciones imaginables, me preocup\u00E9 una argamasa de cal y arena, prepar\u00E9 una capa que no pod\u00EDa distinguirse de la primitiva y cubr\u00ED escrupulosamente con ella el nuevo tabique. Cuando termin\u00E9, vi que todo hab\u00EDa resultado perfecto. La pared no presentaba la m\u00E1s leve se\u00F1al de arreglo. Con el mayor cuidado barr\u00ED el suelo y recog\u00ED los escombros, mir\u00E9 triunfalmente en torno m\u00EDo y me dije: \u00ABPor lo menos, aqu\u00ED, mi trabajo no ha sido infructuoso\u00BB. Mi primera idea, entonces, fue buscar al animal que fue causante de tan tremenda desgracia, porque, al fin, hab\u00EDa resuelto matarlo. Si en aquel momento hubiera podido encontrarle, nada hubiese evitado su destino. Pero parec\u00EDa que el artificioso animal, ante la violencia de mi c\u00F3lera, hab\u00EDase alarmado y procuraba no presentarse ante m\u00ED, desafiando mi mal humor. Imposible describir o imaginar la intensa, la apacible sensaci\u00F3n de alivio que trajo a mi coraz\u00F3n la ausencia de la detestable criatura. En toda la noche se present\u00F3, y \u00E9sta fue la primera que goc\u00E9 desde su entrada en la casa, durmiendo tranquila y profundamente. S\u00ED; dorm\u00ED con el peso de aquel asesinato en mi alma. Transcurrieron el segundo y el tercer d\u00EDa. Mi verdugo no vino, sin embargo. Como un hombre libre, respir\u00E9 una vez m\u00E1s. En su terror, el monstruo hab\u00EDa abandonado para siempre aquellos lugares. Ya no volver\u00EDa a verle nunca: Mi dicha era infinita. Me inquietaba muy poco la criminalidad de mi tenebrosa acci\u00F3n. Inici\u00F3se una especie de sumario que apur\u00F3 poco las averiguaciones. Tambi\u00E9n se dispuso un reconocimiento, pero, naturalmente, nada pod\u00EDa descubrirse. Yo daba por asegurada mi felicidad futura. Al cuarto d\u00EDa despu\u00E9s de haberse cometido el asesinato, se present\u00F3 inopinadamente en mi casa un grupo de agentes de polic\u00EDa y procedi\u00F3 de nuevo a una rigurosa investigaci\u00F3n del local. Sin embargo, confiado en lo impenetrable del escondite, no experiment\u00E9 ninguna turbaci\u00F3n. Los agentes quisieron que les acompa\u00F1ase en sus pesquisas. Fue explorado hasta el \u00FAltimo rinc\u00F3n. Por tercera o cuarta vez bajaron por \u00FAltimo a la cueva. No me altere lo m\u00E1s m\u00EDnimo. Como el de un hombre que reposa en la inocencia, mi coraz\u00F3n lat\u00EDa pac\u00EDficamente. Recorr\u00ED el s\u00F3tano de punta a punta, cruce los brazos sobre mi pecho y me pase\u00E9 indiferente de un lado a otro. Plenamente satisfecha, la Polic\u00EDa se dispon\u00EDa a abandonar la casa. Era demasiado intenso el j\u00FAbilo de mi coraz\u00F3n para que pudiera reprimirlo. Sent\u00EDa la viva necesidad de decir una palabra, una palabra tan s\u00F3lo a modo de triunfo, y hacer doblemente evidente su convicci\u00F3n con respecto a mi inocencia. \u2014Se\u00F1ores\u2014dije, por \u00FAltimo, cuando los agentes sub\u00EDan la escalera\u2014, es para m\u00ED una gran satisfacci\u00F3n habr\u00E1 desvanecido sus sospechas. Deseo a todos ustedes una buena salud y un poco m\u00E1s de cortes\u00EDa. Dicho sea de paso, se\u00F1ores, tienen ustedes aqu\u00ED una casa construida\u2014apenas sab\u00EDa lo que hablaba, en mi furioso deseo de decir algo con aire deliberado\u2014. Puedo asegurar que \u00E9sta es una casa excelentemente construida. Estos muros...\u00BFSe van ustedes, se\u00F1ores? Estos muros est\u00E1n construidos con una gran solidez. Entonces, por una fanfarronada fren\u00E9tica, golpe\u00E9 con fuerza, con un bast\u00F3n que ten\u00EDa en la mano en ese momento, precisamente sobre la pared del tabique tras el cual yac\u00EDa la esposa de mi coraz\u00F3n. \u00A1Ah! Que por lo menos Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio. Apenas h\u00FAbose hundido en el silencio el eco de mis golpes, me respondi\u00F3 una voz desde el fondo de la tumba. Era primero una queja, velada y encontrada como el sollozo de un ni\u00F1o. Despu\u00E9s, en seguida, se hinch\u00F3 en un prolongado, sonoro y continuo, completamente anormal e inhumano, un alarido, un aullido, mitad horror, mitad triunfo, como solamente puede brotar del infierno, horrible armon\u00EDa que surgiera al un\u00EDsono de las gargantas de los condenados en sus torturas y de los demonios que gozaban en la condenaci\u00F3n. Ser\u00EDa una locura expresaros mis sentimientos. Me sent\u00ED desfallecer y, tambale\u00E1ndome, ca\u00ED contra la pared opuesta. Durante un instante detuvi\u00E9ronse en los escalones los agentes. El terror los hab\u00EDa dejado at\u00F3nitos. Un momento despu\u00E9s, doce brazos robustos atacaron la pared, que cay\u00F3 a tierra de un golpe. El cad\u00E1ver, muy desfigurado ya y cubierto de sangre coagulada, apareci\u00F3, r\u00EDgido, a los ojos de los circundantes. Sobre su cabeza, con las rojas fauces dilatadas y llameando el \u00FAnico ojo, se posaba el odioso animal cuya astucia me llev\u00F3 al asesinato y cuya reveladora voz me entregaba al verdugo. Yo hab\u00EDa emparedado al monstruo en la tumba. Categor\u00EDa:Animales Categor\u00EDa:Mentes trastornadas"@es .